Además de padecer los embates de la  COVID-19, miles de ciudades y comunidades del país  están sufriendo el grave problema de la acumulación de basura en las calles. Con ello las ciudades y barrios han sido invadidos  por el miedo, el abandono y la desesperanza.

La situación se torna muy preocupante y delicada porque la basura no sólo genera una desagradable imagen en los campos y las ciudades, sino que contamina el suelo, el agua y el aire llegando a convertirse en un  problema social y de salud pública.

Frente a la crisis de la basura de poco sirve el “mea culpa” de las alcaldías de que la basura les ha ganado la batalla. Reconocer la derrota no significa que la situación se haya asumido con inteligencia  y responsabilidad. La administración de crisis no se improvisa. Se aprende.

La Municipalidad tiene el deber de asegurar la calidad ambiental de su territorio y la cobertura de servicios de limpieza pública y ha de asumirlo con máxima responsabilidad. Son muchos los riesgos que se desbordan cuando la respuesta es lenta e inadecuda.

La acumulación de  basura cerca de las casas, las escuelas, solares baldíos,  calles, drenajes y basureros, genera lugares insalubres donde habitan bacterias y muchos otros microorganismos causantes de enfermedades e infecciones, que vienen a sumarse a la precariedad de los habitantes.

La basura y la degradación del medio ambiente  tienen también un impacto negativo en el  paisaje  y generan costos sociales y económicos tales como la devaluación de propiedades, pérdida de la calidad ambiental y sus efectos y traumas en el turismo.

También ponen en riesgo la salud mental y emocional de los ciudadanos. Un grupo de investigadores del Instituto de Tecnología de Massachusetts (MIT) y de la Universidad de Beijing ha demostrado, a través de un estudio minucioso, la relación directa que existe entre la contaminación del aire y la reducción de los niveles de felicidad.

De acuerdo a los resultados, publicados en el 2019 en la revista “Nature Human Behaviour”, la contaminación ambiental causa un importante efecto emocional en las personas, cuyos niveles de serotonina ( neurotransmisor  que ayuda a regular el estado de ánimo)  son menores que los de aquellas que respiran en espacios más limpios.

También alarma  y preocupa el hecho de que la  acumulación de basura genera asco. “El asco es un sentimiento acerca de algo y produce como respuesta a algo. El asco implica necesariamente determinados pensamientos muy molestos, sobre la repugnancia y el objeto que la provoca. Se presenta unidos a ideas de una clase especial de peligro: el peligro inherente a la contaminación y al contagio”. (W.I. Miller. 1998. “Anatomía del asco”).

El hecho  de estar “asqueado” vincula al asco con una serie de estados a de ánimo y otros estados psicológicos que se describen como “tedium vitae” (cansancio de la vida), tales como  desesperanza, aburrimiento, desilusión,  depresión, melancolía, pereza y hastío.

En haras de “hacerlo bien”,  las alcaldías no sólo deberán preocuparse por la recolección de la basura, sino que deberán contemplar la  creación  un “organismo” encaminado a la educación de los habitantes para la modificación de los “escenarios conductuales” (behavior settings) mediante propuestas y estrategias derivadas de la Psicología Ambiental Comunitaria, la Psicología Ecológica y la Educación Comunitaria.

No se trata, sin embargo,  de  emprender una transformación al vapor. Es una  una hoja de ruta, un camino. Un proyecto comuntitario,  educativo y sanitario. Es un viaje para encarnar los lugares, encontrar a la humanidad al final de la calle, dotar de corazón al corazón de la ciudad y del barrio.

Además, hay que advertir que el problema de la basura no se resuelve con “operativos”, “planes de emergencia” o compra de flotillas de camiones. Mucho menos con la contratación de empresas de limpieza irresponsables y con tecnologías y equipos atrasados. Tampoco con promesas populistas que  “huelen mal”, que huelen a paliativos engañosos. Se necesita inteligencia, presupuesto, educación y voluntad política.

Toda política educativa municipal que pretenda sensibilizar, educar y crear conciencia acerca del cuidado del medio ambiente y el manejo adecuado de la basura debe ser producto de un diálogo entre autoridades y  habitantes. Hay que sacar a la calle las estrategias municipales de limpieza. ¡Hay que escuchar de cerca! ¡Hay que rendir cuentas!

Desde la Municipalidad eduquemos para desarrollar una cultura ciudadana que enfatice el desarrollo de hábitos ecológicos y comunitarios y los comportamiento urbanos responsables  para trabajar y habitar con amor y respeto los lugares  donde nos ha tocado vivir, sin arriesgar la salud y la vida y garantizando “espacios limpios”.

No pongamos a prueba la paciencia de los ciudadanos. La tragedia de la acumulación de basura,  que convierte en insegura, vulnerable, desdichada y amenazada la vida de miles de comunidades  del país, también despiertan rebeldías. Se requieren soluciones que fortalezcan la paz ciudadana.

Procuremos que la democracia, la justicia y las conciencias “huelan bien”. ¡Construyamos comunidad! ¡Construyamos democracia municipal!