La historia de los pueblos y Estados del Caribe entre 1920 y 1980 es incomprensible sin las pugnas permanentes, en diversos estamentos de la sociedad, y desde diversas fuentes, entre quienes defendían el comunismo como propuesta de sociedad y quienes asumían el anticomunismo como ideología de su accionar. Cuando examinamos el conjunto de grupos y liderazgos que se cobijaron bajo esas etiquetas (comunismo y anticomunismo) se desvanecen los contenidos específicos y hay semejanzas en ambos extremos. Liderazgos y organizaciones con vocaciones de déspotas que se definían como comunistas o anticomunistas, demócratas convencidos bajo las dos etiquetas, defensores nacionalistas en los dos grupos y hasta proponentes de modelos económicos de mercado bajo ambas banderas. Semejante ocurre con las divisiones entre liberales y conservadores en la historia dominicana y latinoamericana del siglo XIX.

Resulta más objetivo analizar sus propuestas -cuando las hay- o sus acciones desde la oposición o el gobierno, que utilizar la manera en que se etiquetaban. Añade confusión al panorama cuando descubrimos que los Estados Unidos clasificaba de comunistas a todo gobierno que afectara sus intereses económicos o geopolíticos, y muchos obispos y sacerdotes denominaban como comunistas a todo político que favoreciera la libertad de cultos, la secularización del Estado, el control de la natalidad o afectara los intereses de los oligárcas que les patrocinaban. Develar esa maraña de denominaciones ideológicas es parte de mis esfuerzos como investigador para poder interpretar de manera más objetiva los procesos históricos en el Caribe.

Rómulo Betancourt representa un liderazgo político venezolano de alcance caribeño que está muy ligado a la lucha contra Trujillo, hasta el punto de intentar ser asesinado por el sátrapa dominicano. Juan Bosch lo conoció en 1929 en Santo Domingo y publico un artículo el 29 de agosto de 1929 titulado El panfleto de Betancourt y Otero Silva. Reproduzco un párrafo que escribí en esta serie de Veritas liberabit vos cuando analizaba ese periodo de tiempo.

“La situación venezolana, tema del primer artículo, era grave, la dictadura de Juan Vicente Gómez (1857-1935), que duró 27 años, suprimió todas las libertades y perseguía tenazmente a todo opositor a su gobierno, esto lleva a Rómulo Betancourt (1908-1981) y otros jóvenes venezolanos a Santo Domingo, donde distribuyen un folleto titulado En las huellas de la pezuña escrito por Betancourt y Miguel Otero Silva (1908-1985). El texto narra el levantamiento de los estudiantes venezolanos durante el carnaval del 1928, del 6 al 12 de febrero de dicho año, demandando democracia y modernidad. A ese movimiento juvenil se le conoce en Venezuela como la Generación del 28. La recepción del texto en nuestro país fue relevante según Bosch: “Su panfleto En las huellas de la pezuña fue, más que leído, devorado, las últimas páginas en un desesperado esfuerzo visual, en el aletear preagónico de un crepúsculo gris. ¡Qué bien escrito! ¡Cuánto realismo!” (Vol. XXXIII, p. 381). Aunque Bosch reconoce en el artículo que no conocía en persona a Betancourt u Otero Silva, en otro texto de Bosch habla de que se conocieron durante su estadía en Santo Domingo en el 1929 días después de publicar su artículo (v. XXXVII, p. 141) y más que eso, señala Bosch: “Betancourt vino a dar a la República Dominicana y aquí publicó un libro titulado En las garras de la Pezuña, que le ayudé a vender en la Capital y en La Vega, donde fui acompañándolo porque él iba a dar en el teatro Progresista una conferencia sobre la situación política de su país” (v. XXXVII, p. 290)” (David Álvarez, Acento.com, 5 de febrero del 2018).

La evolución del grupo de venezolanos que combatían a Gómez evolucionó por diversas direcciones hasta confluir en el movimiento que derrocó a Medina Angarita el 18 de octubre del 1945. “No todos los rebeldes de 1928 sacaron la misma conclusión política. Algunos, como el novelista Miguel Otero Silva y Juan Bautista Fuenmayor, se sintieron atraídos con más fuerza por el comunismo. Exiliados venezolanos formaron partidos comunistas en el extranjero o se afiliaron a los que ya existían en los países donde se habían refugiado y en 1931 se fundó un Partido Comunista clandestino en la propia Venezuela” (Bethell, Historia de América Latina, vol. 16, p. 312). Tanto la revolución bolchevique, como la mexicana, ambas iniciando el siglo XX, radicalizó el pensamiento socio-político de muchos líderes opositores a las dictaduras caribeñas y latinoamericanas. Estados Unidos no era un aliado confiable para quienes luchaban por la democracia y la justicia social, ya que sus acciones geopolíticas lo mostraba dispuesto a respaldar a los dictadores militares de la región y únicamente interesado en defender sus negocios en el área.

