Trabajar la dependencia emocional es un reto muy difícil para algunas personas. En un abordaje terapéutico las herramientas con la que contamos son los recursos personales, historia familiar y capacidad de cambio de las personas. Todos estos elementos se ponen a disposición del proceso, además de la disciplina, consistencia y responsabilidad con las demandas de la terapia.
Hay un elemento muy importante que si no está, posiblemente ninguno de los anteriores servirá de mucho. Me refiero al momento en que las personas están listas para iniciar y asumir un cambio en su vida. Ese momento es trascendental pues es lo que motoriza el proceso. Es un momento que depende de la persona y no del profesional con quien esté trabajando.
Siempre digo que este es un elemento que me encanta del trabajo que hago pues nos hace caer en cuenta a los terapeutas que no tenemos el poder, sino y solamente, los recursos para ponerlos a disposición de las personas a las que acompañamos, quienes son las que deciden cuándo cambiar sus vidas. Cuando ese momento llega aparece el miedo, pero hay capacidad de hablarlo y afrontarlo; aparece la angustia pero se reconoce y se afronta de manera positiva; aparece la necesidad de control, pero se identifica y se comienza a aceptar en humildad que hay cosas que dependen de la persona y otras hay que dejarlas ir.
Quise escribir acerca de esto por una situación que vivimos en el Centro de Atención a Sobrevivientes de Violencia que sacó al descubierto la necesidad de algunos ajustes. Como toda crisis, trajo cambios y estos despertaron el miedo, la angustia y la necesidad de control de algunas de las mujeres. Todas estas emociones son características de los procesos de dependencia emocional.
Se trató de la suspensión temporal de los programas de Hatha Yoga, Biodanza y Terapias grupales por remodelación de la “Unidad de la Rómulo”, como es llamada por la gente. Teníamos en el Centro a todo su personal y fue necesaria una reorganización temporal de los servicios. La crisis duró un mes y las respuestas fueron variadas entre todo el conglomerado de mujeres atendidas.
Un grupito de mujeres en proceso, reaccionó con angustia frente al cambio y se despertaron las reacciones de dependencia, ya no de sus agresores sino de los servicios prestados por el equipo técnico del Centro. En un texto escrito por ellas descubrimos una narrativa dependiente que hablaba de la posibilidad casi de morir, si no seguían recibiendo estos servicios. Su vida perdería el sentido y su futuro estaba en riesgo. Ellas pensaron que era un halago para el equipo el que nos dijeran que nos “necesitaban” de esta manera.
Hay una frase que digo a mis pacientes en el consultorio: “mi objetivo es que ya no me necesiten”. De lo que se trata es que cada persona nos utilice como recurso de crecimiento y asuma la responsabilidad por su propia vida. Al pasar el tiempo, luego de un proceso pueden regresar por una nueva situación, esas puertas estarán siempre abiertas, pero sus propias manos son las que construirán su vida y su bienestar.
Cuando como equipo observamos con ojo clínico y le dimos la interpretación correcta a la situación, tomamos algunas decisiones. Conversamos con las mujeres, establecimos algunos controles y cambiamos la estrategia, pues de ninguna manera el propósito es que nos necesiten para vivir sino para crecer y continuar su vuelo.
A veces las personas creen que han sanado pero solo han traspasado su dependencia a otra área. Pudiera ser por algo más positivo, pero igual sigue siendo dependiente de algo o alguien externo a sí mismo. Puede ser algo tan positivo como hacer ejercicio, trabajar, dedicarse a una actividad filantrópica, pero si se da como una sustitución, la dinámica sigue siendo la misma.
Es responsabilidad del terapeuta o el equipo clínico hacer mirar más allá para profundizar y acompañar al cambio real que se logra con la autonomía emocional y el crecimiento en la individualidad que conecta de manera sana con los demás, incluidos los más queridos.