No te conozco. Sé de ti por tus actuaciones públicas, las únicas que puedo valorar. Eres de los entusiastas dirigentes que han decidido probar suerte en las primarias de tu partido. Tu incursión parece resuelta, aunque escasamente competitiva; sé que lo sabes y no dudo de que tu estrategia sea “estar en el globo” por si se abriera alguna brecha en un partido con liderazgos en disputa. En otras circunstancias no me molestaría en escribirte y menos de forma pública; lo hago por apremio y, si quieres, por puro ocio.
Probablemente te preguntes: ¿Y por qué este tipo me escribe? Esa misma interrogante inquietará a mis lectores, acostumbrados a leer temas de más trascendencia. Pues fíjate, mi propósito es demostrarte lo insensato de mantener una aspiración tan alta en condiciones tan frágiles. Si el interés es agregar valor a tu currículo e inspirar, con ese legado, a tus nietos, entonces respeto la decisión y hasta aquí mi carta; pero si estás tomando en serio esa determinación, entonces eres sujeto del escrutinio público y me obligas a decirte que gastas tiempo, esfuerzo y dinero. Es tu problema, lo sé, pero aspiras a la más elevada posición del Estado y esa pretensión es suficiente para legitimar mi atrevimiento.
Puedo, sin embargo, decirte, con la franqueza que jamás has conocido, que eres de los precandidatos de más costosa venta electoral. Tienes un genio ceñudo, pero sobre todo te falta espontaneidad y aquello que el electorado dominicano culturalmente mejor valora: la humildad. Eres muy altivo, Reinaldo; baja “el pecho” y subirás simpatías. Obvio, las técnicas modernas del marketing son mágicas, pregúntaselo a Joao Santana, pero nunca llegarán a revertir una sospecha que debilita tan sensiblemente tus aspiraciones como Odebrecht, motivo de mi carta.
No pensé que tuvieras las agallas para anunciar una aspiración con esa nebulosa. Cuando se te toca el tema luces irascible, defensivo, tenso y escurridizo. Lo has eludido una y otra vez hasta creer haberlo clausurado, cuando, en uno de tus típicos ímpetus de soberbia, dijiste: “yo crucé por el lodo y no me enlodé”. Si crees que eso fue suficiente te equivocaste. Esa declaración, lejos de desembarazarte dejó un tufillo a burla que pocos tragaron; empezó entonces la duda. Hasta que no aclares convincentemente tu participación en ese embrollo seguirás siendo reo de la desconfianza pública y veré tus sueños palaciegos evaporarse más fugazmente que la neblina al amanecer. Si te acomodas en el silencio puedes contar que tu posición pública más alta fue la de senador. Te lo juro.
Hueles a Odebrecht, Reinaldo. No te enlodaste pero te persigue su fetidez. Pide a tus asesores estratégicos que midan esa variable de percepción y te darás cuenta de que no hablo demás. La mejor manera de limpiarte es diciéndole al país responsablemente lo que sabes. El hecho de que no estés encartado no te exculpa; sabemos que los responsables, por omisión o comisión, son más que los imputados en el selectivo expediente de la Procuraduría. Nadie va a premiar tu silencio, Reinaldo, con una candidatura puesta en tus finas manos. Sé que todo te ha salido bien y que has arrebatado pocas cosas en la vida política, pero no creas que siempre será así y este es, mi amigo, uno de esos momentos. No llegarás, Reinaldo, no llegarás. Si no resuelves ese problema, pierdes el tiempo. Confesar te coloca en una situación franca, humana, sensible y hasta cercana. Justo lo que necesitas para ablandar esa imagen metálica que llevas. La gente te percibe distante e intrigante. Eso cambiará tu perfil. Si no tienes responsabilidades, delata; ese gesto tendrá un impacto político impensado en tu novel carrera. Y no es una ironía…
Siendo presidente del Senado manejaste una porción importante de los préstamos de Odebrecht. Solo bastó una cómoda declaración tuya en el despacho del Procurador para considerarte liberado y, como siempre, lo lograste. En circunstancias políticas menos favorables hoy estuvieras en otra situación, pero un secretario general y miembro del Comité Político del PLD no merece tratos desconsiderados. Hay demasiada clase, abolengo político y prestancia en juego. Sin embargo, Reinaldo, una cosa distinta es el candidato: hay que mostrar otro rostro.
Creo que la mejor manera de reivindicarte frente al electorado es poniendo tus aspiraciones al servicio de las delaciones y testificar lo que sabes. Si no participaste por comisión lo hiciste por omisión; en cualquier caso, demuéstralo de forma responsable. Te ufanas de ser un hombre frontal, claro y combativo, de ahí el mote “de pechito” que has ganado en el imaginario del pueblo. Llegó el momento de mostrar tus fornidos músculos de político o el temperamento responsable de un hombre de Estado, pero no nos creas tarados para suponer que estuviste en la orilla mientras esa avalancha de sobornos inundaba tu Senado.
Si no me has leído nunca, debo decirte que escribo así; ni más ni menos. No hay nada personal en mis juicios, así que ahórrate las indagaciones sobre mis intereses; no respondo a ninguno ni le presto mi opinión a nadie. Disculpa la arrogancia de mis letras. Recuerda: vales más como testigo de Odebrecht que como presidente, pero nunca llegarás a lo segundo sin lo primero. Es tu turno…