(A los militares dominicanos conscientes de su compromiso con la Patria y el Pueblo)
Confío en que algún día puedan contarse -y para tal fin aporto mi memoria- las razones y los hechos que forjaron la unidad entre el profesor Juan Bosch y el coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez a favor de los más excelsos intereses de la nación dominicana.
A lo largo de varios encuentros uno y otro fueron identificándose, compartiendo sus esperanzas, sus anhelos de hacer posible una vida mejor para el pueblo dominicano.
El primer encuentro ocurrió en diciembre de 1962 cuando el país estaba en plena campaña electoral. El coronel había regresado de Fort Gulick, Zona del Canal de Panamá, donde cursó estudios militares avanzados y decidió entrevistarse con el futuro presidente para exponerle los planes, que en ese momento veía factibles, para reformar las Fuerzas Armadas Dominicanas.
Y lo contó el propio profesor Bosch: “Yo conocí al coronel Rafael Tomás Fernández Domínguez en el ensanche Ozama y debo repetir algo que, inmediatamente después de esa reunión, les dije a varios miembros de la dirección del Partido Revolucionario Dominicano: Rafael Tomás Fernández Domínguez era el dominicano que más me había impresionado después de mi vuelta al país. Me impresionó su integridad, su firmeza, que se veía a simple vista como si aquel joven militar llevara por dentro un manantial de luz. Esa noche me preguntó qué pensaba yo de lo que debía ser un ejército y le di mi opinión. Cuando volvimos a vernos yo era Presidente de la República y en esa segunda ocasión me pidió una entrevista que celebramos en mi casa. Me preguntó entonces cuándo pensaba yo poner en práctica las ideas de que habíamos hablado acerca del ejército que debía tener nuestro país…”
El gobierno de Bosch puso en vigencia la Constitución de 1963 que consagraba la libertad de enseñanza, la no reelección presidencial, la eliminación del latifundio y el minifundio, el derecho de los trabajadores a participar en los beneficios de las empresas y otras conquistas sociales y políticas.
En consecuencia, comenzaron a fraguarse los aprestos conspirativos en contra del gobierno surgido de las primeras elecciones libres después de 32 años de dictadura.
El mayor Roberto Cabrera Luna lo recuerda: “Una noche, el coronel Fernández me pidió acompañarlo a visitar al presidente en su casa. Me advirtió que debía ir vestido de civil. Cuando llegamos a la casa nos recibió su sobrina doña Milagros Ortiz Bosch. Fue esa noche cuando el coronel le informó al presidente de los planes para derrocarlo y que tenía un grupo de oficiales dispuesto a impedirlo, a lo que el Presidente Bosch dio su aprobación.
Los jefes militares daban pasos y concretaban sus planes para dar el Golpe de Estado y el coronel Fernández Domínguez organizaba sigilosamente los suyos. Del cuidado y la meticulosidad con que trabajaba sirva este ejemplo: el coronel visitaba con regularidad el Palacio Nacional y en cada visita probaba hasta donde podía llegar sin ser detectado por los centinelas que, ubicados en lugares estratégicos, frente a las oficinas de los jefes militares, tenían órdenes de no dejar pasar a nadie, así fuera un oficial superior. De esa manera, el coronel fue calculando las distancias entre diferentes áreas del Palacio Nacional y estudiando los movimientos en el entorno del Presidente”.
La noche del 24 de septiembre de 1963, Bosch y Fernández Domínguez se reunieron en el Palacio Nacional tratando de desarticular la trama golpista. Pocas horas después la cúpula militar derrocaba el gobierno constitucional.
La madrugada del ya día 25, el coronel Fernández Domínguez se reunió con los oficiales leales que le acompañarían al Palacio Nacional a enfrentar a los golpistas y a reponer al presidente. Les dijo: “Los militares no están para quitar gobiernos elegidos por el pueblo; caiga quien caiga hay que defender la Constitución”, y añadió: “Si realizamos esta acción, el país se beneficiará para siempre pues en el Palacio Nacional están los responsables de las desgracias de este pueblo”
El profesor Bosch contaba al respecto: “Yo quedé preso con Molina Ureña y allí estaba cuando el licenciado Silvestre Alba de Moya me entregó en horas muy tempranas del día un mensaje del coronel Fernández Domínguez que decía: “Señor Presidente: Estamos listos para asaltar el Palacio Nacional. Somos doce oficiales pero cumpliremos con nuestro deber. Pedimos sin embargo, que se le informe al Partido Revolucionario Dominicano a fin de que desate una huelga general”
Nada pudo hacerse. El coronel Fernández Domínguez fue destituido de la dirección de la Academia Militar y nombrado agregado militar en Madrid. Apegado a su estilo, nada lo amedrentaba y días después del golpe de Estado le comunicó al doctor Molina Ureña que “en esos momentos estaba en condiciones, junto con los valientes oficiales que le acompañaban a tomar no solamente el Palacio, sino también la ciudad y conmover a la República Dominicana en todos los puntos cardinales”.
