“El futuro de la educación ante la cuarta revolución industrial debe introducir aspectos que actualmente no se incluyen o no se miden en los índices de clasificación del sistema. En particular elementos como la creatividad, la curiosidad, el pensamiento crítico y la flexibilidad son cualidades esenciales que la fuerza laboral debería tener para poder maniobrar en este ambiente de cambio”. (Peter A. Prazmowski y Xavier Sala Martin: Gazebo).
El influjo más medular, más potencializado y cuasi único del capital humano, capital intelectual y el talento humano es esa masa de 1.4 kilos denominado cerebro, donde se acunan las neuronas, marca distintiva y diferenciadora de lo que nos hace humanos. La conjunción del capital humano, el capital intelectual y el talento humano logra su mayor repercusión en los saberes y su asunción en la praxis, hoy en día a través de la neurociencia: campo científico donde se vierte la complejidad y la visión holística, dado que ella es un conjunto de disciplinas “que apoyan el estudio del cerebro, sus patrones de comportamiento y actitudes”.
Toda la problemática de la neurociencia descansa en auscultar, desvelar y potenciar el caudal de esa masa, en el plano teórico, y, al mismo tiempo, en el campo de la praxis, de cómo deriva y deviene en privilegiar y priorizar el espectro y generación del conocimiento y a su vez fortalecer el capital humano, el capital intelectual y el talento humano. El capital humano que es la suma y sinergia de los componentes en educación, salud e ingresos, han de convertirse en el eje esencial de un verdadero desarrollo sostenible. La salud alcanzamos a objetivizar su horizonte cuando podemos cuantificar, por ejemplo, la esperanza de vida al nacer y la tasa de fallecimientos en neonatales y la mortalidad materna.
La educación se determina por años promedio de escolaridad versus años esperados de escolarización. Aquí nos encontramos en un promedio de 8 de escolaridad cuando los años esperados son 11. El ingreso PIB per cápita de los que habitamos en República Dominicana es de US$8,500 dólares, en cambio, los dominicanos que residen en los Estados Unidos tienen un ingreso del PIB per cápita de US$15,440 dólares.
El capital humano, sintetizado en salud, nutrición, educación-capacitación, constituye el baluarte del verdadero desarrollo sostenible. Pues engloba, cual eje transversal, todas las posibilidades para que las personas sean económicamente productivas. El súmmum cardinal de la competitividad y, por ende, de la productividad de un país descansa como génesis y prima facie en el capital humano.
Todos los demás capitales (intelectual, natural, institucional, infraestructuras) tienen como base y eje articulador al capital humano, espina dorsal del prolegómeno de la neurociencia para adentrarse en el cerebro y con ello, determinar la capacidad de aprehensión y asimilación de conocimientos y de competencias. El capital humano es el lugar donde se inician todas las ideas, la fuente de la innovación. Constituye el patrimonio invaluable que una organización, un país, pueden reunir para alcanzar la competitividad y los resultados que logra en función de su planificación. El capital humano suma y multiplicación de varios factores, es la expresión geométrica, potencial de conocimientos, habilidades, juicio y una ponderada actitud.
El capital humano traza nuestra marca distintiva y transforma al capital natural, que es lo que da la oportunidad de la ventaja comparativa. Solo el capital humano se transforma y con ello se genera la ventaja competitiva. El capital humano más profundamente trabajado se transforma en capital intelectual. El capital intelectual constituye el saber científico, tecnológico. Es el saber reflexionado, pensando y repensando, capaz de crear nuevos paradigmas y de generador de rupturas, disrupciones radicales. Es el que produce la destrucción creativa de manera sistemática.
Para César Cuello Nieto en su libro Gestión del Capital Intelectual en las instituciones de educación superior, el capital intelectual “se suele definir como el conjunto de recursos intangibles de una organización que, pese a no estar reflejados en los estados contables tradicionales, en la actividad genera valor o tiene potencial de generarlo en el futuro”. Según López, siguiendo con César Cuello, el capital intelectual “es la suma y la sinergia de todos los conocimientos que reúne una compañía, toda la experiencia acumulada en sus integrantes, todo lo que ha conseguido en términos de relaciones, procesos, descubrimientos, innovaciones, presencia en el mercado e influencia en la comunidad”.
Tanto el capital humano como el capital intelectual agregan valor. Sin embargo, en la sociedad del conocimiento y de la información como la que hoy vivimos, el capital intelectual asume una mayor supremacía y mejor dimensión. El capital intelectual en su transformación es el que diseña el presente en una perspectiva conjugada de futuro. El capital intelectual es el que opera en la misión y visión de un país, de una organización. A más capital intelectual de un país, de una organización, de una empresa, más auge se origina en la creatividad, en la innovación y menos peso en la rutinización y regularización de los procesos. El capital intelectual condensa la frase: “La lectura es a la mente, lo que el ejercicio es al cuerpo.” ¡La mente es al cerebro, lo que el ejercicio es al corazón!
