Cada uno en su burbuja. Estas Navidades fueron especiales y atípicas.  A lo opuesto de las que fueron desde que, al nacer mi hijo, inicié mi propia tradición celebrándolas en mi casa y no en Puerto Plata con la familia de mi esposo.

Al ser una inmigrante, Navidades es un periodo del año donde me abrazan nostalgia y melancolía, razón por la cual siempre abrí mis puertas a los amigos y amigas que no tenían familia en el país o en Santo Domingo, que estaban de paso o se encontraban desamparados; amigos y amigas fijos y entrañables, expatriados, vecinos, familiares, personas de distintos países y de diferentes credos.

No puedo recordar todos esos comensales, pero algunos fueron fieles durante decenios y los he tenido muy presentes en esta Noche Buena fuera de rumbo.

El teléfono, las redes, fueron lo que nos acercó más a nuestras amistades encerradas por edad, responsabilidad o circunstancias dentro de sus casas, en el país y alrededor del mundo.

Las caritas sonrientes reemplazaron en muchos casos los abrazos y apretones, hubo algunos toques de codos, pero ni ellos son recomendados.

“Estuve sola con mi cenita frente al televisor”. Eso pasó a menudo para los “ancianos”, tanto en Santo Domingo como en París o Plousganou, y miles de ciudades alrededor del mundo según las normas impuestas y los diferentes toques de queda. Las mismas modalidades, pero en horas diferentes.

Aún con la alegría y el inmenso privilegio de estar rodeada de mis hijos en esta noche festiva fue imposible desprender mis pensamientos de los que se fueron a destiempo por la pandemia, de los que por responsabilidad se quedaron en sus casas para no tomar el riego de contaminar a amigos y familiares, de los que tuvieron miedo y se auto aislaron, de los médicos y personal de salud que se exponen diariamente y de los cambios que hemos tenido que adoptar brutalmente en nuestras vidas.

La crisis de la covid-19 y las incertidumbres que esta arrastra me hicieron reflexionar sobre los aprendizajes que nos ha traído el 2020.  La solidaridad, compasión y reciprocidad de muchos se ha mostrado en forma directa e indirecta, pero a la vez también se han manifestado actitudes de egoísmo, deshonestidad, injusticia y mentira.

Hemos tomado conciencia de nuestra vulnerabilidad e interdependencia y de hasta qué punto nos necesitamos los unos a los otros para sobrevivir y vivir dignamente, también de que la naturaleza es vulnerable.

Necesitamos tener mayor responsabilidad y compasión para estar más atentos a nuestras obligaciones que a nuestros derechos, más atentos a las consecuencias que tienen nuestros actos en el trato con los demás y también con el medio ambiente.

Las crisis promueven la reflexión humana y esta pandemia nos aportado muchas acciones y reflexiones positivas, que parten precisamente de que somos una sola humanidad.