Querido Juan:
Sé que vas a sorprenderte esta carta, cariño mío, pero el azar volvió a ponerla en mi memoria y yo, 45 años más tarde, quiero trasladarla a tus manos porque esta carta, por razones que cuando la leas no va a ser necesario que te las explique, es más tuya que mía.
Uno de esos días en que necesitas aturdirte para no pensar, rebuscando en el archivo en que guardo mi pasado respuestas para el presente, que así de ingenua sigue siendo tu madrina, en lugar de hallar lo que buscaba fui a encontrar una carta de tu padre, una carta que me escribiera en 1969, en aquellos convulsos tiempos en los que nosotros luchábamos aquí por sobrevivir a la represión y tú te debatías en Nueva York entre la vida y la muerte.
La carta habla del amor de unos padres en el común empeño de preservar tu derecho a la vida, de su afán por procurarte una existencia sana y feliz. Tu padre se encargó de contarte, desde el dolor y las lágrimas de ambos, desesperados por retenerte, hasta qué punto lo hubieran dado todo, también su vida, a cambio de la tuya.
El 7 de abril de 1969 llegué a la casa de tu abuela Angelita para bautizarte. Yo sería la madrina y Rafael hubiera sido el padrino porque así se lo había pedido a Milagros cuando esta tuviera su primer hijo luego de que se encontraran en Puerto Rico entre abril y mayo de 1965. De alguna manera, así fuese desde la gloria, Rafael honró su compromiso. Tenías 2 años pero parecías un bebé de pocos meses. Estabas muy enfermo y al otro día tu madre viajaría a New York en busca de un diagnostico más certero. Tenías Histiocitosis X, una enfermedad poco conocida y calificada como incurable.
Luego de un proceso de conejillos de indias con varios niños, fuiste uno de los primeros en recibir un tratamiento experimental y uno de los pocos que se sanó. Joaquín y Milagros, aterrados, pero con la certeza de hacer lo mejor por ti, autorizaron el procedimiento
Alrededor de tu camita estaba Milagros, el doctor FranciscoTorres, quien sería el padrino, el padre Figueredo y yo. Algo más apartada, tu abuela no dejaba de llorar para que entre oraciones, lágrimas y el agua bendita se obrara el milagro que te rescatara de la trampa. Zaida Ginebra la acompañaba.
“Nueva York, Julio 22 de 1969.
Mi querida comadre Arlette:
Parece mentira que no le hayamos escrito. Yo esperaba hacerlo con una definitivamente buena noticia. Todavía no ha llegado ese momento, pero no puedo más con el cargo de consciencia. Paradójicamente no te hemos escrito porque te queremos mucho. Nos duele hacerte una carta que no diga cosas buenas. Nos duele escribirte para contar esta larga, dolorosa odisea. Milagros, cuya propensión al llanto ha aumentado, cada vez que lo intenta se quiebra, como si comunicarse contigo fuera infinitamente más hondo, conmovedor y auténtico, que con cualquier otra de nuestras gentes queridas.
Tu ahijado, aunque bajo presunciones médicas todavía muy graves, sigue mejorando a nuestros ojos. Todos los días nos sorprende con algo nuevo. Maneja ya un lenguaje tan rico como para decir, por ejemplo: este puente es muy bello, papito; o aquel carro es muy raro; no me mortifiquen, por favor. Le sorprenden los Hippies, pero sin considerarlos como algo peligroso ni molesto. Los puentes de Nueva York le agrandan los ojos de asombro, pero le brilla la luna de la inteligencia al descubrir cada nueva faceta de la ciudad desmesurada. Todo esto tiene una explicación prodigiosa, que le da una dimensión natural y comprensible; para él esta es la ciudad de Batman. Los túneles son las baticuevas de Batman y Robin y el Empire State la casa desde donde Batman hace sus vuelos posibles.
Los astronautas han capturado su imaginación y el viaje a la luna le ha sugerido mil comentarios. Puede participar de un paseo con una constante atención y seguir el progreso de un vuelo espacial con la naturalidad de un personaje de este tiempo de aventura y creación humana sin paralelo. En este momento me interrumpe para traerme un café, que es su manera de meterse en mi cuarto de trabajo sin temor a que lo rechace. Conoce ya nuestras debilidades y las usa para obligarnos a desplegar una atención constante sobre su mundo de asombro y para explicar la cuantía de ternura que guardamos para él en cada momento. Nosotros nos dejamos llevar porque es un gozo inexplicable saberlo junto a nosotros y verlo vivir. Sencillamente verlo vivir.
Ahora sabes que no te hemos olvidado. Que te queremos de una manera diferente a los demás. Que si callamos es solamente porque queríamos darte alegría…Y nadie puede dar lo que no tiene. Y nosotros no teníamos…
Poco a poco vamos ganando, ansiosa y temerosamente, un sitio para la esperanza. A medida que eso va ocurriendo nos sentimos capaces de compartir contigo, la única persona a la que sólo quisiéramos decirle cosas buenas.
Dale a los niños nuestro amor distante. Recibe tú el abrazo, el respeto, el cariño de ésta tu gente… Si quisieras y pudieras venir, aquí hay una casa esperándote. Joaquín Basanta".
Juan, ven a visitar a tu madrina. Necesito tu risa. Ven, para que juntos celebremos el milagro del amor y de la vida. Te quiere, Arlette