La distancia y las innumerables dificultades no impidieron la comunicación entre el presidente, exiliado en Puerto Rico, y el coronel expatriado a España.
“Señor Presidente: Estamos listos para asaltar el Palacio Nacional. Somos doce oficiales pero cumpliremos con nuestro deber. Pedimos sin embargo, que se le informe al Partido Revolucionario Dominicano a fin de que desate una huelga general”
El Movimiento Restaurador Democrático y/o Movimiento Enriquillo, concebido y programado por el coronel Fernández Domínguez para ejecutarse a principios de enero de 1965, fue descubierto y se vio forzado el coronel a ir a Chile y tomar posesión como agregado militar de nuestra embajada en ese país. Era preciso obedecer para evitar su cancelación porque en su calidad de líder y organizador militar del movimiento, era imprescindible mantener su rango militar.
En febrero de 1965 Bosch le escribió lo siguiente: “En términos de años, pertenezco a una generación anterior a la suya y podría ser su padre –y me hubiera honrado de serlo-; por eso puedo asegurarle a usted, que en todas partes, en todas las tierras y en todas las edades han abundado los hombres apegados a su plato de lentejas. Pero el hombre superior puede hacer, en un momento dado, que esos mismos que no piensan si no en su plato de lentejas actúen como héroes. Ese es el privilegio de las almas templadas, que traen a la vida el amor a lo grande y la decisión de realizar obras dignas. Se sufre, pero no se da un paso atrás. Mantenga la fe. Yo la mantuve durante un cuarto de siglo en que viví echado de la patria y usted es de los que verá crecido el árbol de la libertad”.
Dias después, el coronel Fernández Domínguez le contestaba: “Créame que a usted lo he considerado siempre como una de las personas, que después de tratarme, me conocen tanto en principios y sentimientos como en la línea que le he trazado a mi profesión y a mi vida. Si hay justicia divina, usted y todos los que luchan y piensan como usted, vera crecido el árbol de la libertad”.
El 24 de abril se produce el levantamiento militar y la respuesta del pueblo; tropas norteamericanas invaden el país y el movimiento se convierte en Guerra Patria.
Muchos años después y en diferentes escenarios, Bosch rememoraba la vida y la muerte del coronel:
“El día 19 (de mayo de 1965) recibí una llamada desde Santo Domingo y, con ella, la noticia de que el coronel Rafael Tomas Fernández Domínguez había muerto por balas norteamericanas. Eran más de las 12 de la noche y yo me sentí sacudido de adentro afuera. Para mí lo que había caído en tierra dominicana no era un hombre, era una estrella; y no lloré, no porque no me faltaron ganas, sino porque en las horas de la adversidad los hombres que tienen responsabilidades no pueden llorar.
Rafael Tomás Fernández Domínguez no ha muerto y como Simón Bolívar, muchos años después de su muerte, su nombre no cabe en América. El del extinto coronel traspasará los límites de la Patria.
Cuando estalló la Revolución el 24 de abril de 1965, Fernández Domínguez se encontraba en Chile, trasladándose inmediatamente a San Juan, Puerto Rico donde se puso a hacer gestiones para conseguir un avión que nos trajera a los dos al país. No fue posible conseguir ese avión pero un mes después Fernández Domínguez viajo a Santo Domingo en un avión de la Fuerza Aérea Norteamericana, no sin antes resistirse, alegando que no debía hacerlo porque se trataba de un avión de los invasores.
Le dije, -coronel, usted es militar, y usted sabe que cuando se está en guerra y hay posibilidad de utilizar al enemigo para derrotarlo, debe aprovecharse. Cinco días después murió en el ataque al Palacio Nacional. Fernández Domínguez no tenía necesidad de participar en aquel asalto que se había planificado para el 19 de mayo pero a él le sobraba vergüenza, le sobraba dignidad. Tenía una montaña de dignidad tan alta como el Pico Duarte en el corazón. El día de su muerte, Fernández Domínguez llevaba puesto el uniforme de oficial que le correspondía y que no manchó nunca con un atropello a ninguna persona, ni al pensamiento ajeno”.
Fueron casi tres años de afanes viviendo entre acechanzas y peligros, pero la relación entre el Presidente y el leal coronel nunca se quebró. Fernández Domínguez cumplió con su deber como militar y como hombre. Bosch se dedicó a contar a los dominicanos la lucha y la vida del joven militar.
Y si en la vida, los caminos del profesor y el coronel coincidieron en la lucha compartiendo los mismos sueños, a su muerte, ambas trayectorias serían selladas por el mismo generoso respeto. Curiosamente, la misma enseña nacional que arropara los restos del coronel Fernández Domínguez al ser trasladados de Santiago a Santo Domingo en agosto de 2000, también acompañaría, las primeras horas de su velatorio, el cuerpo del profesor camino de la gloria.