Las actuales generaciones conocen a Bruce Jenner como el padrastro de cuatro jóvenes protagonistas del reality show “Keeping Up with the Kardashians”. Sin embargo, aquellos que somos aficionados al deporte lo conocemos como el hombre que a finales de la década de 1970 alcanzó fama, riqueza y admiración.

No era para menos. Los Juegos Olímpicos de 1976, celebrados en Montreal, Canadá, le sirvieron a Jenner de escenario para devolverle a los Estados Unidos de Norteamérica la medalla de oro del decatlón, la cual habían ganado en todas las Olimpíadas y la Unión Soviética se la había arrebatado en la edición de Munich, Alemania, en 1972.

Cuando Jenner alcanzó el estrellato olímpico, se volvió tan popular en la cultura americana que fue considerado por Hollywood para los papeles de Superman y James Bond. Hoy, Jenner es el tema de conversación de la prensa mundial al anunciar la semana pasada, en una entrevista que Diane Sawyer le hiciera para la cadena ABC, que su verdadera identidad es la de una mujer y que se prepara para una cirugía de cambio de sexo.

Como ha recibido muestras de apoyo del pensamiento liberal mundial por su “valiente” decisión, es importante que tratemos en este espacio la realidad de que Bruce Jenner y todos aquellos hombres y mujeres que se sienten ser del sexo opuesto no han hecho más que creerse su propia mentira.

…la relación sexual sólo es válida y fructífera entre un hombre y una mujer. Lo demás es aberración…

Es importante que desenmascaremos a las grandes cadenas televisivas mundiales, las cuales no hacen un periodismo honesto ni objetivo. Ni Diane Sawyer ni ABC describieron en el documental el horror en que se convierte la vida de aquellos que toman la penosa decisión de someterse a una cirugía de cambio de sexo.

Por el bien de nuestros hijos y de las próximas generaciones, se hace obligatorio que estemos debidamente informados de la verdadera historia que subyace detrás de este movimiento socio-cultural que procura impactar la política y las leyes, mediante la aceptación de todo tipo de preferencias.

Y es que no hay que ser cristiano ni judío para educar a nuestros hijos bajo la convicción de que la relación sexual sólo es válida y fructífera entre un hombre y una mujer. Lo demás es aberración. Civilizaciones que no son judías ni cristianas, como la árabe, la india o la china creen lo mismo.

Bruce Jenner le está sirviendo de vocero a una mentalidad que ve el género como separado de la identidad biológica. Esta visión no es nueva. Los apóstoles del Señor Jesucristo y los líderes de la iglesia primitiva combatieron durante los primeros dos siglos de existencia del cristianismo una herejía llamada Gnosticismo, la cual predicaba la idea de que el yo verdadero está separado de nuestro cuerpo material. Para los gnósticos, las partes del cuerpo eran prescindibles, debido a que las mismas estaban desconectadas del verdadero yo.

Esta filosofía ha emergido dieciocho siglos más tarde, envuelta en el pensamiento individualista contemporáneo que cobró vigor a partir de la década de 1960. Esta ideología implica que yo debo ser honesto con todo aquello que yo perciba de mí mismo, es decir, que si me siento ser una mujer, debo convertirme en una mujer, aunque haya nacido como hombre.

Esta combinación de ideologías dio lugar al movimiento transgénero, cuyos padres fundadores fueron tres médicos vinculados por su activismo en favor de la pedofilia.

La historia comienza con el infame Alfred Kinsey, biólogo y sexólogo cuyo legado perdura al día de hoy. Kinsey creyó en la legitimidad de todos los actos sexuales; y cuando digo todos, digo todos.

El transexualismo fue agregado al repertorio de Kinsey cuando le fue presentado un caso de un joven afeminado que deseaba convertirse en mujer. Kinsey consultó con un endocrinólogo de nombre Harry Benjamin. Ambos médicos vieron la oportunidad de cambiar físicamente a un travesti más allá del vestido y el maquillaje. A este experimento, ambos le llamaron “transexualismo”.

