Me parece que esta vez no será fácil jugar a la política con un asunto tan espinoso. Si lo hace, señor Presidente, usted revelará lo que nunca ha deseado: mostrar el carácter de un hombre taimado.
No hacer nada en el caso Odebrecht sería criminal. Todas las condiciones concurren para que usted aproveche la ocasión y vindique la confianza de los dominicanos sobre su compromiso en contra de la corrupción. No hay excusas ni justificaciones que lo puedan sustraer responsablemente de una decisión tan apremiante.
Afortuna o desgraciadamente, según se le mire, señor Presidente, todo está servido en bandeja de plata: a) la confesión expresa de los ejecutivos de Odebrecht admitiendo haber pagado 92 millones de dólares a funcionarios dominicanos durante los años 2001 hasta el 2014 en sobornos; b) la instrucción de procesos, diligencias y pericias avanzadas o consumadas por las autoridades judiciales de los Estados Unidos y Brasil; c) una investigación relativamente fácil de llevar y sustanciar en la República Dominicana contando ya con la confesión de una parte; d) la posibilidad de reclamar condenaciones indemnizatorias en contra de la firma brasileña como lograron obtener los gobiernos de Estados Unidos, Suiza y Brasil por dos mil millones de dólares en multas derivadas de la responsabilidad civil por acusaciones de lavado y otros ilícitos; y e) el hecho de que esta empresa tiene obras en ejecución en la República Dominicana sobre cuyos bienes o activos financieros se pueden imponer medidas cautelares, decomisos, retenciones de pagos e incautaciones. ¡A pedir de boca!
Como usted es una bestia política, me olvido de las consideraciones institucionales y apelo a su lógica estratégica para aclararle las conveniencias de un voto a favor de este emprendimiento judicial.
Sé que el primer designio le incitará a ganarse tiempo y no dudo que en esa intención un procurador hermético como el que usted ha puesto le podrá ayudar. Estimo, sin embargo, que jugar a la dilución procesal o a la muerte burocrática de este caso sería un grave desatino político.
¿Acaso no se da cuenta, señor Presidente, la oportunidad que el destino le ha puesto en sus manos? Si no quiere aceptarlo en su inmenso valor propio, considérelo al menos como un lavado aséptico para la imagen moral de su administración y de su retrato histórico. Es un hecho inequívoco sus bajas calificaciones en esa materia. Este sería un momento nada desechable para recuperar en parte la fe perdida.
¿Va a despreciar la oportunidad de decirle al mundo que a pesar de la República Dominicana haber retenido puestos históricos y cimeros en la corrupción pública, su gobierno emprendió acciones judiciales a la altura de los mejores sistemas judiciales del mundo en un escándalo continental de esa talla? Pero algo más: internamente nadie podrá calificar esta actuación como persecución política porque va a ser dirigida en contra de actores de tres gobiernos diferentes por la confesión voluntaria de los propios sobornadores. Este infierno le bajó del cielo, señor Presidente.
Piense usted en la simpatía que una acción de esa precedencia le podría abonar a un gobierno en franco deterioro y acusado de ser indulgente con la corrupción; esto sin ponderar lo que representaría una cruzada de esta magnitud en el rescate de la confianza para una población históricamente escéptica.
Probablemente muchos de los que lean este escrito piensen que he tejido sus líneas con los encajes de la ironía retórica y otros, no menos suspicaces, dudarán de mi credulidad, pero le confieso, señor Presidente, que le creo capaz de dar una gran sorpresa, como sus visitas rurales, y no tengo que recordarle que he sido un crítico impenitente de sus omisiones e irresponsabilidades públicas en contra de la impunidad.
Mi sinceridad es tal, señor Presidente, que no vacilo en ponerme a la disposición del Procurador General para presidir o integrar una junta asesora independiente de consultores legales para que de forma honorífica asista al ministerio público en la gestión investigativa, preparatoria y hasta jurisdiccional, si fuere necesario, en este caso. Es una idea que le propongo de buena fe convencido que la nación se juega una oportunidad irrepetible para reanimar la fe pública en sus instituciones. El país y yo esperamos su respuesta, señor Presidente.