Pocos dominicanos en la histórica de la música popular han logrado aportar un legado tan amplio, extenso y variado como el del talentoso saxofonista, arreglista, compositor y director de orquesta, Luis María Frómeta Pereira, más conocido como Billo Frómeta, nacido en Santo Domingo el 15 de noviembre de 1915. Este mes se cumplen treinta años de su fallecimiento en Caracas, Venezuela, el 5 de mayo de 1988, a los 72 años, rodeado del afecto de sus miles de admiradores en su querida segunda patria.
Hijo del abogado José María Frómeta y Olimpia Pereira, se casó en tres ocasiones. Procreó trece hijos. Desde joven y bajo la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo el aire seductor del pentagrama puso a prueba su ingenio, su imaginación y su versatilidad para crear melodías de hechos y situaciones simples del entorno social y el carácter nacional, las cuales marcaron una época y a toda una generación para luego trascender la frontera nacional. A los 15 años fue director de la orquesta de los Bomberos de Santo Domingo, entonces Ciudad Trujillo.
Desde la fundación de la Santo Domingo Jazz Band, junto a Freddy Coronado, Francisco Alberto Simó Damirón y José Ernesto Chapuseaux, Billo Frómeta apostó alto y lejos en su objetivo de realizar sus anhelos como músico consumado en teoría, solfeo y armonía. Al tercer año en la carrera de Medicina en un hospital militar, fue expulsado por negarse a usar el uniforme de guardia de la Era de Trujillo, dando fin a su etapa formativa en el país para abrirse el camino a la fama y el renombre en el extranjero.
En 1963, se inicia como empresario y promotor artístico bajo el sello Fonograma. En el mismo reúne a Guillermo “Memo” Morales, José Luis “El Puma” Rodríguez, Rafael Araque, Humberto Zárraga y Nelson Henríquez, entre otros
El autor e intérprete de melodías como Vironay, Se va el caimán, Pasito tum tum, El profesor Rui Rua, El caballo pelotero, Toy contento, Dámele betún, El baile de la yuca, Canto a Caracas y A gozar muchachos, entre otros ritmos movidos y románticos muy pegajosos y desconocidos por las nuevas generaciones, arribó a Caracas en 1938. Allí, luego de un año de persistencia, necesidades y dificultades –incluido un episodio de tifus que por poco le cuesta la vida–, logró atraer la atención del público venezolano. https://www.youtube.com/watch?
Tras algunas producciones con empresas disqueras y su amistad con el compositor mexicano Agustín Lara, quien entonces residía en Caracas, el insigne músico cambia en 1940 el nombre de su orquesta Billos Happy Boys a Billo’s Caracas Boys, lo que causó enorme disgusto a Trujillo en Santo Domingo. Él y el Negrito Chapuseaux cumplían un contrato en Venezuela. La banda era una copia de la Casino de la Playa, de Cuba, y la orquesta de Rafael Muñoz, de Puerto Rico, y competía con la orquesta Aragón, la Sonora Matancera y Dámaso Pérez Prado, entre otros.
Al final, ambos decidieron quedarse en Caracas por el riesgo de volver al país con el dictador enfogonado por el cambio de nombre a la orquesta original sin su consentimiento y desobedecer su orden de retornar, según reveló a quien escribe el maestro pianista Simó Damirón, en 1979, en San Juan, Puerto Rico, y quien internacionalizó el merengue junto a Chapuseaux y la cantante Silvia De Grasse.
En 1946, tras difundir un programa musical en Radio Caracas Radio, la orquesta se convierte en la más popular de los venezolanos. Por ella desfilaron los músicos, vocalistas y solistas más añorados de la época como Manolo Monterrey, Miguel Galindo, Miguel Briceño, Alfredo Sadel, José María Madrid, Marco Tulio Maristany, Candita Vásquez, María Luisa Escobar, Felipe Pirela, Alberto Beltrán, Víctor Piñeiro, Pio Leiva y Carlos Díaz, entre otros artistas de renombre lo que le permitía realizar presentaciones en Cuba, Puerto Rico, Colombia, México, Centroamérica, Estados Unidos y Europa.
Billo, cuyo apodo le fue impuesto por una hermana que tuvo de referencia a un vecino de nombre homónimo y de carácter muy belicoso cuando la familia residía en San Francisco de Macorís, tuvo en 1957 una pausa en su vida profesional tras un difícil divorcio de su segunda esposa. Fue un año de sobresaltos en lo personal, lo profesional y hasta en lo político. Enfrentó numerosas demandas e incluso un veto de por vida en 1958 de colegas del estado Miranda que, por la envidia ante sus éxitos, lo vincularon con el entonces dictador venezolano, Marco Pérez Jiménez, por lo que se fue a Cuba.
Su amistad con el empresario venezolano Renato Capriles le permite en 1960 reagrupar su orquesta con el nuevo nombre de Los Melódicos, tras contratar en Maracaibo a José “Cheo” García y a Felipe Pirela, para producir un disco intitulado Paula, dedicado a la modelo italiana Paula Bellini. En 1963, se inicia como empresario y promotor artístico bajo el sello Fonograma. En el mismo reúne a Guillermo “Memo” Morales, José Luis “El Puma” Rodríguez, Rafael Araque, Humberto Zárraga y Nelson Henríquez, entre otros. El autor de El Pájaro Chogüí y Bacosó acumuló más de 70 años de profusa actividad artística reconocida con 12 premios nacionales, 7 internacionales y miles de discos.
En 1987, en el carnaval de Santa Cruz de Tenerife, Billo congrega 250-mil personas para bailar la misma canción interpretada por la guarachera cubana, Celia Cruz, lo que quedó en los registros del libro de Records Guinness. El 27 de abril de 1988, al finalizar un ensayo para dirigir la Orquesta Sinfónica de Venezuela, la segunda más antigua del hemisferio, sufrió un accidente cerebro vascular en el teatro Teresa Carreño, de Caracas, a donde se le rendiría el día siguiente un homenaje por el medio siglo de su llegada a ese país, quedando en coma hasta su fallecimiento el 5 de mayo de 1988.
Con la muerte de Billo Frómeta concluyó un capítulo importante en la historia musical de Venezuela y del continente. Fue un músico natural, intuitivo. Llevó siempre en su corazón y en sus venas el sentido melódico y rítmico, así como una aguda capacidad de observación de la idiosincrasia popular. Siempre supo plasmarlo en sus numerosas composiciones con la gracia, la picardía y la agilidad que sólo está reservada a los pocos maestros que en el mundo han sido, tan vigentes a 28 años de su partida, y cuya memoria y legado han sido víctima de la ingratitud de muchos de sus compatriotas…