A Gustavo Olivo Peña./
Tampoco dudo que Borges creyera, como él dijo creía David Hume, que “el mundo es tal vez un bosquejo rudimentario de algún dios infantil que lo abandonó a medio hacer, avergonzado de su ejecución deficiente; es la obra de un dios subalterno, de quien los dioses superiores se burlan; es la confusa producción de una divinidad decrépita y jubilada que ya ha muerto”.
A cualquier otro laberinto Borges prefirió el del conocimiento. En su literatura pocas imágenes aparecen con mayor frecuencia que la del laberinto. Se habla de “los laberintos del sueño”, del “furioso laberinto de los ejércitos, del “laberinto múltiple de pasos que dibuja un hombre durante su vida, de “un rasgueo de guitarra, suerte de pobrísimo laberinto que se enredaba y se desataba infinitamente; se afirma que el mundo de David Hume es “un laberinto infatigable, un caos, un sueño, que el poema de Ariosto (se refiere a Ludovico Ariosto y su poema Orlando el Furioso) es “un resplandeciente laberinto”, y que Valéry “personifica ilustremente los laberintos del espíritu”. La paradoja de Zenón es llamada “laberinto griego de una sola línea”
Los enigmas, dice: “¿Qué errante laberinto, qué blancura ciega de resplandor será mi suerte, cuando me entregue al fin de esta aventura a la curiosa experiencia de la muerte?”
El laberinto aparece a menudo en sus cuentos, en su aspecto físico y concreto, basta recordar el del Minotauro (La casa de Asterión) ; el palacio que el poeta interpreta con una sola palabra o un solo verso ( Parábola del palacio) ; de la ciudad de los inmortales, a la que se llega por un laberinto subterráneo y que repite, ella misma, la estructura de una especie de absurda prisión; la morada de “Abejacán el Bojarí, muerto en su laberinto”; las alucinantes simetrías y repeticiones de la casa de Triste de Roy (La muerte y la brújula); la Historia de los dos reyes y los dos laberintos.
En La Biblioteca de Babel, el laberinto existe como símbolo. No es otra cosa que una infinita sucesión de hexágonos y escaleras donde los libros se repiten con ínfimas variables, como los objetos del inexplicable universo. La novela de que se habla en El jardín de los senderos que se bifurcan también es un laberinto construido en el tiempo; otro tanto ocurre con el imaginario planeta Tlon, Uqbar, Orbis, Tertius; Tlon será un laberinto, pero un laberinto urdido por hombres, un laberinto destinado a que lo descifren los hombres, vale decir, no un laberinto sin centro y sin clave, como el universo urdido por Dios sin ningún propósito de que los hombres lo descifren.
L A Murillo, en un artículo referente a El Aleph, dice que “en los cuentos de Borges el laberinto, con sus múltiples asociaciones, simboliza la conciencia del hombre de nuestro tiempo: sus miedos que, pese a todo su horror, no parecen diferir mucho de los antiguos temores del hombre primitivo; sus frustrados deseos de poder, que se parecen, como nunca, a las frustradas conjuraciones de las fórmulas mágicas; su impotencia, su ansiedad, su espanto ante la muerte y, sobre todo, su desesperación”.
En el poema Laberinto Borges habla de unas redes de piedras que lo cerca, que son un laberinto; en otro de sus relatos, cuyo nombre no recuerdo, habla de un hombre que transita por un laberinto circundado por redes de piedra; en el poema Juan,1,14, habla de “ los torpes laberintos de la razón”; en el Poema Conjetural nombra un “laberinto de múltiples pasos”; en el poema Los enigmas, dice: “¿Qué errante laberinto, qué blancura ciega de resplandor será mi suerte, cuando me entregue al fin de esta aventura a la curiosa experiencia de la muerte?”
En su poema Invocación a Joyce dice que éste “erigía sus arduos laberintos, infinitesimales e infinitos, admirablemente mezquinos, más populoso que la historia”. En el ensayo titulado La flor de Coleridge, habla de “el triste y laberíntico Henry James.”
En el poema Laberinto nos dice:
No habrá nunca una puerta. Estás adentro
Y el alcázar abarca el universo
Y no tiene ni anverso ni reverso
Ni eterno muro ni secreto centro…
Con ello señala que el hombre está atrapado en un laberinto cuyas puertas de entrada y salida son ilusorias. La realidad es la prisión aludida.
Jorge Luis Borges, el iluminado, uno de los grandes magos de la palabra en español, optó por forjarse un laberinto al margen de las pasiones políticas y mercuriales, abrazado únicamente a su fervor literario. Suerte tuvo él que encontró un lugar donde esconderse, como quería Montaigne.
Los dejo con estos versos de Borges:
“Defiéndeme, Señor, del impaciente apetito de ser mármol y olvido; defiéndeme de ser el que ya he sido, el que ya he sido irreparablemente. No de la espada o de la roja lanza. Defiéndeme sino de la esperanza.”