A juzgar por los hechos de las crónicas actuales en el planeta, el caos amenaza con arropar este periodo de la historia en el que abundan dificultades sin soluciones aparentes a la vista, y cuando la sensatez y la actitud fría y serena continúan dando paso a acciones atroces que no perfilan salidas airosas y humanas.

El escritor estadounidense James Gleick publicó en 1987 una obra intitulada Chaos: Making a New Science (Caos: la creación de una nueva Ciencia), en la que expone su teoría del caos que consiste en un conjunto de explicaciones sobre sistemas complejos y dinámicos que involucra estudios y avances de ciencias diversas, como son las matemáticas, la física, la biología, la geología o la meteorología, entre otras.

Gleick divulgó el desarrollo sobre los estudios de sistemas complejos, que se forman de partes conectadas entre sí de tal manera que esa vinculación genera interacciones que modifican el comportamiento de los elementos de una manera impredecible. Las propiedades resultantes de esas interacciones se llaman propiedades emergentes.

El concepto atrajo en su momento la atención de algunos de los más connotados científicos e investigadores del siglo pasado como Carl Sagan, Francis Moon, Popper K. y Leonard Smith, entre otros, concentrados todos en explicar las leyes y mecánicas que han dado origen y continuidad al Universo visible y el llamado Efecto Mariposa.

El segundo aspecto relevante de la propuesta de James Gleick consiste en subrayar que una de las reglas esenciales de la teoría del caos es que el movimiento de un sistema dinámico no traza una trayectoria definida, sino que yerra en su comportamiento.

Según el científico, ello ocurre porque el sistema es captado por un elemento de atracción que influye en su conducta de manera irregular y azarosa a nuestro parecer, aunque en su esencia no lo es. Los atractores caóticos aparecen en sistemas no lineales y son la causa de que no podamos predecir su comportamiento futuro, a pesar de que ese caos puede ser del todo determinista.

¿Cómo puede aplicarse dicha teoría en términos sociológicos y en sociedades en crisis de valores y referentes, cuando gran parte del accionar humano apunta al caos, a la desintegración de un mundo antiguo y al asomo con destellos de otro desconocido, aberrante, de incertidumbres y sobrecogedor?

Los científicos sociales no han dado respuesta firme aún a semejante interrogante, salvo algunos que se inclinan a insinuar que la tecnología podría ser la tabla de salvación de una gran parte de la humanidad que navega al garete sojuzgado por las mismas leyes del caos o Götterdämmerung, para el ocaso de los dioses; y a la que otros le atribuyen el Zeitgeist, o el espíritu del clima de la época.

La reflexión permanente sobre el aparente caos político y social en el planeta surge cuando se da lectura a titulares como aquello del acuerdo del Vaticano con el gobierno chino para aceptar obispos impuestos por Pekín; los horrores del conflicto militar en Siria y su secuela de víctimas inocentes; el éxodo transfronterizo por la crisis político y militar en Venezuela, con proporciones de catástrofe humanitaria.

Además, la decadencia moral del mundo ficticio de Hollywood reflejada en el caso lapidario de Bill Cosby, declarado culpable en un tribunal y calificado como depredador sexual violento, la guerra comercial que amenaza la estabilidad mundial entre las economías de China, Estados Unidos, Canadá y México; el atentado a Jair Bolsonaro en la encrucijada política en Brasil o el avance de Martin Sellner en la extrema derecha de Europa, la píldora anticonceptiva y el cerebro de las mujeres, o los centenares de emigrantes africanos ahogados en el Mediterráneo, o la ferocidad de #MeToo.

Cabe añadir la represión sangrienta de paramilitares y pro sandinistas en Nicaragua, el resurgir del terrorismo del Daésh en Irán, o el asesinato persistente de periodistas en México por parte de delincuentes y narcotraficantes Y qué de la presencia de terroristas yihadistas en la triple frontera de Argentina, Brasil y Paraguay; el descontento popular contra Evo Morales en Bolivia; el ruido que no termina de la alegada trama rusa en Washington, y quiénes están detrás; la amenaza nuclear de Corea del Norte y el merodeo oportunista de China en América Latina.

O tal vez, la crisis de Elon Musk, o la compra de Michael Kors del imperio de modas Versace en 2-mil-millones de dólares; el intento de la Cadena Sky para adquirir la cadena por cable Comcast y el alza de los precios por servicios de Streaming en los Estados Unidos a través del servicio “progresista” de Netflix, o el glamour pecuniario del imperio Kardashian, y los diálogos de sordos en la 73era Asamblea General de la ONU, organismo obsoleto carente de soluciones pragmáticas más allá de declaraciones políticas ante los nuevos desafíos del siglo XXI, o los secretos de la neuropolítica.

Ellos son apenas una pincelada de situaciones acuciantes que permanecen sin respuestas válidas y que parecen confirmar la tesis del profesor James Gleick, al menos en la parte visible de la física tradicional sobre la creación y la mecánica del Universo y de la naturaleza de los sucesos humanos en el plano internacional.

En el aspecto local más reciente, desde el vídeo porno de la Avenida 27 de Febrero y la Lincoln, hasta el dramático caso de Pablo Ross en los tribunales, la presunción invisible de inocencia o la justificación hedonista de Marisol Alcántara de sexo por cirugía, los suicidios que no cesan y el alcohol rampante, ni mencionar el drama político y económico, el país tiene a diario sus propios titulares del fin del mundo conocido que parecen confirmar que, sin muchos espacios para la vida y la esperanza, el caos es el nuevo orden mundial… al menos, por ahora.