El Dr. Samuel Bonilla ha publicado un artículo de suma relevancia para la educación superior dominicana, Entendiendo la gravedad del asunto: innovación y ordenamiento profesoral, donde reflexiona sobre una cuestión crucial, aunque no es la única, para el auténtico salto cualitativo de las universidades dominicanas.
Nos referimos al problema del vínculo profesor-universidad en la carrera académica. En ella se establecen los procedimientos de vinculación y continuidad del académico dentro de una institución de educación superior; sus responsabilidades, así como los mecanismos de ascenso y reconocimiento.
El núcleo de la carrera académica en las universidades referentes del mundo es la contratación del profesor a tiempo completo con un salario que le permita dedicar su horario laboral a la investigación y a la docencia exclusiva dentro de la institución que lo ha contratado. Con ello se evita la situación que el Dr. Bonilla denomina con el gracioso término de “profesor taxi”, un docente que recorre toda la ciudad impartiendo horas de clase en distintas instituciones para reunir un salario de sobrevivencia.
Las universidades dominicanas han estandarizado esta modalidad de docente contratado por horas de clase. En una sociedad donde todavía, en pleno siglo XXI, nuestras instituciones de educación superior no llegan a pagar mil pesos por hora en el nivel del grado (solo algunas superan la barrera de los 600 pesos), un docente en República Dominicana necesita superar las 40 horas semanales de clase para reunir un salario mínimamente decente para un profesional que debe tener como grado mínimo para ser contratado una maestría y, con preferencia, un doctorado.
Así, las universidades dominicanas se nutren de un profesional que enseña, no de un investigador docente. Se trata de un modelo perverso donde el profesor puede enseñar durante décadas en una universidad bajo la modalidad de servicios por jornada, en condiciones de inestabilidad extrema, que se agravan con las crisis económicas periódicas, como la que vivimos hoy, en este caso como producto de la pandemia de la COVID-19.
Es obvio que si se dedica el número de horas señaladas para impartir clases, no queda el tiempo requerible para lo que debe ser el epicentro de la vida de un profesor universitario: la investigación, el proceso de producción de conocimiento nuevo en un campo disciplinar.
Y si los docentes universitarios dominicanos no son productores de conocimiento, entonces, como los profesores de educación media, se dedican a ser meros reproductores de la tradición científica de la humanidad. En sentido general, nuestras universidades funcionan como escuelas grandes.
Dada la situación descrita, no es de extrañar nuestros déficits en la generación de conocimiento y las dificultades para la constitución de comunidades epistémicas consolidadas.
¿Pueden las universidades dominicanas, carentes de los ingentes recursos económicos de las universidades norteamericanas lidiar con los costos de una carrera académica? Miremos hacia países del área con desarrollo similar al nuestro. No tienen el porcentaje de profesores contratados a tiempo completo de una universidad estadounidense o europea, pero tampoco se sostienen en el alarmante porcentaje de “profesores taxi” como las instituciones de educación superior dominicanas.
Se debe trascender la estrechez de miras. La carencia de una carrera académica refuerza el círculo de la estrechez económica, pues la riqueza de las universidades y de los países es el conocimiento que generan. Sin profesores vinculados a una carrera académica consolidada, la producción de conocimiento es el acto encomiable de un héroe intelectual. Es muy precario que nuestro futuro dependa de los héroes.