Uno de los grandes desafíos a los que tenemos que dar la cara como país es poder lograr una gestión pública eficiente y eficaz en el cumplimiento de sus objetivos. Una buena gestión pública, a su vez, dependerá de la realización de una serie de labores administrativas, técnicas y analíticas por parte de nuestra burocracia estatal. Pensar en la construcción de esa nueva burocracia deberá ocupar un lugar en la agenda de quienes se propongan repensar el Estado dominicano.
Así lo han hecho los grandes estadistas del mundo: Fernando Henrique Cardoso en Brasil, Dwight D. Eisenhower, John F. Kennedy y Ronald Reagan en Estados Unidos, entre otros.
El primer gobierno de Cardoso marcó el inicio de una tendencia en dirección de la “tecnocratización” del Ministerio de Educación (Varkey 2000). Los cambios demográficos y la evolución de los documentos institucionales así lo constataron, evidenciando la consolidación de un cuerpo de burócratas con mayores niveles de entrenamiento y educación formal que en gestiones anteriores (Burton 2012). La reestructuración del Ministerio, la designación de Paulo Renato Costa Souza, un funcionario técnico y a la vez académico, con entendimiento del sector y manejo de la política, las inversiones en estructuras informáticas, y los esfuerzos continuos por profesionalizar todos los escaños de la institución permitieron al gobierno hacer del Ministerio un activo importante para la solución de la deficiente educación pública.
En Estados Unidos, el Departamento de Estado, institución homologa de nuestra Cancillería, es el ejemplo por excelencia de la construcción de una burocracia profesional capaz de ajustarse a los distintos objetivos de sucesivas administraciones de gobierno. Durante la gestión de Kennedy, la burocracia especializada en política exterior estuvo dirigida por hombres de la talla de Dean Rusk, los hermanos Bundy y los hermanos Rostow. Todo ellos, funcionarios y asesores, reconocidos posteriormente por su apodo “the Best and Brightest,” (los Mejores y los más Brillantes) habían acumulado experiencias invaluables durante las gestiones que le precedieron.
A diferencia de Kennedy, quien invirtió en la creación de la burocracia estatal, George W. Bush, considerado por muchos el “peor” mandatario americano en la historia republicana reciente de esa nación, fue el principal beneficiario de una burocracia fuerte en materia de política exterior. Cuenta el escritor americano James Mann que Bush no había estado expuesto a temas de relaciones internacionales previo a su llegada al poder en el 2001. En sus años de campaña, miembros de la prensa y el público votante le cuestionaban la falta de experiencia en esa área tan importante de la vida pública estadounidense. No obstante, su respuesta siempre era reconfortante: “tranquilos, no soy experto en asuntos internacionales, pero estaré rodeado de los mejores.” Se refería a un grupo de expertos conocido como “the Vulcans,” entre los cuales figuraban Condoleezza Rice, Donald Rumsfeld, Paul Wolfowitz, Richard Armitage y Colin Powell. Este selecto grupo de asesores tenía una particularidad; no sólo eran genios de manera individual, sino que habían acumulado grandes experiencias como equipo dentro de las instituciones afines en los más de treinta años previos al primero gobierno de Bush. No obstante muchos podríamos criticar el tipo de política exterior que lideró dicho mandatario, pocos podrían dudar de la capacidad de su equipo.
¿Qué tienen en común las iniciativas de Cardoso, Kennedy y otros estadistas? Lucharon por promover la profesionalización de los empleados del Estado. Lucharon por la implementación de un sistema de empleos públicos cada vez más meritocrático que permitiese la continuidad en la elaboración de políticas públicas efectivas y no menos importante, la planificación a largo plazo.
Hoy, nuestro Ministerio de Educación y nuestra Cancillería se alejan de ese modelo weberiano, a costa de la sostenibilidad de nuestra nación. En cambio, lo que hemos visto en estos dos ministerios son nombramientos oportunísticos, típicos del Estado clientelar.
El caso de la Cancillería es particularmente lamentable. Pasó de ser una institución insigne bajo la dirección del Dr. Eduardo Latorre, renombrado académico e intelectual dominicano, a convertirse en el buque insignia de la corrupción estatal en la República Dominicana.
Nuestros gobernantes actuales y sus colaboradores cercanos aun no entienden que a ellos le corresponde construir una parte de la burocracia estatal para dejarla como legado a sus sucesores. En cambio, mediante un clientelismo que parece endémico, se dedican a degradarnos como nación y a convertirnos en víctimas de la vergüenza pública nacional e internacional.
El caso de Eduardo Latorre nos queda como ejemplo de que las instituciones son un reflejo de los valores y principios encarnados en las personas que las constituyen.
Para un gobierno realizar esta tarea, será necesario sanear la nómina pública eliminando las llamadas “botellas.” De esa manera, ahorraría centenares de millones de pesos con los cuales podría pagar mejores salarios a nuestros servidores públicos. No menos importante, permitiría atraer al Estado a aquellos que hoy vacilan por falta de condiciones laborales apropiadas. Sólo así construiremos un Estado que funcione.
Enfrentado a la típica pregunta del escéptico: ¿crees posible la construcción de una mejor nación? … sólo me queda responder: ¡Si queremos, podemos!
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Samuel Bonilla | @sbonillabogaert | se.bonilla@gmail.com