Los experimentos para convertir a este joven en una mujer fracasaron y lo más que se le pudo ofrecer fue la inyección de hormonas femeninas. Un discípulo de ambos médicos, John Money, completó el experimento en otro paciente, pero de una forma radicalmente anti-ética.

En 1967, una pareja canadiense, los Reimers, le solicitaron a Money que reparara una mala circuncisión en su hijo de dos años de edad, David. Sin justificación médica alguna, Money realizó un experimento que no tomó en cuenta las consecuencias a ser sufridas por el niño. Money le dijo a los padres que la mejor manera de asegurar la felicidad de David era cambiando mediante cirugía sus genitales de masculinos a femeninos, para que el niño fuera criado como una niña. Los padres siguieron las recomendaciones médicas y David fue reemplazado por Brenda. Money le aseguró a los padres que Brenda se adaptaría a ser una niña y que nunca sabría la diferencia. Les dijo que debían guardar al secreto y así lo hicieron por un tiempo.

A la edad de doce años, David estaba severamente deprimido. Cuando sus padres decidieron revelarle la verdad, David optó por una cirugía de cambio de sexo a la edad de catorce años para volver a vivir como una persona del sexo masculino.

En el año 2000, a la edad de 35 años, David y su hermano gemelo finalmente expusieron los abusos sexuales a los que el doctor Money los sometió a ambos en su consultorio durante su niñez. En el año 2003, con apenas meses de diferencia, los gemelos Reimer se suicidaron.

Durante los años de silencio de la familia Reimer, Money fundó en la prestigiosa Universidad Johns Hopkins la primera clínica universitaria de género. En la misma se practicaban cirugías de cambio de sexo. Tras varios años de operaciones, el Dr. Paul McHugh, director de psiquiatría y ciencia conductual, le asignó al presidente de la clínica de género, el Dr. Jon Meyer, la tarea de evaluar los resultados psicológicos en los pacientes que se sometían a las cirugías.

Meyer seleccionó cincuenta individuos de aquellos tratados en la clínica, entre los cuales habían personas que se habían operado y otras que no. Los resultados del estudio fueron publicados el 10 de agosto de 1979:

“Decir que este tipo de cirugía cura males psiquiátricos es incorrecto”. En una entrevista con el New York Times, Meyer declaró que “la cirugía no es un tratamiento apropiado para el desorden psiquiátrico y está claro que estos pacientes tienen serios problemas psicológicos que no los elimina la cirugía”.

Menos de seis meses después de publicado el estudio, la clínica de género de Johns Hopkins cerró. Ningún otro estudio que refute los hallazgos del doctor Meyer han sido publicados.

Como si esto fuera poco, meses después del cierre de la clínica, un endocrinólogo de nombre Chales Ihlenfeld descubrió que el 80 por ciento de las personas que solicitan cirugía de cambio de sexo agravan sus problemas de depresión y muchos de ellos llegan al suicidio.

Resultó penoso que el reportaje de Diane Sawyer se enfocara en la búsqueda de la felicidad de Bruce Jenner y no tratara la realidad de que el pionero de estas cirugías terminó desacreditado, la clínica que encabezó estos procedimientos terminó cerrada y un estudio científico demostró el agravamiento de las depresiones de estos pacientes.

Resulta penoso, además, que por primera vez en la historia de las civilizaciones no estamos viendo lo que las culturas anteriores vieron como obvio: que la masculinidad y la feminidad son parte de nuestro diseño biológico. Las inyecciones de hormonas y las cirugías de cambio de sexo no resuelven el problema.

Sólo el Señor Jesucristo, mediante su muerte y resurrección, garantiza la solución al problema de nuestra alma. Sólo El resuelve nuestra alienación, regalándonos un nuevo nacimiento.