Quince años atrás, cuando tuvieron lugar los acontecimientos terroristas de Nueva York, el turismo sufrió un colapso en todo el mundo. Aquel terrible espectáculo de ver aviones estrellarse contra las torres gemelas generó en la gente un justificado temor a los viajes. La economía mundial se resintió y países como el nuestro, con una fuerte presencia del sector turístico, se vieron afectados.
Paradójicamente, el 2015 fue un año excepcional para el turismo, pese a haberse recrudecido las acciones terroristas en diversos países, incluyendo el derribo de un avión ruso en Egipto. En adición, diversos atentados afectaron hoteles y centros de diversión o lugares de concentración humana en Turquía, Francia y múltiples países de Asia y África.
Sin embargo, la gente no se amilanó. Pesaron más las condiciones económicas. El número de turistas (viajeros internacionales con por lo menos una noche de dormida) se incrementó en 4.4%, llegando a cerca de 1,200 millones. Para que se tenga una idea del significado de esta cifra, considérese que en 1950 los viajes internacionales registrados fueron apenas 25 millones, y todavía en 1990 se rondaba la cifra de 440 millones.
De hecho, el 2015 fue el sexto año consecutivo de crecimiento sostenido de los viajes, pero este último fue el mejor. Siendo el turismo uno de los tres principales sectores del comercio internacional (junto a los combustibles y la industria automotriz), y la industria asociada a los viajes representar aproximadamente el 10% del PIB mundial (según la Organización Mundial de Turismo), esto tiene una trascendencia fundamental para los países receptores, muy particularmente para aquellos que lo han convertido en un puntal de su economía, como la República Dominicana.
Por suerte para nosotros, las corrientes internacionales inclinaron parcialmente los viajes hacia las Américas, que creció más que el promedio, un cinco por ciento, llegando a los 191 millones de visitas. La más beneficiada fue nuestra subregión de Centroamérica y el Caribe, que registró un crecimiento de 7%, y muy particularmente nuestro país, con un 9%, para alcanzar los 5.6 millones de visitas. A ellos habría que agregar la intensificación de los visitantes de cruceros (no incluidos por no pernoctar en el país) ni la pequeña cantidad que vienen por vía terrestre.
A nivel mundial hubo dos factores determinantes del florecimiento del turismo: el desplome de los precios del petróleo, que abarató el precio del transporte, y los cambios monetarios. La revaluación del dólar, si bien encareció viajar a los Estados Unidos, convirtió en más barata la estadía en aquellos países cuyas monedas se devaluaron, que fueron la mayoría.
Tras el Gobierno volver a priorizar este sector, la República Dominicana ha logrado aprovechar el momento y redinamizar el turismo en los últimos años. Anteriormente el país experimentó un prolongado letargo de crecimiento a mínimos que duró casi una década, debido a políticas incorrectas de tasa de cambio, impuestos e infraestructura pública, hasta el punto de que, habiendo alcanzado tres millones de visitantes en el año 2000, tuvo que esperar una década para sumar un millón más y llegar a los cuatro millones en el 2010. Por fortuna, eso ha cambiado últimamente y ya tenemos 1.6 millones más en un lustro, siendo nuestro país uno de los destinos más dinámicos.
Esto tiene una importancia trascendental, dado que el turismo es, con mucho, el sector más integrado de la economía dominicana. Sus interrelaciones se efectúan con sectores tales como agricultura, alimentos, bebidas, tabaco, construcción, fabricación de muebles, artesanías, transporte, servicios financieros, comunicaciones, servicios de entretenimientos, culturales y de diversión, entre otros, aunque en el cálculo del PIB se mide su aporte exclusivamente por el valor agregado en los establecimientos de hoteles, bares y restaurantes. De modo que el asunto no es decir cuánto creció el turismo, sino cuánto crecieron los demás sectores impulsados por el turismo.
Retomado el crecimiento del sector después de tantos años de descuido, corresponde, entre otras cosas, tratar de recuperar el turismo de origen lejano, procedente de Europa y Asia, para prolongar la estadía, ya que los visitantes de Norteamérica generalmente vienen por más corto tiempo, dando lugar a que la estadía media de nuestros visitantes se haya reducido de alrededor de once días en los años noventa, a aproximadamente ocho en la actualidad. Y ya sabemos que el impacto económico para el país tiene mucho que ver con cuántos turistas vengan, pero también con cuántos días se queden.