A Plinio Chahín

1

¿Y si no hubiera más que un súbito descenso hacia la nada, vertiginoso, inevitable, irreparable? ¿Y si la muerte nos igualara a todos, anonadándonos, mostrándonos por fin el absurdo de tanto esfuerzo inútil, de tantos proyectos que se resuelven y se disuelven en el vacío, reduciéndose a la nada?

¿Y si solo nos moviera la certeza de que vamos a morir? ¿Y si con la muerte terminara todo? Porque bien puede ser que no haya más que eso, al final del camino: la disolución de todos los proyectos temporales en ese acto último y definitivo.

¿Qué queda, qué sobrevive de tanto tiempo perdido, desperdiciado, de tanto afán cotidiano? ¿Para qué acumular cultura, saber, erudición? ¿Para qué escribir libros, crear la obra de arte? ¿Para qué cultivar la vida social, conquistar un amor o comprometerse en una causa justa?

En cualquier caso, persiste una certidumbre: la de la muerte. Y esta otra: la de que más allá de ella solo puede haber confirmación del absurdo infinito o hallazgo de absoluto. ¿Y mientras? Nada. Desgarramiento, desesperación.

2

Desengañémonos: el amor no dura, no puede durar. El amor moderno es efímero, momentáneo, fugaz. No tiene “connotaciones de eternidad”, pero sí conciencia de finitud. Todos lo hemos vivido. Hasta se habla del amor como experiencia imposible, de la imposibilidad radical de la plenitud.

Las rupturas sobrevienen definitivas, inevitables, sin que podamos hacer nada. Y vamos repitiéndonos hasta el cansancio en una búsqueda que parece no acabar; seguimos renovándonos en otros, usando las mismas estrategias de seducción y conquista, empleando los mismos gestos y palabras, gastándolos, hasta un día –gracias al cielo-, mientras vamos en marcha hacia la nada y mientras el amor –como el erotismo-arrastra su trágico límite.

Buscamos en el amor del otro la imagen de nosotros mismos, de lo que somos o acaso de lo que no somos, de nuestras carencias (“Me veo a mí mismo en ti”). El amor termina de muchas maneras. O son determinaciones materiales las que lo condicionan, en un mundo pragmático, individualista, o es el tedio, el hastío, la imposibilidad de comunicarse, de comunicarnos.

3

Escribe Bataille: “Dios es un remedio aplicado a la angustia: pero no cura la angustia”. Lo mismo la experiencia de la droga. La “cura” contra la angustia, que no suprime, sino que revive la angustia.

¡Qué incautos los que piensan que la droga es remedio y cura de todo: del vacío interior, de la crisis de identidad, de la angustia insuprimible! Ignoran la trampa: que todo placer supone también dolor.

La droga no es una experiencia per se. Si acaso tuviera alguna excusa legítima sería más por arrebato místico que por búsqueda de placer. ¿Cómo no explicar la adicción como sed de absoluto o búsqueda de sí mismo? La droga es menos fuente de placer que búsqueda de absoluto.

Céline define el viaje –el viaje a la sordidez- como “la búsqueda de esa nada de nada, de ese pequeño vértigo”.

4

La angustia como condición de la existencia. La angustia no significa falta de firmeza, inseguridad, temor, ni es incompatible con el deseo de vivir y con el amor a la vida. Quienes identifican angustia con pesimismo o miedo a la vida ignoran la verdadera naturaleza de aquella. Simplemente, la vida es angustia, la angustia es vital.

Bataille piensa que la solución directa de la angustia es el éxtasis.

5

Apartar de mi toda tentación del optimismo ingenuo y superficial.

Camus dice que la rebelión es el movimiento mismo de la vida. Poco a poco, he ido convenciéndome de que la única rebelión posible es la de la escritura. Está aquí, ahora, y quizá sobreviva. Su triunfo o su fracaso es asunto secundario, indiferente. Está aquí, ahora, en esta mano que escribe o garabatea temblorosa sobre el papel, en su pulso inseguro, temeroso, vacilante.

¡Ay!, si solo pudiera darle forma y sentido a estos balbuceos, a estas ideas que bullen en mi cabeza.

¡Ay! Ya no creo en otras rebeliones. Mi rebelión es personal, interior, solitaria, profunda, insobornable.

Hace tiempo advertí que se había roto la unidad del hombre y del mundo. Fui yo el sujeto de esa ruptura. Solo yo puedo cambiar el mundo. O mejor: la imagen destrozada del mundo en mí. Pero cómo quisiera que esto fuera algo más que experimento de la escritura, juego del lenguaje, audacia verbal.

Hay que revolucionar el lenguaje desde la esencia misma del hombre: la existencia. ¿Cómo remontar este tiempo sin poesía, sin lirismo, sin que el lenguaje y la escritura testimonien nuestros más hondos desgarramientos, nuestro insuprimible desamparo óntico?

Pero, ¡ay!, no sé darle forma a estos balbuceos.

Plinio me dice: “Que cada uno viva su propio proceso, que cada uno encuentre su camino. Lo único no intercambiable es la existencia individual”.

¡Ay! ¿Cómo creer después de tantas miserias? Naturaleza caída, corrompida. Condición humana pecadora, urgida de Gracia.