Estoy releyendo Cartas a Evelina de Francisco E. Moscoso Puello (1885-1959), aunque su obra más conocida; no la mejor lograda. En la novena carta me he encontrado una serie de prejuicios en torno la filosofía que, me parece, eran muy comunes en el país para los años treinta, momento en que se escribe esta carta, y están presentes hoy como opiniones usuales de la gente y de mis estudiantes laicos y algunos no laicos, porque la ignorancia no distingue las adhesiones religiosas. A casi un siglo de distancia, a pesar de todos los avances en el acceso a la información, sigo enfrentando en mis clases de filosofía los mismos prejuicios y falacias sobre el quehacer filosófico que están presentes en este renombrado médico dominicano de mitad del siglo XX.
En la carta en cuestión, después de una larga reflexión sobre la vida con tintes y conceptos similares a los expuestos en Meditaciones del Quijote por Ortega y Gasset (1914), Moscoso Puello utiliza la palabra “filosofía” en varios sentidos y le atribuye ciertas cualidades que distan mucho de lo que la tradición filosófica ha pretendido con la palabra y apenas repiten acríticamente “las opiniones” de las gentes.
El primer uso del término “filosofía” es cuando Moscoso Puello le dice a Evelina “estas filosofías vienen al caso”. Aquí se refiere a las ideas antepuestas en torno a la vida, la conciencia, el espíritu, el cuerpo… Ideas que remata en un lacónico y orteguiano “yo soy yo”. El concepto filosofía usado en plural se refiere, entonces, a una manera de ver las cosas o a las perspectivas con las que se enfrenta la vida o un hecho. Es similar al uso de la expresión “filosofía de la empresa”, es decir, dice la visión o la manera en que se percibe como tal. Unas líneas siguientes usa nueva vez la expresión “filosofías”, en plural, para rematar la idea de que “cada uno debe vivir su vida” a su modo y no ajustarse a los dictámenes de otros. En ambos usos de la expresión “filosofías” le acompaña una concepción del individuo como un cuerpo, una conciencia, un espíritu, un carácter, unas circunstancias; mostrando así las influencias de Ortega y Gasset. En este segundo uso de la palabra “filosofías”, se sabe de la poca claridad de los conceptos expresados porque nos dice que “estas filosofías no están muy claras”. Sobre esta idea continuará todo su discurso en torno a la filosofía, la ciencia, el filósofo y su método.
Una vez resumido el contenido anterior, es cuando se inicia el uso del vocablo en singular para referirse al quehacer filosófico en cuanto ciencia. “La filosofía, señora, es una ciencia terrible! (sic)”. Lo terrible le viene, según el autor, porque “los filósofos” no pueden escribir cosas claras hasta el punto, la analogía es de Moscoso Puello, en que una araña con las patas entintadas puede realizar trazos más legibles sobre el papel. Remata el autor su prejuicio sobre la oscuridad de la filosofía en la frase: “La filosofía, es la ciencia de la oscuridad, es la ciencia de las contradicciones” (sic).
Continúa el autor su diatriba hacia la filosofía como ciencia y hacia el filósofo y su decir oscuro e intrincado. Como muestra, subrayo; “Cuando usted quiera saber la razón de las cosas, estudie filosofía; y cuando quiera ignorarlo todo, también debe estudiarla”; “Es un caos esta ciencia, la más difícil de todas, y la más fácil, porque termina por no averiguar nada, sin contener nada”.
Aunque Moscoso Puello reconoce que la filosofía es “la ciencia de las ciencias”, sus límites son oscuros; lo que permite no tener contornos claros para el pensamiento discurrir y aprovechar sobre lo discurrido. De este modo, se repite el prejuicio de que “cuando usted comience a no entenderse, se contradiga, haga suposiciones descabelladas o infantiles, cuando usted crea que se está volviendo loca, usted está haciendo filosofía”.
La idea es que este ir y venir sin ton ni son es el “método” de los filósofos para hacer filosofía. Lo bueno de todo el asunto es que el mismo Moscoso Puello señala que “yo procedo así, y precisamente, creo que más arriba he hecho hoy mucha filosofía”.