El siglo veinte, y muy particularmente la segunda mitad, fue la época de expansión de los sistemas de servicios públicos en America Latina (y gran parte del mundo). Pero, como a mediados de ese siglo nuestra región adquiere conciencia de que tenia que apurar el paso debido a su rezago respecto a los países mas avanzados de Norteamérica, Europa y Asia, entonces se pone el foco de atención en ir incrementando la cobertura de todos, procurando la universalización.
Ahora bien, como los gobiernos carecían de recursos suficientes para establecer buenos sistemas, pues en la región los ingresos medios eran menores y, sobre todo, la carga fiscal siempre ha sido precaria, prefirieron ocuparse de la cantidad a cambio de descuidar la calidad. Eso decretó la forma en que devinieron los servicios públicos en prácticamente toda la región. Pero la República Dominicana se pasó de la raya.
A veces creemos que hablamos sólo de la educación y la salud pública. Es mucho mas que eso: afecta la forma como se desarrollaron los sistemas de orden público, la justicia, el agua potable, la electricidad, el saneamiento básico, el transporte, la organización del tránsito y no sé cuántas cosas más.
Mientras el acceso a los servicios se medía exclusivamente a partir de los indicadores de cobertura, entonces América Latina salía relativamente bien parada en las comparaciones internacionales. La inmensa mayoría de los niños y jóvenes iban a la escuela, había médicos, enfermeras y hospitales casi para todos, la mayoría de los hogares estaban conectados a electricidad y a las redes de agua, en todos los pueblos había policías y juzgados, etc.
Los análisis y las comparaciones se hacían sobre la base de la cobertura, es decir, de cuantas personas u hogares eran alcanzados. Y los sistemas estadísticos se diseñaron para medir eso. Por ejemplo, en las encuestas y censos se preguntaba si el asistía a la escuela o si el adulto sabía leer o escribir, dándose por sentado que con eso se medía la educación.
Todavía hoy me parece risible que midamos la cobertura del saneamiento preguntando en el hogar si el ayuntamiento recoge la basura en su calle, y en base a eso dar por resuelto el problema. O bien si la vivienda tiene llave de agua y en base a eso entender que hay agua potable. Y todavía creemos que estamos midiendo una gran cosa pretendiendo que el progreso del sistema judicial se determina por el numero de audiencias o de sentencias.
El problema aparece cuando los organismos internacionales y los investigadores sociales descubren que eso no resuelve mucho: que no basta saber cuántos niños van a la escuela, sino si están aprendiendo; no es saber si hay hospitales o médicos, sino cómo está la salubridad; no se trata de saber si hay cuarteles policiales o juzgados, sino si hay criminalidad e impunidad.
De todas esas cosas, el que más llamó la atención (o el primero) de los estudiosos y las instituciones internacionales fue el de la educación, por su vinculación con todos los demás aspectos del progreso humano y el bienestar. Y ahí se descubre cuán mal están quedando los países de America Latina. Cuando se comenzó a medir aprendizaje, la República Dominicana apareció en la cola de América Latina, justamente la región con peores resultados en el mundo; y cuando esa medición se extendió a nivel mundial, comenzamos a aparecer también en el sótano.
Con el paso de los años, en nuestro país este servicio fue el que más atención concitó y más reclamos sociales fue generando, terminando con las manifestaciones de las sombrillas amarillas y, finalmente, con la decisión del Presidente Danilo Medina de dar cumplimiento al mandato legal de asignar por lo menos el 4% del producto en recursos públicos para la educación.
En estos días llueven en los medios denuncias y quejas sobre la cantidad de niños que se quedan fuera de las aulas por falta de escuelas o por deterioro de su planta física. Es decir, parece que el problema sigue siendo de cobertura. Pero ese nunca fue el problema grave y, si tras un esfuerzo gubernamental tan grande construyendo aulas ahora creemos que el principal problema del sector educativo dominicano es de planta física, entonces estamos apuntando al blanco equivocado.