Finalmente, el próximo domingo acudiremos a votar, aunque en un ambiente enrarecido por la pandemia y el temor al contagio, y enardecido por la lucha entre el principal partido de oposición y el de gobierno, el primero porque como vaticinan encuestas creíbles tiene una real posibilidad de ganar luego de 16 años fuera del poder, aunque ahora bajo un nuevo emblema, y el segundo porque ha estado gobernando durante 20 de los últimos 25 años, los últimos 16 de forma continua, y quiere seguir haciéndolo.
A esto debe sumarse la tensión política a la que ha estado sometida la sociedad desde hace más de un año, por la tenacidad con que se persiguió forzar una nueva reforma constitucional para levantar la prohibición de una tercera reelección, la ríspida confrontación a lo interno del partido oficial para seleccionar su candidato que terminó provocando la división de dicho partido y la serie de eventos desafortunados que han tenido lugar en este calendario electoral.
El hecho inusitado de celebrar una campaña electoral en medio de una pandemia, imposibilitó poder realizar las actividades ordinarias que implican reunión de personas multiplicando el uso de las dádivas, lo que fue capitalizado por el gobierno para empujar a su candidato, puesto que la crisis sanitaria hizo que la prohibición de la nueva ley de régimen electoral sobre aumentos de programas sociales estatales durante la campaña no pudiera aplicarse y por el contrario el gobierno ha tenido la cancha abierta no solo para acudir en ayuda de los más necesitados directamente o cediéndole el protagonismo a su candidato, sino para acentuar su rol paternalista bajo un prolongado estado de emergencia que finalizó apenas cinco días antes de las elecciones.
El propio presidente en su reciente arenga luego de su partido recibir resultados desfavorables en las últimas encuestas publicadas previo a las elecciones por las principales firmas encuestadoras, expresó que cómo podía ser eso realidad si “… todo lo que ha pasado aquí desde las elecciones favorece al Partido”, resultados estos que a pesar de sus cuestionamientos lo hicieron salir a las calles para buscar los votos “hasta debajo de las piedras”.
Nadie podrá medir con exactitud los efectos que tendrá la pandemia y todo lo que esta ha desatado en las votaciones, como tampoco podrá medirse cuanto incidirá en los resultados finales, el deseo de un cambio y el rechazo al continuismo, o por el contrario el miedo al cambio, sobre todo ante las circunstancias adversas, independientemente de las personas que los encarnen.
Estos últimos días han desatado la furia y hemos visto peligrosos llamados a defender votos “como su propia vida”, allanamientos y apresamientos que aunque tengan toda la justificación por el momento en que se realizaron no pueden despojarse del estigma de uso político de la persecución pública y denuncias de planes de “desestabilización para manipular los resultados de las elecciones” desde el litoral oficial que generalmente son argüidos por la oposición y que parecen buscar invalidar el proceso de observación y conteo rápido ejecutado desde hace años por Participación Ciudadana, que la ha hecho merecedora de un alto grado de credibilidad y confianza.
Ante ese panorama es necesario que contribuyamos con la legitimidad del proceso, acudiendo todos a votar sin miedo el próximo domingo y ejerciendo un voto a conciencia sin temor a consecuencias pues el voto es secreto, usando mascarillas para proteger a los demás y a nosotros mismos, que nos tapen las bocas pero nos dejen los ojos bien abiertos para apreciar la situación del país, escrutar lo que representa cada quien y definir lo que más convenga al interés general, porque aunque ningún candidato nos satisfaga, aunque no creamos cabalmente en sus propuestas o recelemos sus ideas o entornos, de todas formas unos saldrán electos para cada posición y la ejercerán por cuatro años, y lo mejor que podemos hacer es contribuir a que con nuestro voto al menos resulten electos los mejores.