Podemos decir, sin temor a equivocarnos que, a más capital intelectual mayor es el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, más capacidad de cambio y mayores posibilidades de empleos. Se produce una nueva forma de relacionamiento y el trabajo se hace más extensivo, con más agregado de valor. El capital intelectual es el capital humano trascendido, allí donde la mente actúa con mayor nivel que lo físico que lo natural.
El talento humano es la apología del comportamiento. Es el fiel reflejo de la praxis, de los resultados. Es la suma de conocimientos, experiencias, habilidades y de comportamiento. El talento humano según Moliner “es la capacidad para obtener resultados notables con el ejercicio de la inteligencia”. Se puede hoy tener capital humano y capital intelectual y no constituirse en un talento. El talento es el desafío de los distintos saberes, inteligencias, puesto en acción. Es cómo transforma la realidad, cómo logro más resultados. Cómo actúo con más eficiencia, más eficacia, más efectividad, con más calidad. Cómo hago más con menos.
El cerebro es la fuente nutricia de los tres escalones: capital humano, capital intelectual y talento humano. Es él quien trata de instrumentalizarlo y colocarlo en su justa dimensión, a través de lo que conocemos como la neurociencia. La neurociencia coadyuva a potencializar cada uno de ellos y cual ola expansiva, esparce el conocimiento. La neurociencia nos pauta a entender la destrucción creativa, a la innovación, a posibilitar cada día más unos mayores recursos humanos. Transformarlos en quehaceres meridianos de la existencia humana, en un aquí, en un ayer que no existe y en un futuro donde nada se instala sólidamente.
La neurociencia se traduce en el desarrollo del ser humano, en el campo de estructuras y mecanismos mentales como proceso de percepción, atención, pensamiento, memoria, lenguaje, de cada uno de nosotros. La fortaleza intelectiva, hondada en cada una de ellas, vista desde la perspectiva de la neurociencia, decanta, diferencia, delimita y produce los alcances de los saberes y sus niveles de profundidad, porque la neurociencia hoy, nos trae luz sobre conocimiento, conducta y pensamiento.
La neurociencia, en este caso la neurociencia cognitiva, nos quiere decir que en gran medida el cerebro se puede leer y tiene rastros. El comprender como funciona el sistema nervioso en toda su vastedad y dimensiones nos ayuda a situar y poner en perspectiva las acciones, decisiones, conductas y comportamientos. Es, por decirlo así, el aura de la prevención y regulación de la persona en su ambiente, contexto y situación.
A decir verdad, no he visto campo de la ciencia más holístico, lo que refuerza hoy la Teoría de la Complejidad de Edgar Morín. Abarca más de 12 disciplinas que concurren para entender el cerebro, lo que somos, lo que hacemos y porque lo hacemos. La neurociencia nos lleva desde la genética molecular hasta la comprensión e internalización del porqué de la conducta social. Seres humanos (capital humano, capital intelectual, talento humano) comprimido en la experiencia mental que se refleja en conducta observable e indicadores de desempeño.
El cerebro se acuna de manera acompasada con el placer, la efectiva y adecuada motivación es un impulsor para las regiones cerebrales receptivas, en consecuencia, nos hacemos más productivos, más eficaces, más humanos, más se amplía la solidaridad, cooperación y empatía y el espíritu de cuerpo, traducido en el trabajo en equipo que se hace más noble y esperanzador. Capital humano, capital intelectual, talento humano y neurociencia encuentran su salida próspera cuando tenemos un Estado fuerte e institucionalizado.
De allí el bello párrafo que se encuentra en el libro El poder de la destrucción creativa que impulsa el crecimiento económico de Philippe Aghing, Celine Antonin y Simon Bunel “Esto nos lleva a la triada del mercado, el Estado y la sociedad civil para el funcionamiento apropiado de una economía de innovación y destrucción creativo. El mercado provee los incentivos para innovar y constituye el marco en el cual las empresas innovadoras compiten. El Estado está allí para proteger los derechos de propiedad sobre las innovaciones, hacer cumplir los contratos y actuar como inversor y asegurador. Por último, la sociedad civil – los medios de comunicación, sindicatos, organizaciones sin fines de lucro – genera o exige la aplicación de disposiciones constitucionales destinadas a controlar el poder ejecutivo y asegurar mayor eficiencia, ética y justicia en el funcionamiento del mercado”.