Escribir para Paz es una ceremonia, la ceremonia de mirar ese tránsito del tiempo natural que nos pertenece pero también nos es ajeno, mirarlo con y por la imposibilidad de detenerlo.
Aquí no hay estado de alma, por simple que sea, que no cambie a cada instante, pues no hay conciencia sin memoria, ni continuación de un estado sin la adición del recuerdo de los momentos pasados al sentimiento del presente. En esto consiste la duración para Henri Bergson. La duración interior, en palabras del filósofo francés, “es la vida continua de una memoria que prolonga el pasado en el presente, sea que el presente contenga distintamente la imagen siempre creciente del pasado, sea, más bien, que, por su cambio continuo de calidad, atestigüe la carga cada vez más pesada que uno arrastra tras sí a medida que envejece. Sin esta supervivencia del pasado en el presente, no habría duración, sino solamente instantaneidad”.
Esta experiencia íntima y secreta, negación del porvenir, aunque momentáneamente presente, es lo único que puede salvarnos de la fuga del tiempo y proporcionarnos la inmutabilidad y alegría de plenitud, puesto que con ella—dice Kierkegaard—el hombre elige el “momento”, la “deliciosa seguridad del instante”. Por su infinita reversibilidad en el presente, la repetición inserta la eternidad en el tiempo.
Con estas ideas y afirmaciones, en palabras de Belliard, “el poeta Octavio Paz se vuelve categórico al vislumbrar el tiempo como irrealidad e ilusión de los sentidos, y como falsa percepción visual del cuerpo frente a la naturaleza real. Si bien el tiempo no tiene sustancia-pues es invisible-, no menos cierto es que tampoco tiene materia, ya que no posee cuerpo; es intangible, sin embargo, todos sabemos que algo sucede cada día y cada noche, algo que con el paso del tiempo nos sucede en nuestro organismo, en nuestro cuerpo, y también en los otros” (Ver págs. 56 y ss.).
Aquello que se va, aquello que se va temporalmente, aquello que pasa (el presente, que ya es pasado, que es preciso retener), en primer lugar, se fija inmediatamente, después se recuerda gracias a la memoria y, por último, se vuelve a encontrar a través de la historia, se reconstruye gracias a la historia o la pre-historia. La obra racional de la conciencia es, de Platón a Husserl, la reminiscencia que es el vigor último de la identidad del ser o, al menos, el programa normativo de la ontología.
Se trata de la nostalgia de la perfección de los comienzos, que para Mircea Eliade explica el mito del Eterno Retorno. Este recurso del mito nos hace vivir in illo tempore, vale decir, tiempos felices y dichosos. En términos cristianos, podría decirse que se trata de una “nostalgia del Paraíso”, aunque, al nivel de las culturas primitivas, el contexto religioso e ideológico sea muy otro que en el judeo-cristianismo. Mas el Tiempo mítico que se aspira reactualizar periódicamente es un Tiempo santificado por la presencia divina y se puede decir que el deseo de vivir en la presencia divina y en un mundo perfecto (porque acaba de nacer) corresponde a la nostalgia de una situación paradisíaca. En esa re-suscitación de la totalidad de lo existente se cumple la ley del Retorno: el Espíritu vuelve eternamente de Sí a Sí, encarnándose y materializándose en esta figura ideal, presente en el horizonte, del Puer aeternus correspondiente a su última y final metamorfosis, la cual Paz asume a partir de la concepción budista del tiempo y la realidad.
La poesía de Paz se define a partir de aquí como una crítica radical a la idea occidental del tiempo, afirma Belliard. Esta concepción de la realidad del tiempo del hombre occidental, en que anida no el karma budista, sino el destino místico-cristiano de la naturaleza bíblica es lo que perturba la esencia de la vida mental del catolicismo por la creencia en la eternidad y el Juicio Final, que genera, según Paz, un sentimiento de angustia ante la muerte, y que también conturba la vida del espíritu. El occidental hereda una noción cristiana del tiempo, que es rectilínea, que representa simbólicamente su salvación, culpa, pecado o condena. “Esa visión del tiempo, dice finalmente Belliard, es de estirpe sagrada, mientras que la visión de los orientales es profana” (Ver págs. 52 y ss.).
Por lo tanto, está justificado considerar el presente en esta obra, como la manera del ser del cumplimiento, que nos permite comprender, cual fugaz relampagueo de la luz eterna, la consumación del mismo; y el pasado como la manera de ser que, en medio de su volatilidad, nos transmite la sensación de consistencia y eternidad a las cuales han aspirado y desarrollo Martin Heidegger y Octavio Paz, y a la cual se adhiere Basilio Belliard con la publicación de este invaluable libro.
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