La historia de este país, como la de la generalidad de los demás países de la región está jalonada de momentos heroicos, de grandes luchas por la libertad y por valores esenciales de la democracia que han contribuido a nuestra identidad y que no perezcan definitivamente importantes conquistas democráticas. Pero en ese discurrir de nuestra historia también hemos visto muchos proyectos fallidos, importantes oportunidades perdidas para profundizar esas conquistas para tener una democracia de mayor calidad. Para salir de ese círculo perverso, es necesario hacer conciencia de que las mayorías que surgen de las urnas serán insuficientes para producir un cambio si el poder alcanzado descansará básicamente en una figura o en un colectivo político.

A ese propósito resulta útil reflexionar sobre los intentos de cambios llevado a efecto en diversos países de la región, algunos de ellos con conquistas indiscutibles, pero sin una profundización de estas que hicieran irreversible los procesos de cambio, otros fallidos y algunos terminados en tragedia. Me refiero a esos gobiernos progresistas en la región que en su momento se pensó que no solamente lograrían transformar radicalmente esos países, sino modelos de cambio político y social. Pero en la generalidad de ellos la derecha ha remergido, apoyada en la concentración del poder mediático y del gran capital que nunca han perdido, también ayudada por importantes errores del nuevo liderazgo y por las innegables falencias de los sectores progresistas lo acompañaron antes y durante su mandato.

En la generalidad de esos gobiernos el poder se concentró básicamente en una fuerte figura que controlaba el poder ejecutivo, por momentos sin mayoría congresual como son los casos de Evo Morales, Hugo Chávez Correa. Lula, Lugo y la Rousseff nunca la tuvieron, siendo los dos últimos destituidos arbitraria e injustamente por el Congreso. Cuando el Ejecutivo tuvo un Congreso favorable, esta institución no actuaba como garante institucional del proceso y al carecer de una relativa independencia actuaba sujeto y/o confundido con el poder del Ejecutivo. Esta circunstancia justifica insistir sobre la importancia de un Congreso que sirva de contrapeso y control de cualquier gobierno, abandonando lo que Constanza Moreira llama progresismo presidencialista, un anacronismo, un lastre. Agrego.

Si las fuerzas progresistas carecen del control de los pilares fundamentales de la economía, si su hegemonía es precaria o inexistente, dado el peso de los medios de comunicación a través de los cuales se fortalecen los valores conservadores de los poderes facticos, entonces debe tener incidencia determinante en esferas claves del poder que pretende promover cambios sustanciales, esa incidencia debe ser fundamentalmente en el Congreso y en los poderes locales.  Los fracasos de algunos gobiernos progresistas y la crisis que actualmente atraviesan otros, no pueden desligarse de la limitada institucionalización y la falta de control o incidencia sustancial de la sociedad en las instancias donde se producen las decisiones claves para el avance o retroceso de esos procesos

No existe una fórmula mágica para orientar los procesos en el sentido deseado, pero recogiendo experiencias propias y ajenas, el progresismo dominicano debe encontrar una que le permita tener fuerte incidencia en el Congreso y poderes locales de cualquier gobierno que pretenda ser de cambio.  Esto implica un cambio radical en la forma en que los sectores de la política dominicana enfrentan los procesos electorales con la finalidad de producir un cambio de rumbo en la conducción del país para mejorarlo sustancialmente. Implica que, si se quiere cambiar es necesario iniciar un proceso unitario, pero con propuestas concretas de cómo participar en un eventual nuevo gobierno, no simplemente delegar en uno que otro candidato, que a su vez presentan sus listas de candidatos a diversas instancias de poder, no necesariamente comprometidos con el cambio.

Los programas de gobierno preparados por diversos grupos sociales y/o políticos son útiles, constituyen un conjunto de ideas que resumen objetivos comunes de quienes los elaboran, pero son insuficientes si no están acompañada del perfil de quienes los ejecutarían y si el grueso de los candidatos que acompañarían la figura propuesta para ocupar el poder ejecutivo es parte de las burocracias de las organizaciones políticas, “tradicionales” o no. Los programas serán insuficientes si la unidad planteada es esencialmente delegativa, no participativa, si del seno de los diversos actores que proponen la unidad construida alrededor del programa unitario no asumen la responsabilidad de ser ellos también parte del poder a constituirse, independientemente de la vía escogida. 

Si estos no serán parte esencial del Congreso y de los poderes locales con que se pretende producir un cambio. Un cambio que no sería sostenible si es meramente delegativo.