"La mejor historia es de difícil testimonio, la hacemos en la intimidad, es ese pensamiento de muchos párrafos que solo tiene eco entre los linderos de la mente, a veces, sin principio, como si continuáramos desarrollando un drama iniciado en una otrora inaccesible. Es lo que asoma en los sueños, o en aquella reflexión inmensa, sabrosa, erudita, imposible de convertir en negritas o en palotes milenarios. La prosa más cruda, hermosa y real la hacemos en la espera, en la mirada, se hace en lo que pienso cuando te miento o cuando te amo y no puedo decirlo". Distinguida Señora (p. 228).

I. Lectura de una historia: Texto e intertextualidad

Carmen Imbert-Brugal publica su primera novela canónica Distinguida Señora en 1995, en la cual plantea una desconstrucción del  discurso  de lo  "femenino" y  escribe desde una perspectiva feminista, asignándole a la protagonista, que es al mismo tiempo narradora-testigo, elaborar un lenguaje propio a partir de la divagación narrativa.

La lectura de este texto nos propone el análisis de un personaje anodino y  "caótico", identificado únicamente a través de la voz de Ismael como "la muñeca" y,  por la narradora en la voz del cabo Rodríguez como "distinguida Señora".

La novela se desarrolla en su conjunto en primera persona, cuenta la historia de una mujer fragmentada, una bailarina "que camina con un destino inventado… (y) tiene una historia de gozos inenarrables, de miserias incompartibles (con) un vértice donde convergen todas las historias posibles" (1995: 228) (1), que ha olvidado su nombre por falta de uso, que obedece siempre a su cuerpo "acostumbrado a responder al llamado de la carne con un solo silbido" (98).

Carmen Imbert-BrugalImbert-Brugal, a través de la reflexión ficcionalizada, levanta una territorialidad discursiva  de una época  cuyo  contexto representa los años de "gobernabilidad" autoritaria que se instaura en la República Dominicana a partir de la década de los 70’s, donde lo conocido, y su carga de códigos y prejuicios,  se intuye por medio de la compleja mistificación del orden patriarcal.

La protagonista se asimila a las máscaras del poder político a través de la metáfora de la otredad. En su historia personal opta por desdoblarse explorando nostalgias, buscando la sombra de las hermanas de Adelaida, de sus historias, a las cuales Ismael dio forma, nombre y caracteres, para castigarse con la irrealidad. Ella construye la conjura de su vida proyectando su deseo apasionado en las contingencias de una sensual sexualidad, aún cuando esperando un quizás de ilusiones que nunca llega y venciendo su compromiso emocional en la aceptación del cuerpo reconoce que: "El amor tiene variantes insondables".

Imbert-Brugal enfrenta la voz de "la muñeca" a la voz patriarcal, al mundo y a la mirada masculina que la hace "fugitiva de (sí) misma, sin mucho placer, por la obligación de no morir antes de lo previsto" (17).

La "naturalización" del sistema patriarcal como presente y pasado de las mujeres despierta en Imbert-Brugal una memoria selectiva. La autora construye desde el primer capítulo los juegos de relaciones que se crean desde la errante y conflictiva identidad magnánima de los personajes masculinos como sujetos represivos, manipuladores, que emprenden una lucha contra la mujer en razón del odio, el poder y la "expropiación de los deseos constitutivos de  la subjetividad femenina".

En la búsqueda y desencuentro de los aditivos del amor, la protagonista contrapone su voz como interlocutora a la voz de una generación atrapada en la paradójica historia de un arquetipo autoritario que crece en la inmolación de muchos que fueron víctimas de la complacencia, el asentimiento o el mutismo.

Las palabras de "distinguida Señora" colocan el texto de frente a la historia oficial cuando dice, en su rol de protagonista-observadora que: "No es lo mismo la muerte que ver los muertos" (41) y que cuando "la construcción de una sociedad se hace sobre la carroña, los desperdicios de la muerte son los cimientos utilizados para edificar la civilización del espanto".

"Distinguida Señora" narra a María, "a quien llega con la inquietud mansa de los vencidos" (84) que "después que… cas(ó) ya no cuent(a) historias de la bodega, nadie las escucha, pero las pienso constantemente. A veces no sé si estoy allá o aquí. Repito las historias, María, no quiero olvidarlas, lo que vivo ahora no quiero que sea recuerdo" (83).

Atrapada en los sentimientos de la soledad, la infelicidad, la locura, el amor, la tristeza, el suicidio y la cobardía, "la muñeca" no pierde como apelativo el recuerdo de su infancia, cuando a los ocho años era cómplice de su padre, los viernes, e iban a  "aquel lugar de sueño donde entr(ó) una tarde y vi(o) bailar a unas azucenas y movimiento de brisa…" (32): "Así entiendo el futuro…aterrada con la posibilidad de convertir esto en pasado cuando ya las fuerzas no me permitan evocar este instante" (33).

La Habana antes de 1958Ese "lugar de sueño" era el paraíso para Ismael, el lugar donde la niña (en otra isla) entre "bongós y dominó" conoce aquel olor de Ismael a trasnoche. Era el lugar que le abría sus ilusiones al vaivén del naufragio, a una vida que acepta sin "capacidad para querer(se) en los demás" (216).

