Los cacerolazos que retumban en las otrora tranquilas urbanizaciones de la capital son comprensibles desde la idea del inconsciente colectivo de Jung.
Según Karl Jung, discípulo de Freud, el inconsciente se construye sobre la suma de experiencias, y de esa misma manera, la sociedad va acumulando cosas hasta que algo sucede, como la gota que revienta el vaso. Ese momento es impredecible, y no obedece a leyes como algunos quisieran, pues solo podemos decir que en algún momento se rebosa el vaso, y los torrenciales comienzan a brotar.
Los cacerolazos de hoy tienen que ver con cosas que se fueron acumulando. Uno de los primeros eventos fue el escándalo del PEME: las evidencias y los responsables eran visibles, pero vino una orden de arriba, y se rompieron los expedientes. El caso de la Sun Land por U$130 millones de dolares tenía todos los elementos para un juicio ejemplar, y fue correctamente sometido ante las más altas instancias, pero, se adujo que los demandantes “no tenían calidad moral para presentar ese recurso”. Así se han sucedido los diferentes casos, uno tras otro, pero siempre aparecen jueces que sentencian: “No ha lugar”, o aquella vez que la fiscal adujo que “no hay tipificación para ese delito”. El caso Odebrecht por U$90 millones de dólares parecía la gota para rebosar el vaso, y ahí surge Marcha Verde con sus contundentes movilizaciones por todo el país, pero, por alguna razón aquello no devino en cambio político. El reciente tollo del pasado 16 de febrero sí rebosó el vaso, y no solo por el tollo, sino por los intentos del gobierno de achacar el fraude a la oposición, algo que nunca ha sucedido en ninguna parte del mundo.
Lo que sucede hoy expresa el desencanto con un modelo de gobernanza caracterizado por el allante. Por ejemplo: se construyen infraestructuras físicas que implican su buena mordida para los funcionarios, y que impresiona a la gente, pero el desorden en las calles sigue igual, y somos el país más inseguro para conducir un vehículo. Se hacen nuevas escuelas, pero no se reforma el curriculum, y como resultado, el informe PISA nos coloca como el peor sistema educativo del mundo. Se crea el 911, pero los centros sanitarios carecen de los medios necesarios. La macroeconomía crece, pero se mantiene la inequidad, con funcionarios que ganan millones, y empleados que ganan cheles.
En respuesta a todo esto el inconsciente colectivo del pueblo responde de forma espontanea, como cuando se rompe un hechizo para ver la realidad, y aparecen los jóvenes vestidos de negro, en señal de luto por la impunidad y el comesolismo, y declarando a voz en cuello: “¡SE VAN!” El genio artístico despierta, y los jóvenes escriben versos, componen canciones, y se inventan toda clase de estribillos. El luto es por la pérdida de los derechos, pero es también alegría por tantos funcionarios que se van, y por partidos bisagras que desaparecerán.
Hoy es rabia contra el poder, pero mañana podría ser esperanza de construir un país que se rija por la democracia y la justicia social.