En el desarrollo de la humanidad, las aspiraciones y los problemas personales y colectivos, con frecuencias han sido asociados a divinidades, según la cultura que se trate. Esto ha ocurrido, bien para buscar solución a los mismos, para ser asumidos como castigo por alguna razón determinada o para que la entidad a la que se le pide intervenga en el devenir de la comunidad.
Sabemos que el canto ha estado vinculado a rituales sociales, faenas de trabajo y a las ceremonias religiosas en manifestaciones que buscan conexión con lo trascendente, entre otras actividades de poblaciones en distintos lugares del planeta. Esto se puede apreciar en regiones y épocas diferentes. Hoy día el canto sigue siendo un componente básico de las religiones para lograr empatía y cohesión de sus fieles.
Es en este horizonte que, en la antigüedad, cerca del 1,400 a. C., aparece un giro significativo en el canto, el cual ha perdurado hasta nuestros días, gracias a la tradición judeocristiana. Su rasgo distintivo no es relatar la situación de injusticia o criticarla, sino el ser canto de gratitud y alabanza a un ser supremo que hizo posible la liberación del pueblo hebreo sometido. Esto es según los relatos bíblicos incluidos en los libros: Éxodo, Deuteronomio y Salmos. En ellos se narra cómo los hijos de Israel fueron liberados de su esclavitud en Egipto por Dios, con Moisés y Aarón como intermediarios.
Por ejemplo, en Deuteronomio 26, 5-9 aparece el relato siguiente: "Mi padre era un arameo errante que bajó a Egipto y se refugió allí con unos pocos hombres, pero luego se convirtió en una nación grande, fuerte y numerosa. Los egipcios nos maltrataron, nos oprimieron y nos impusieron una dura servidumbre. Entonces pedimos auxilio al Señor, el Dios de nuestros padres, y él escuchó nuestra voz. Él vio nuestra miseria, nuestro cansancio y nuestra opresión, y nos hizo salir de Egipto con el poder de su mano y la fuerza de su brazo, en medio de un gran terror, de signos y prodigios. Él nos trajo a este lugar y nos dio esta tierra que mana leche y miel”.
Este acto de liberación, gracias a la intervención de un poder que trasciende la condición humana, es socializado en El cantico de Moisés, por señalar una muestra. Aunque desde otra perspectiva, en ese período hay indicios de que en la antigua China había cantos que cuestionaban el ejercicio de poder. Lo cierto es que, debido a las evidencias, sobre todo bíblicas, nos hallamos ante una cosmovisión proyectada en el canto en la cual la autodeterminación y el devenir sociopolítico se supeditan a fuerzas divinas. De manera que esto constituye un significativo punto de inflexión en el canto, el cual expresa que el conflicto social encuentra su resolución por esta vía supraterrenal.
El enfoque del canto judeocristiano ha tenido un impacto extraordinario en la humanidad, como se puede apreciar en la vida moderna, donde se le canta a ese Dios que interviene en los momentos de mayor dificultad de la persona y llena de gozo. Veamos dos ejemplos: El cántico de Moisés, Éxodo 15-1-18, y en Samuel 22, Salmo 18.
El cántico de Moisés
“Cantaré en honor del Señor,
que tuvo un triunfo maravilloso
al derribar en el mar caballos y jinetes.
2 Mi canto es al Señor,
que es mi fuerza y salvación.
Él es mi Dios, y he de alabarle;
es el Dios de mi padre, y he de enaltecerle.
3 El Señor es un gran guerrero.
El Señor, ¡ése es su nombre!
4 El Señor derribó en el mar
los carros y el ejército del faraón.
¡Sus mejores oficiales
se ahogaron en el mar Rojo!
5 Cayeron hasta el fondo, como piedras,
y el mar profundo los cubrió”. (Fragmento)
Salmo 18
“Yo te amo, Señor, mi fuerza,
3 Señor, mi Roca, mi fortaleza y mi libertador,
mi Dios, el peñasco en que me refugio,
mi escudo, mi fuerza salvadora, mi baluarte.
4 Invoqué al Señor, que es digno de alabanza
y quedé a salvo de mis enemigos.
5 Las olas de la Muerte me envolvieron,
me aterraron los torrentes devastadores,
6 me cercaron los lazos del Abismo,
las redes de la Muerte llegaron hasta mí.
7 Pero en mi angustia invoqué al Señor,
grité a mi Dios pidiendo auxilio,
y él escuchó mi voz desde su Templo,
mi grito llegó hasta sus oídos”. (Fragmento)
En uno y otro canto se manifiesta una fe en un Dios que es capaz de intervenir materialmente en el destino de la humanidad, en las confrontaciones de los pueblos: en el primero se relata el momento en que Moisés y su pueblo son perseguidos por el ejército del Faraón, el cual es tragado por el mar; en el segundo, David es salvado de los ataques de sus enemigos. En uno y otro canto se glorifica y alaba al Señor, al Dios que interviene y protege a los justos, bondadosos y buenos. Esta ha sido la perspectiva de abordaje predominante del canto cristiano hasta hoy día.