Desde allí empieza la ruina de su inocencia, andando y desandando como bailarina para terminar en un "Santo Domingo Cumbanchero, de miseria, con olor a lujuria y a inocencia" donde conoce a su llegada, siendo secretaria de un sueco, a Montero, un joven homosexual que bailaba vestido de travesti en un cabaret de la zona roja, cuyos amantes se convirtieron en los amantes de ella.

Desde entonces se produce la inserción de la protagonista en un territorio de contingencias donde la indudable cuota de su libertad pertenece a los otros: a Juan, el amante de Montero, al cual se entrega cuando "…el clima de gusto calienta al espectador más despistado y obnubila a la persona con ganas que perder" (15); a Lucrecia, la amiga inseparable de Juan, y amante de Martina, la mujer con quién Juan  planea casarse para zafarse de Montero; al cabo Rodríguez, su compañero en el desconcierto, "de soledades y derrotas además de (su) chofer" (72); a Francisco, un político excluido del poder de sesenta años, que tenía treinta años de matrimonio, y conoce en una noche de orgías, con quien casa, y para quien ella era un capricho, y además su testaferra; a Francisco, hijo, su amante, con quien reflexiona sobre el agotamiento de las municiones existenciales de los progresistas del país; a Ramón, un amante más, con quien se va a Miami para recuperar la libertad y explorar nostalgias teniendo contacto con una masa de compatriotas; a El Rubio, otro amante, con quien lucha por la rehabilitación política del viejo, y a todos aquellos con los que tenía relaciones cortas y fugas múltiples en las noches, cuando seducía cuanto muchacho apuesto tropezara en su camino, para luego ir donde Francisco a buscar la ternura.

Imbert-Brugal por medio de estas múltiples voces hace perentorio el viaje de la protagonista por  un territorio textual de confidencias sin reticencias, donde el discurso de "la muñeca" no  cambia de sentido, siendo unidireccional a lo genérico, signado por el anonimato voluntario, por la cohesiva confrontación del silencio con la intimidad de la cotidianidad.

La protagonista traza su versión de la sexualidad y el rol genérico de la mujer en el orden patriarcal cuando se define como: "esa otra persona, la menos vista por mí siendo yo misma" para añadir: "Negada la visión de mí, que soy mi rostro, descubría cada parte de mi cuerpo, permanecía horas conociéndome, tocándome, me aferré a mis manos" (200).

Es así como el ámbito de lo privado del cuerpo no es siquiera una resistencia a esa fiebre de paraíso sexual que presume la protagonista como "un asunto de instante y privilegio en el tiempo" (38) y cuando se tiene "licencia para ser desdichada" (28).

II. Las heredades del extrañamiento

Distinguida Señora es una novela de simultaneidad temporal desarrollada en dos islas del Caribe. Iniciando la búsqueda de sí misma, la protagonista establece un lugar en su memoria al "Comprender que el mundo existía después de mí o a pesar de mí" (106).

"La muñeca" ("distinguida Señora") crea un espacio intermedio para establecer dos mundos: el de ahora y el de antes.

En el mundo anterior –en la otra isla, en Varadero (Cuba)- ella está y ha quedado relacionada a un "paternalismo" que representa Ismael, quien logra permear los intersticios de su memoria, siendo el recuerdo un inquisitivo palimpsesto de presencia invisible detrás de un autoritarismo pasivo, basado en la obediencia inconsciente de las mujeres de la "otra isla", sin estrategias para subvertir lo limitado y limitable de las relaciones afectivas, desautorizadas para actuar, forzadas a la auto-censura y al aislamiento, entronizadas en los roles impuestos por los estereotipos femeninos.

La Habana. Chica en un burdel del distrito rojo, 1954. Fotografía de Eve Arnold.La protagonista-testigo desplaza sus recuerdos a través del orden simbólico de una bodega, el espacio "cerrado" que es garante de la heterogeneidad de historias íntimas que al descuido siendo niña escucha y comparte, al tiempo de abrir el cauce de su creatividad, según un enjambre de voces en desdoblamiento que marginan a la mujer en la franquicia de la casa como "impecables" objetos de posesión y deseo.

"La muñeca" reconstruye t re-escribe una época de su vida interpolada en su historia cotidiana como fragmentos intertextuales que se nuclean en las relaciones de parejas cuya insistencia temática es la muerte, la locura, la evasión, el suicidio, la tortura, la soledad, la autoliberación, la castidad, el desamor como reverso de la irrealidad que interactúa y participa en la escritura que recose estos relatos al parecer inciertos.

Carmen Imbet-Brugal como narradora aborda desde aquí su tarea "femenina". Reconstruye y arma la fragmentación de la protagonista de su texto. Inserta en esta novela diez y seis historias de mujeres, diez y seis capítulos-cuentos con asidero en las coordenadas que traza la carga connotativa de los apuntalamientos ideológicos superpuestos a la tradición del realismo mágico.

Estas historias son el puente entre el presente y el pasado de la protagonista, sincronizadas y escritas para descifrar misterios e inventar enigmas, y destinadas al escudriñamiento de lo indecible, no obstante, aniquilar el devenir, aún cuando se exprese diciendo : "Me gusta conservar esa experiencia, recordarla como parte de la vida que más quise y que nadie, ni aún después de tener a todos y todo a mi mano, ha podido sustituir ni superar, quizás porque yo misma no quiero que penetren en ese mundo, mitad mentira y mitad verdad, controlado por mí en la memoria, acomodado para preservarlo limpio, satisfactorio, hermoso" (45).

(1)  De aquí en adelante se citan las páginas de la edición de 1995.