Ya qué es una costumbre cotidiana disponer del tiempo para vestirlo de alboradas, me pregunto: ¿Qué es la vida cotidiana sin ti? –Una excesiva voluntad de evadir la agitación de las horas, una insegura terquedad de limitar mi pensamiento, una respuesta evasiva a mis temores, deseos contenidos y brevedad del silencio en el asombro.

-Nada quizás, porque nada es perdurable ni aún la evocación. Te evoco, como ahora, y no soy libre. No soy libre ahora. Te evoco, y de inmediato, no comprendo mi destino junto a ti, porque te siento fugitivo, aún cuando vas adueñandote de las nostalgias, de las flores frescas, de la palabra como fortaleza, de las ficciones líricas que entrelazo con la paradójica realidad de desilusionar al mundo.

No sé, hoy no sé quién eres tú en la realidad como cotidianidad de los días. No eres palabra ni viento, sin embargo, siento adorarte sin sortilegios. No eres palabra ni viento, sin embargo, te busco. Me asomo al instante, me asomo al contrasentido de la plenitud que puede ser indiferencia.

¿Qué es amarte? –"Una pregunta simple", dirás. No obstante, respondo, que "amarte" es algo en ti conocido, no una interrogación al vuelo que no conocemos. "Amarte" es ser necesario, hacerse necesario; alguien presumirá corriendo a la redonda, detrás del árbol del bosque que somos, que  amarte es una silueta desnuda que se asoma, y comunica sin especulaciones un deseo sentido, un deseo que es, porque tiene necesidad de ser; un deseo que busca formas de confundirnos, la causa de un encanto, una finalidad en sí que no justifica las distancias de los cuerpos, para otros, y entre esos otros, aquellos de las correspondencias secretas o complicidades amatorias.

Casi, segura, podría jurarlo "poniendo a Dios como testigo" (como dice una balada que inspira nostalgia) de que amarte en mí no puede tener otro puerto que no sea contemplarte. Y, en ese ser-en-el-otro de la contemplación, aparecer y reaparecer, saquerar al corazón, acompañarse en el mundo.

No sé desde cuándo eres un saqueador de corazones –que a tu gusto- disfrutas como arte o juego de seducción, para que nadie –sin tu permiso expreso- ascienda hasta ti, en pos de ti.

¿Qué tan irreconciliable puede ser el arte de amar en los "juegos" que tú permites? Aunque pretendas jugar, hay círculos que dejas abiertos en los juegos del amor de tu mirada, corrientes que no puedes literalizar, ornamentos de caricias ingenuas que, al lado del otro, se crecen sin monosílabos, sin saber que a nuestra edad –aún cuando no pretendas asumirlo, negándolo- el amor no es una espera gratuita o una relación pragmática.

Tú, tú no sabes fabricar el amor; le temes a eso. Fabricas pasión, torbellinos; fabricas la dependencia y la induces; fabricas la costumbre y la toleras; fabricas el encanto y la aproximación, y no le das riendas sueltas, y sin embargo, a otros le pides que le dé riendas sueltas a la fascinación que sabes ejercer, y que por culpa tuya puede tornarse en un suplicio.

… Pero, la evocación del amor es una guerra emocional muy costosa para ti; una guerra que en tus dominios no obedece a las palabras, porque le temes a las palabras del amor.

Tú puedes tener o haber llevado un sentimiento como un prefijo de ataduras, sin embargo, no eres consciente de que mi cotidianidad hacia ti se construye de instantes, de reflexiones, de una necesidad que se obstina en actuar, en acomodarse a la existencia. ¿Acaso, tienes tú necesidad de actuar en pos de mí? – No te atreves a dar respuesta, porque no comprendes si sí o si no.

No obstante, apuesto a un sí, porque te agradan los juegos, y si no es así, daré por teminado mis juegos, y cerrare la página última, de mis juegos que he llamado "La preeminencia del amor".

¿Vas a negarme que no es de tu agrado y  no te fascina que en las revueltas  caprichosas de las  fantasías que nos forjamos en esta ciudad quede la memoria de estas líneas como un tesoro oculto para la posteridad, o bien, para las décadas en las cuales la longevidad sea nuestra única complicidad a hurtadilas?

Dime, pudo ¿Esponcendra crear una enamoracion a través de la prosa poética como la que construyo para ti? ¿Se aproximó Becquer a un alma aglutinada –como la tuya- a cantarle en tu adolescencia? O, mejor aún, ¿Neruda anduvo alguna vez cantando suplicante ternura?

¿Cuántas te han enviado cartas-poemas? Este siglo, esta vorágine de ciudad que me regalas con la invitación a un vino tinto para el desenfado, necesita de cartas-amatorias, que no sean cartas que otros te enviaran antes, mucho antes, de asombrarnos de que vivimos –tú y yo- de las correspondencias secretas o complicidades amatorias, haciendo la salvedad de que, yo invierto más tiempo y palabras en divertirme en mis juegos.

Pero, déjame decirte que tus escuetas líneas son de mi agrado. Aquí, he hablado como una adulta. Pero, dime ¿Cómo es tu voluntad para el amor? –Ya sé, te niegas, te inquietas. Estás anclado en una metáfora que no se rompe; una metáfora prestataria de un activo emocional.

No obstante, sientes un río en el huerto, interrogativas ideas, una identidad que niegas. ¿Por qué, entonces, si es así, no vives del imaginario, del sueño, y hablas –sin admitir- que te hace bien que "alguien", un alguien con deseo total, te diga que te ama?

Ah!, de nuevo el sarcamo de la negación. Una circunsferencia de 350 grados se comprime en tus oídos: "el mundo es grande, y a la vez tan pequeño", dirás.  El mundo, nuestro mundo, no está hecho de realidades; es un mundo de palabras al viento, pero palabras indispensables, con las cuales nos implicamos en provocar al momento. ¿Qué me condiciona a no decírtelo, a no sostenerlo con la mirada? – El miedo a la ruptura. ¡Qué descubrimiento!, dirás.

Es mi descubrimiento para contestar lo que no se puede justificar: -la ironía de la vida. Ironía de la vida es saber que estás, y no puedo alcanzarte, sólo contemplarte, esperando que seas feliz en tu trampa de no saber amar.

Siempre, Ylonka Nacidit-Perdomo