Sin embargo, el canto en la religión ha jugado otros roles. Al respecto María Mercedes Liska (2014) nos dice: “En el periodo colonial, la música ocupó un lugar estratégico en la evangelización de los pueblos originarios. Para la Compañía de Jesús, la práctica musical fue una herramienta eficaz para la transmisión de las creencias y formas de vida exportadas del Viejo Mundo…” (1) Pero si bien el canto sirvió para cristianizar a los pueblos nativos de América, también fue clave en los procesos de resistencia, así lo plantea Isabelle Leymarie (1998): “Durante la colonización, unos esclavos rebeldes como Boukman o Makandal se sirvieron del vudú para animar a sus hermanos negros (inmolando, en Bois-Caiman, un cerdo negro, ligándose por un pacto de sangre y entonando cantos bantúes) y más tarde ciertos dirigentes lo explotaron con fines políticos”. (2)
Sin embargo, el momento histórico en que se generalizó el canto religioso con carácter emancipatorio en la región latinoamericana fue justamente entre las décadas 60-80 del siglo XX. En este período marcado por las dictaduras en la región, tomó cuerpo la doctrina social de la iglesia católica que resumía su pensamiento en la “opción preferencial por los pobres”. El Concilio Vaticano II (1962-1965), impulsado y presidido en su primera fase por el papa Juan XXIII, provocó dos conferencias generales del Episcopado Latinoamericano: Conferencia de Medellín en Colombia (1968) y Conferencia de Puebla en México (1979). Sacerdotes, religiosas y laicos consagrados, fueron los principales promotores de la corriente de la iglesia católica conocida como Teología de la Liberación con su expresión organizativa: las Comunidades Eclesiales de Base, CEB. Desde estos espacios de celebración, reflexión y acción ampliaron los escenarios de la celebración de la palabra, llevándola de los templos a las casas sencillas en campos y ciudades. Así, en esta dinámica comunitaria la propia gente creaba canciones, como soporte de celebraciones y trabajo comunitario.
Como se conoce, el canto ha sido la vía de expresión espiritual y artística más constantes en la historia de todas las culturas. Y en el caso de las Comunidades Eclesiales de Base, ese canto espiritual también expresaba un marcado componente sociopolítico articulado a procesos de evangelización a través de los cuales se buscaba que los pobres fueran los protagonistas de su propia liberación.
Esto ocurría muy de la mano del enfoque metodológico de la corriente de pensamiento de Educación Popular que también se desarrollaba en ese período. Había un nivel de articulación en toda la región latinoamericana que posibilitó que la literatura producida desde esta visión de la iglesia, incluyendo las canciones, se difundieran en todos los países del área. Se trataba de cantos de esencia popular con aire de la cultura perteneciente a la subregión en la que surgía: Suramérica, Centroamérica o El Caribe. La Teología de la Liberación y Educación Popular emergidas en el corazón mismo de los pueblos latinoamericanos estuvieron a la base de nuevos movimientos sociales, tanto en el campo como en los centros urbanos marcados por los grandes conglomerados desocupados, excluidos, invisibilizados y hacinados en las periferias.
La producción artística más emblemática es la que realizara Carlos Mejía Godoy en 1975 con el lanzamiento de un LP con nueve canciones: Misa Campesina Nicaragüense. Un año después la Conferencia Episcopal Nicaragüense la prohibiría, lo cual no impidió que circulara clandestinamente en aquel contexto de decadencia de la dictadura Somocista y de avance del proceso revolucionario sandinista. Esta producción también se difundió ampliamente entre las Comunidades Eclesiales de Base de América Latina. Luego, justo en el año del derrocamiento de la dictadura, 1979, un grupo de artistas españoles, entre los cuales estaban Ana Belén y Miguel Bosé, grabó el álbum convirtiéndose en un éxito comercial. Veamos un fragmento de una de sus canciones, El Credo:
“Creo señor firmemente
Que de tu pródiga mente
Todo este mundo nació
Que de tu mano de artista
De pintor primitivista
La belleza floreció
Las estrellas y la luna
las casitas las lagunas
Los barquitos navegando
Sobre el río rumbo al mar
Los inmensos los cafetales
Los blancos algodonales
Y los bosques mutilados
Por el hacha criminal
Los inmensos los cafetales
Los blancos algodonales
Y los bosques mutilados
Por el hacha criminal
Creo en vos
Arquitecto, ingeniero
Artesano, carpintero
Albañil y armador
Creo en vos
Constructor de pensamiento
De la música y el viento
De la paz y del amor”.
Luego con la contrarreforma en la iglesia católica pronto el canto de carácter emancipatorio dio paso nuevamente a ese canto de alabanza que, de alguna manera, recupera la tradición y busca la intervención del Ser Supremo en la vida individual y colectiva, como en los Canticos de Moisés. Desde las últimas décadas del siglo XX hasta el día de hoy es la perspectiva predominante. Esperemos un nuevo giro.
Notas:
- Liska, María Mercedes. "La música de Nuestra América y sus notas disonantes en las relaciones de poder". La revista del CCC [en línea]. Julio / Diciembre 2014, n° 21. [citado 2016-07-24].
- Leymarie, Isabelle (1998) Músicas del Caribe. Ediciones Akal, S.A. Madrid.