“Aliados al principio con algunos de los adversarios más tradicionales de Gómez, tales como José Rafael Pocaterra, Rómulo Betancourt y sus amigos empezaron a formular un claro programa de reforma política. Entre 1928 y 1936 combinaron elementos del marxismo con influencias recibidas de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA) peruana y las doctrinas de la revolución mexicana. En 1931 hicieron público el Plan de Barranquilla, que era un programa liberal y populista destinado a obtener el apoyo de los trabajadores y los campesinos venezolanos además de los exiliados liberales de talante más tradicional. Betancourt dio luego un giro hacia la izquierda al colaborar con el Partido Comunista de Costa Rica entre 1932 y 1936. Sin embargo, cuando volvió a Venezuela en 1936 ya estaba convencido de que el comunismo no era apropiado para Venezuela o de que provocaría represalias de las compañías petroleras y el gobierno de los Estados Unidos. Posteriormente se mostraría enemigo irreconciliable del comunismo” (Bethell, Historia de América Latina, vol. 16, pp. 312-313). El anticomunismo de Betancourt sería un factor clave para su distanciamiento con Bosch a partir del golpe de Estado de 1963, él siempre rechazó que Bosch no persiguiera a los comunistas durante su breve gobierno.

En 1947 Bosch defiende el gobierno de Betancourt frente a las acusaciones de que era comunista. “Con tal adefesio (los panfletos que se difundían acusando a Betancourt de comunista) se está haciendo creer a muchos timoratos que el Partido Acción Democrática, organización mayoritaria entre las que respaldan al gobierno revolucionario de Venezuela, no es sino un partido comunista disfrazado. Algunas frases de Rómulo Betancourt, escritas cuando el fundador de Acción Democrática tenía menos de veinte años y vivía en exilio, se utilizan, mezcladas a otras falsas, para atribuirle el llamado “plan de Barranquilla”, una especie de tenebrosa maniobra moscovita, tan legendaria como el célebre “Protocolo de los Sabios de Sión”, encaminada a disimular bajo otros nombres la conquista del poder en toda América por los partidos comunistas” (Vol. XXXIV, p. 76). Bosch no niega que en su juventud Betancourt simpatizó con ideas comunistas, pero el líder venezolano que ahora ocupaba la presidencia de Venezolana estaba muy lejos de esos ideales políticos. A pesar de que dicho gobierno se había fraguado mediante un golpe de Estado, estaban preparando una de las elecciones más libres vistas por la patria de Bolivar hasta ese momento.

“La verdad del caso es que fuera de Venezuela se conoce poco la Revolución de octubre de 1945 en su real significación para el pueblo de aquel país y para la consolidación de la democracia en nuestras tierras y la verdad también es que cuando era un jovenzuelo exiliado, en lucha contra Gómez, Betancourt vio claramente que el día de esa revolución llegaría y que para entonces había que tener un ideario político claro y una organización que lo pusiera en vigor” (Vol. XXXIV, p. 76). Bosch se identifica con ese proceso porque los dominicanos exiliados buscaban también el momento en que pudieran derrocar a Trujillo y establecer en nuestro país una democracia con fuerte acento social. Los venezolanos en su accionar tenían como factor opuesto los intereses norteamericanos, ya que esa revolución se hacía sobre los yacimientos petroleros más grandes de América Latina y los más cercanos a la codicia del imperialismo norteamericano. La acusación de comunistas era una maniobra para debilitar ese esfuerzo por la democracia porque ponía en riesgo el acceso al oro negro, algo semejante a lo que acontece en la actualidad, pero con un gobierno venezolano carente de vocación democrática y sin un modelo realista de desarrollo económico.

Bosch, amparado por el conocimiento que ganaba con los miembros del Partido Revolucionario Cubano Auténtico, clasifica el esfuerzo de Betancourt con precisión: “…en Venezuela tenía que producirse un movimiento venezolano, acorde con las necesidades del medio y con el desarrollo político del hombre que lo habitaba. Es decir, Betancourt estaba transitando el camino que lleva de la revolución comunista a la que Enrique Cotubanamá Henríquez denominó muy justamente, “nacionalista-revolucionaria” (Vol. XXXIV, p. 77).