El manejo inadecuado de la situación de la inmigración haitiana y de los dominicanos de ascendencia haitiana a los cuales no se les reconoce el derecho a la nacionalidad dominicana puede convertirse en una peligrosa piedra de escándalo internacional si el gobierno, el Tribunal Constitucional y otros sectores del país, apostando al “blindaje de la soberanía nacional”, hacen caso omiso  de las recomendaciones, sugerencias y resoluciones  de organismos regionales e internacionales con los cuales el país mantiene una relación vinculante. 

En la medida que el mundo de hoy se conforma como una comunidad internacional de naciones, surge la inevitable necesidad de armonizar el ordenamiento jurídico nacional con el ordenamiento jurídico regional e internacional, lo cual conlleva a que los Estados deban acoger   normas, formas legales y organizaciones que garanticen las libertades civiles, el respeto a los derechos humanos y la multiplicidad cultural en el “interior” y en el “exterior”.

Desde esta perspectiva, la sola mirada nacional de los problemas y de sus soluciones resulta hoy insuficiente. Tal como expresa Ulrich Beck: “El escenario exclusivo  en el que los Estados nacionales y el sistema de relaciones internacionales entre Estados determinaban el espacio de la actuación política colectiva se rompe desde dentro y desde fuera y es paulatinamente sustituido por un juego de metapoder más complejo, suprafronterizo, transformador de las reglas de poder cuyo resultado está abierto”.

No se trata de una camisa de fuerza, sino de un campo de juego nuevo y más complejo en el que la reglas y los conceptos fundamentales del antiguo ya no son reales aunque algunos todavía sigan jugándolo. Se trata de la. “globalización”.

El antiguo juego político, que puede reconocerse por nombres tales como “Estado nacional”, “sociedad industrial nacional”, “capitalismo nacional”, o “Estado de bienestar nacional”, ya no es posible solo. Con la globalización surgen un espacio y un marco de acción nuevos: la política se “deslimita” y se “desestataliza”, y la revitalización de la política en el espacio nacional sólo es posible abandonando las miopías nacionales.

Con el aumento de la interconexión global “la autonomía de los Estados nacionales –según Held está comprometida: los gobiernos encuentran cada vez más dificultades para llevar a cabo sus agentas nacionales   sin la cooperación de otras instituciones políticas o económicas que están por encima y más allá del Estado nacional”. 

No se trata de la pérdida de la soberanía nacional, sino de una merma de la misma que puede compensarse sobradamente con una ampliación de la soberanía cooperativa transnacional, siendo que muchos problemas nacionales requieren de soluciones transnacionales.

Desde la “mirada transnacional” tenemos que admitir que la situación de la inmigración haitiana no regulada y de los reclamos de nacionalidad de los hijos de haitianos nacidos aquí es de esos problemas que requieren de una solución internacional. Y siendo así, entonces, las recientes recomendaciones emanadas de la Comisión Interamericana de los Derechos Humanos sobre este particular no pueden considerarse una intromisión.

Tal como expresa el doctor Luis Méndez Francisco, prestigioso catedrático de la Universidad Complutense de Madrid, y quien fuera mi profesor del doctorado,: “La distinción entre los asuntos de orden interno y externo, en situaciones tan cambiantes como las actuales, se desdibujan con rapidez y desde finales del siglo pasado nuevos tipos de problemas fronterizos ponen en cuestión las distinciones entre cuestiones de política interior y exterior, entre intereses soberanos de la nación y consideraciones de tipo internacional”.

La defensa rabiosa de la soberanía en la gran mayoría de los países de latinoamérica de poco ha servido a sus ciudadanos. “La soberanía es la coartada de los políticos para seguir disfrutando de los altísimos dividendos económicos del poder político”.

Aquí la “sacralización de la soberanía” no es más que una pantomima. Se defiende a rajatabla la soberanía política mientras se enajena la soberanía económica y se viola, por mandato o por dinero, la soberanía medioambiental y ni siquiera se menciona la soberanía alimentaria.

En nuestro país, el “blindaje de la soberanía nacional” es una cortina de humo para encubrir la tragedia del hambre y la miseria que padecen millones de dominicanos, y para dar riendas sueltas a los sentimientos de odio, al nacionalismo xenófobo y a la paranoia mixofóbica de los nacionalistas a ultranza cuya “lealtad y amor” a la patria escapan a toda gratuidad.

La fuerza explosiva de la globalización ha borrado los límites entre Estados nacionales y ha arrasado con cualquier pretensión de soberanía absoluta. Bien pudiéramos decir con Bauman que “cada unidad territorial formalmente soberana hace hoy las funciones de un vertedero en el que se vuelcan problemas cuyo origen está mucho más allá del alcance de los instrumentos de control político y muy poco puede hacer cada una de ellas para frenar esta dinámica a la vista del nimio poder que les queda”.

Aquellos funcionarios del gobierno, jueces, legisladores , políticos del patio y ciudadanos que pretendan ignorar esta realidad, que simplemente construyan muros en todos los litorales de la isla, que promuevan la renuncia del país de todos los organismos y acuerdos regionales e internacionales, que saquen los arcos y las fechas. Y que también “declaren el taparrabos como traje nacional”.  ¡Los caciques ya los tenemos!