La oposición, reitero, tiene todas las posibilidades de ser una alternativa de cambio a la continuidad de un régimen corrupto y disoluto como este del PLD. En ese sentido, desde el punto de vista político y de estrategia electoral, es lógico que la oposición insista en expresar que realmente constituye una esperanza de cambio. Sin embargo, por diversas razones el espectro opositor debe establecer, en lo posible, los alcances de ese cambio. En los programas y propuestas de gestión del territorio de sus candidatos a alcaldes y alcaldesas tienen la posibilidad de establecer lo que realmente quiere cambiar y el establecimiento de esos alcances debe discutirse con el principal candidato presidencial de la convergencia opositora.
La experiencia dice que las principales razones por la cual la oferta de cambio de las alianzas y pactos de la oposición debe establecer sus alcances, es porque la gente tiene a hacerse unas expectativas de cambio generalmente muy superiores a la capacidad de satisfacerlas de parte de quien las ofrece. No siempre quien plantea transformaciones tiene los recursos materiales y humanos para lograrlas. Mientras más percibidas como agentes de cambio sean las fuerzas que acceden al poder, mientras más progresistas se digan ser, mayores serán las demandas de la gente y más propensos sus gobiernos a decepcionar. Esta propensión se potencia en esta época de hartazgo y descreimiento de la gente en las mediaciones políticas, principalmente en los partidos.
Por otro lado, las grandes medidas económicas de los gobiernos centrales para satisfacer las demandas de mejor calidad de vida de la población generalmente han sido insuficientes o equivocadas. Esa circunstancia es generalizada en todo el mundo, pero más acentuada en los países subdesarrollados, debido a su falta de institucionalidad, la corrupción, la ineficiencia de sus gobiernos centrales y locales. Estos países tienen el 25 de las 30 ciudades más grandes del mundo, según proyecciones, en el 2025 tendrán el 78% de la población urbana mundial. En estas ciudades crecen la concentración de riqueza y de pobres, el deterioro moral, la carencia de servicios, la expulsión de su población hacia sus periferias, negándoles su derecho a la ciudad.
Aquí, eso sucede con el Gran Santo Domingo y Santiago, situando el tema de la gestión del territorio, urbana y municipal como elemento esencial de la pregonada política de cambio del eventual próximo gobierno. También, sitúa la gestión de estos dos grandes centros urbanos como una cuestión de política de Estado, situando igualmente la gestión de todas las ciudades del país en la agenda de las discusiones de las alianzas y acuerdos establecidos por la oposición. El más interesado de esto debe ser el candidato presidencial del PRM, Luís Abinader, quien como economista sabe que, a partir de los años 80, la descentralización, la regionalización, el desarrollo local y el territorio constituyen el nuevo paradigma de desarrollo. No el centralismo estatal ni el presidencialismo ineficaz.
Un gobierno central no puede ser exitoso con gobiernos locales ineficientes. El fracaso de esos gobiernos se convertiría en fracaso de todos los jefes de las alianzas y/o acuerdos de la oposición. En tal sentido, los programas de los candidatos a alcaldes, alcaldesas y/o directores (ras) de distritos municipales para las próximas elecciones municipales, deberán tener objetivos realistas y ejecutados sin nominillas y con pulcritud, en el contexto de una nueva concepción de relacionamiento entre gobierno central y municipios para el cambio y la gobernabilidad.
El próximo gobierno, si es de la oposición será un gobierno que podría calificarse de transición, y todo gobierno de esa naturaleza genera un sentimiento de esperanza de cambio, de cambio institucional orientado hacia el fin de las prácticas políticas que impiden el acceso de la gente a servicios básicos, a certidumbre sobre el presente y muchas expectativas sobre el futuro. Ese gobierno tendrá, además, grandes nubarrones sobre la economía, una sociedad lastrada institucionalmente y con grandes desconfianzas en torno a sus instituciones claves: los partidos, la Justicia y servicios básicos como la educación, la salud, el transporte etc.
Esos temas que no se resuelven sólo con las propuestas plasmadas en programas que cada quien elabora con sus técnicos y allegados. Antes de ser poder, es necesario que lleguen a pactos sobre cuestiones claves para evitar los efectos corrosivos de las fuerzas de la continuidad, de la cultura política del pasado que siempre están presentes en los procesos de cambios. Entre otros, un acuerdos la gestión del territorio, del municipio y las ciudades podría ser el inicio de esa profundad transformación que en términos institucionales requiere este país. Poner esta cuestión como debate en el contexto de las próximas elecciones municipales podría ser mucha utilidad.