¡La realidad!…! Oh, la realidad!, la sublime realidad, la realidad en el bosque que aprendemos a llevar a solas, junto a una silueta de hojas secas, avanza; nace desdeñosamente, se amontona de espaldas en un pincel. Hace del instante de su llegada un monólogo de inusitados sortilegios, quiebra el sentido de la sincera comedia de la vida con su afán de curiosidad.
Oh, realidad vaga!, vaga realidad sin verdad absoluta ni espectros desdibujados en los labios, sin atisbos, sin perfecciones, solo hecha de elogios sutiles y de sentidos vanos.
Tan atrevida es la realidad que se convierte en razón del ser, en penetrante ingenio de la vida, en hechizos de gratuidad a hurtadillas, para arruinar la paradoja de la existencia diaria.
La realidad es un espacio reunido de verbos que la multitud hace suya. Ella se coloca de rodillas junto a la piedad, se alimenta de manjares acordados por todos; manjares cosidos en la bruma, manjares transformados por el gesto de una cautelosa alusión a la nada.
Cuando encauzo mi paso por el bosque me encuentro de frente con la realidad. Ella aparece como una guía de mi instinto, como un motivo de celebración en una estación del año, o en un momento del día, ya que surge sola en el tumulto de las hojas y de frente al vuelo de las aves; entonces sin notar que las hiedras me observan, confieso mi infidelidad con el tiempo porque busco agonizar sin repercusión alguna, borrar este lugar que nos separa, esta realidad hostil de la ciudad que no tiene nada para quererla, ni razón alguna para seguir sus pasos.
¿Por qué tiene que ser la realidad el árbitro de la vida? ¿No es acaso la muerte, de sentido contrario, que puede borrar lo permanente? No lo sé ahora, porque me destroza el mundo sin cumplir un papel en escena alguna, y las reflexiones advertidas sobre esta extraña humanidad, cuyos silbidos solo son la escena de la rusticidad de la mentira asumida por los otros.
No quiero la realidad; esa árida "genialidad" de ver el reverso suicida del tiempo (síntesis del día, rival de todas las especulaciones, curiosa sorpresa de incógnitas complejidades).
Así, en el retiro de la contemplación evoco esa narración que nos lleva a la desvalida necesidad del ser: presiento el fugaz instante, ese instante que todos buscamos, derivado de un propósito oculto, impreciso, aliado al placer, al afán fugaz de raramente torcer el deseo.
Ese instante, que es un arrebato echado a volar en los escombros del orden, es la ardiente sensación de inclinarse hacia los opuestos con audacia, con gigantes pasos, con intención rebelde, sin entender que el principio trae consigo su final.
Así, abatida por al extrema alegoría de la duda voy tras el reposo de la aurora, imaginando los primitivos colores de la realidad.