El animalis politicus es un género animal de anatomía antropomórfica y abundante reproducción en regiones deprimidas. Después de los primates (o monos) es la especie que más destrezas comparte con el hombre. Combina la temeridad arácnida y la voracidad felina. Es un depredador peligroso e instintivo. Se alimenta de fondos públicos, por eso prefiere ambientes socialmente desérticos y de baja densidad institucional.

Tiene un cerebro de menor peso y tamaño que el humano. Sus deficiencias neuronales las compensan con extraordinarias habilidades defensivas y trepadoras. Algunas especies desarrollan unas glándulas sublinguales que, ante el calor estimulante de la piel humana, activa un gas venenoso con efectos alucinantes. Es un animal de apariencia inocua pero cuando se ve amenazado reacciona con ferocidad caníbal. Especies minoritarias tienen propiedades miméticas, es decir que cambian de color, como el camaleón, de acuerdo a las condiciones del habitat.

El tipo dominicano tiene rasgos endémicos de difícil duplicación en el planeta. El genotipo nuestro se conoce como latros politicus dominicus. Este nombre deriva de su salvaje fuerza depredadora y de su propensión adictiva al saqueo de su entorno (que realiza sin experimentar mayores reacciones químicas). Suele ser de morfología esquelética, piel seca y escamosa antes de llegar al poder. El poder tiene un efecto mutante que desencadena en su personalidad animal típicas manifestaciones somáticas y sicológicas. Estas son:

  1. Somáticas:

a) Engrosamiento de la cara y las papadas (en ciertos casos con el riesgo de sufrir una explosión facial fragmentaria);

b) Abultamiento desproporcionado del vientre (por la acumulación de grasas trasnochadas, apetito compulsivo por los excesos, manías para suplir el hambre ancestral, hábitos desordenados y vida física e intelectual vegetativa);

c) Deformación anillada de la parte posterior del cuello (efecto Michelin);

d) Dilución de las nalgas (en ocasiones con desaparición de la línea divisoria de ambas posaderas).

  1. Sicológicas:

a) Fascinación fetichista por las yipetas, las pistolas y los relojes Rolex;

b) Alucinaciones delirantes de grandeza que les inducen a ciertas sicodependencias como a las cámaras de TV, a los guardaespaldas y a desear el roce de especies parasitarias;

c) Crisis de identidad que le afecta el reconocimiento de su origen y pasado;
d) Desórdenes en su conducta sexual con sensibles implicaciones promiscuas y poligámicas;

e) Propensión libidinosa por especies hembras más jóvenes.

f) Desarrollo de hábitos tardíos de vida como tintes capilares, ingesta viciosa de bebidas espumantes, así como debilidades por gustos exageradamente fastuosos;
g) Complejos de autosuficiencia intelectual.

El animal político es rapaz, troglodita y sensiblemente alérgico a la ética. Pese a su carácter indomable, su sistema inmunológico es vulnerable a las adulaciones y reconocimientos. Algunos desarrollan tendencias narcisistas que les quitan discernimiento para reconocer sus limitaciones. Especies más evolucionadas crean una extraña capacidad para “moverse en el fango y no enlodarse”; otras se alimentan de “animales marinos podridos” sin indigestarse. La especie nuestra ha triplicado su población en los últimos cincuenta años, aunque una sola variedad se ha mantenido dominando la jungla insular. Hoy su predominio es tal que los humanos hemos tenido que habitar en zoológicos a expensas de sus migajas. Y lo aceptamos felices.