El pasado 8 de enero publiqué un artículo titulado La crisis del COVID, la canasta familiar y la recuperación económica, en el cual hacía referencia a la composición de la canasta de consumo de los hogares dominicanos, y prometía para una fecha futura escribir sobre los cambios que la misma ha venido experimentando.

La canasta de consumo de las familias depende, no solo de la economía, sino también de la estructura social, la cultura, de influencias externas e incluso de factores como el confinamiento. La primera encuesta nacional de gastos e ingresos de las familias se realizó hace más de cuatro décadas, entre 1976 y 1977. En aquel tiempo, como corresponde a una economía de bajos ingresos, la mayor parte del presupuesto de las familias dominicanas se destinaba a la alimentación.

La alimentación es, con mucho, la más primaria de las necesidades humanas. Eso explica, por ejemplo, que en los inicios del hombre como ente económico, las primeras ramas productivas que surgieron fueran aquellas vinculadas con la producción (o simple recolección o captura) de alimentos, como la pesca, la caza, la agricultura, ganadería, etc., por lo que después los economistas comenzaron a llamarlas “actividades primarias”.

Así que en ese tiempo resultó que los hogares gastaban en el renglón alimenticio el 50.8% de su presupuesto. Para 1984 dicho porcentaje se había reducido al 42.8%, y así sucesivamente hasta que ya en la más reciente encuesta, que tuvo lugar en 2018, había bajado a 32.2 por ciento.

Estas cifras no son exactas por la siguiente razón: al hacerse la primera encuesta aparecía una pequeña porción denominada alimentos preparados fuera del hogar, pero aparentemente el porcentaje resultante fue tan pequeño que ni siquiera se incluyó explícitamente en la publicación. En la segunda encuesta (1984) se volvió a medir, resultando que un 2.2% de los gastos familiares se hacían en alimentos servidos fuera de la casa.

En la medida que la sociedad fue cambiando, por múltiples razones este porcentaje se hizo más grande, y ya para la tercera encuesta, el concepto publicado, en vez de “alimentos servidos fuera de la casa” pasó a llamarse “hoteles, bares y restaurantes” (HByR), con un 7.2%; esto tiende a confundir, pues en este subgrupo, lo que es propiamente hoteles es una ínfima parte, y más del 90% corresponde a la comida que muchos obreros y empleados consumen en establecimientos que ni siquiera llegan a la categoría de restaurantes, sino que son fondas, comedores, lugares de expendio de comidas incluso ambulantes, o sencillamente comida en su trabajo. No por casualidad, los pobres gastan una porción mayor que los ricos de sus ingresos en HByR.

Con los datos del 2018, el componente llamado HByR representa cerca de la tercera parte del presupuesto de alimentación, debido fundamentalmente a que, por el crecimiento de las ciudades, el congestionamiento del tránsito y encarecimiento del transporte, se dificulta moverse a comer a la casa, a lo que contribuyen factores como la integración de la mujer al mercado laboral, que reduce las posibilidades de dedicarse a preparar las comidas para cuando lleguen los demás, la abundancia de negocios de comida rápida, o el establecimiento de comedores en centros de trabajo.

A diferencia de la alimentación, en el presupuesto promedio de las familias el componente de vivienda, servicios del hogar, mobiliario y equipo doméstico tendía a ganar ponderación con el progreso económico. En 1976-77 los hogares gastaban el 13.6% de sus ingresos en este concepto y en 1984 el 22.9%. Pero a partir de 1998 se dejó de incluir el autoconsumo en el caso de viviendas, es decir, el alquiler imputado cuando la casa es habitada por su propietario o en calidad de cedida. Con eso volvió a bajar el gasto en vivienda, el que representó en 2018 un 12% del presupuesto familiar.

Pero el aspecto que más llama la atención del analista es el incremento del costo del transporte para el presupuesto de las familias. En 1976-77 un hogar típico destinaba el 6.1% de su presupuesto al transporte, en 1984 el 6.3%, congruente con patrones internacionales; pero alcanzó 16% en 1997-98 y siguió subiendo hasta 17.3% en 2007, aunque bajó ligeramente por debajo del 15% en 2018. Esto no es habitual, y no parece humanamente razonable que una familia tenga que destinar una porción tan grande del fruto de su esfuerzo a cubrir los gastos de su movilización, más aún, cuando los mismos datos indican una creciente parte usada en comer fuera de la casa que, en alguna medida, debería ayudar a economizar lo gastado en transporte.  Y todavía más, cuando la tecnología tiende a evitar los requerimientos de movilización.

Otros componentes que se convirtieron en importantes fueron los de comunicaciones (4.5% en 2018), educación y salud (12.2%), y diversos (9.7%), dentro de los cuales destacan los bienes y servicios de cuidado personal. Vamos a ver en el futuro cuánto ha cambiado esto tras la COVID-19.