1

Recorrer un espacio expositivo es atreverse a mirar de frente, con los ojos del asombro y de la duda, con la sensibilidad y el entendimiento, sin ideas previas, sin predisposición, abierto a lo que te pueda ofrecer, como se abre uno a la vida, a la sorpresa, a la extrañeza, a la novedad, a la repetición, a la maravilla, pero también a la decepción.

2

Entre el concurrido público del museo de aquella tarde, ese espectador habla y provoca: “Una bienal es algo más que una gran exposición colectiva”.

3

Entre 286 obras de 185 autores, mi ojo crítico y mi espíritu sensible se pasean una y otra vez por esos espacios físicos transfigurados, por esas cuatro plantas de maravillosa arquitectura, dejando a ratos mi asombro, a ratos mi duda y a ratos mi decepción.

4

La bienal no es el museo. El museo es solo su espacio expositivo tradicional. Le haría bien descentralizarla, buscarle otros espacios, ventilarla bajo otros cielos, nuevos cielos.

5

Una bienal de artes visuales es varias cosas a la vez: un evento, una institución y una tradición. Pero sobre todo es un acontecimiento.

6

Ni los comités son eternos, ni los jurados inapelables. Sólo el público lo puede todo.

7

El juzgador juzgado. Al seleccionar y premiar, lo que un jurado de arte hace no es otra cosa que ejercer legítimamente un criterio y manifestar una subjetividad intransferible. El jurado juzga el valor y la calidad de una determinada obra de arte, emite una opinión sobre ella y decide otorgarle o no un premio. Pero al juzgar la obra, al seleccionarla y premiarla, el jurado también es juzgado por el otro, por la mirada del espectador, por el público. Su labor se somete al escrutinio público.

8

No hay un decididor último y definitivo del valor artístico y estético de la obra. Nadie lo decide: ni el artista, ni el crítico, ni el curador, ni el jurado, ni el coleccionista. Pero si lo decidiese alguien, tendría que ser necesariamente el público, el espectador, tan amplio y diverso como móvil y cambiante. Solo la ignorada mirada del espectador tiene la última palabra,

9

Que nuestro mundo se ha estetizado en todos los lugares es una evidencia palpable. Pero solo porque antes se ha mercantilizado. La educación, el arte y la cultura son tratados hoy como puras mercancías consumibles e intercambiables.

10

Preguntas (im)pertinentes: ¿Para qué sirve la crítica de arte hoy? ¿Hacia dónde va la crítica? ¿Hay nuevos discursos en la cultura? ¿Tiene acaso porvenir? ¿O acaso ha muerto ya y no nos damos por enterados?

11

La crítica de arte es más que un ejercicio profesional individual: es una institución cultural. Asumirla no es un mero ejercicio del criterio: es un compromiso con la cultura. Esta es su misión, su tarea, su función social. El acto crítico –valorativo y reflexivo- es un acto de cultura comprometido

12

La pérdida de la influencia y del poder de la crítica de arte es proporcional al auge de la dictadura del mercado.

13

Cambio de paradigma. El arte de hoy ya ni siquiera es entendido como creación individual, como expresión personal del artista. Este ha dejado de ser el auteur de la obra de arte. Ella viene a ser ahora el resultado de una intervención múltiple. Ya no hay creación, sino co-creación.

14

Manifiesto por (para) un nuevo arte: el arte no está solo en los museos y las galerías de arte, ni tampoco en las colecciones privadas o institucionales, ni en las bienales y las trienales. El arte está en todas partes. El arte está en la calle. El arte está en la vida. El arte está en los centros y en los bordes. El arte es un acto de rebeldía creadora. El arte es rebelión. El arte es revelación. El arte es visión, sueño y utopía. El arte es un dolor inmenso. El arte es un goce infinito. El arte es vocación y destino. El arte es completamente inútil. El arte es absolutamente esencial.

15

Albert Camus estaba en lo cierto: el arte es necesario, no porque esté por encima de todo, sino porque no se separa de nadie.