El futuro es el presente imaginario del hombre que  percibe lo intemporal mediante la intuición del tiempo. Existen infinitas posibilidades de reducir lo temporal al imaginario del poeta. Estas ideas son las que ha adoptado el poeta y crítico dominicano Basilio Belliard en su más reciente libro, Octavio Paz o la búsqueda del  presente, publicado por la Editorial  Amargord de Madrid, España, 2019. Belliard en este libro analiza las ideas sobre el tiempo lineal, profano, cíclico y sagrado en la obra de Octavio Paz, asumiendo un discurso racional, filosófico y poético.

La visión de Belliard sobre la obra de Paz es la persistencia del acontecer  del ser en las  palabras, conservando los bloques de tiempo en los  que el poeta logra la coincidencia singular y extraordinaria entre el instante percibido y el lenguaje.

Esta consolidación del instante es para Paz,  según Belliard, una manera ilusoria pero perdurable del poeta  reconciliarse y unirse con el trayecto fugaz que finalmente va separando al ser de su propia vida. La obra de Paz se convierte así, a la luz del instante, en puntos invisibles de  unión con momentos inasibles, que no significarían nada en un recuento general de la vida y del mundo, si no fuera por las palabras transfiguradas  en el poema. En ese sentido Belliard  ha dicho: “La escritura poética de Octavio Paz apunta a un cuestionamiento constante con el tiempo y con el ritmo temporal del verso, en un “presente perpetuo” que actúa como centro móvil de un punto en espiral, desde donde su ser poético y el sujeto poético articulan su discurso, en un despliegue de símbolos y analogías, en el espacio de su representación textual. El pensamiento poético en Octavio Paz se centra en su obra, en una tensión constante entre el tiempo y el espacio verbal de su representación, entre el instante y la eternidad, dos signos contrarios y opuestos que se complementan en su mundo literario e intelectual”(Ver págs. 42 y ss.).

En efecto, el instante adquiere una amplia connotación en esta obra: vivacidad de los sentidos, es igualmente un reto del tiempo, una crítica a la mixtificaciones de la historia y de la religión en el mundo occidental.   “No tengo nada que decirle al tiempo y él tampoco tiene nada que decirme”, escribe Paz en un texto de ¿Águila o Sol?  Ni indiferencia ni arrogancia. El tiempo, sabemos, se ha vuelto una experiencia enajenante: un obstáculo que impide la libre expansión de la vida. Belliard alude al  rechazo de Paz al concepto de tiempo como calendario de un orden histórico y social absorbente: tiempo abstracto, regido por un futuro siempre postergado por un ideal de progreso más bien devorador.

También la obra de Paz, según Belliard, participa de una paradoja, y aun se define por ella. Para Paz la ausencia no es una carencia que se pueda explicar sólo por una situación social, enajenada, del hombre. Presencia y ausencia, plenitud y vacío, son términos, para él, profundamente ligados entre sí. Si el tiempo no es continua opacidad, tampoco es continua intensidad (de otro modo, nos quemaría, dice Paz); el fulgor del instante es a su vez instantáneo: no sólo está siempre al borde o en el límite de su propia consunción (o “consumación”, dice más significativamente Paz), sino que igualmente la prefigura. El instante es simultáneamente fijeza y vértigo: fijeza en movimiento, vertiginosidad que se fija. Éste es el verdadero ritmo de la poesía paciana, afirma Belliard.

Por medio del instante, el hombre se encuentra consigo mismo porque simultáneamente se encuentra con la presencia real, visible, tangible: el mundo entra en mí, yo entro en el mundo. En el instante, el tiempo deja de ser opacidad sucesiva y reasume su fluir de tiempo original, desligado de la compulsión cronológica. Lo insólito no es que ya los depara el futuro; lo insólito es que lo (re)conquistamos en este día que ya mañana será memoria. Privilegiar el instante es, pues, privilegiar al hombre como tal, al hombre concreto; no al Poder, la Sociedad, la Historia, los Dioses. Sin embargo, poca gente puede decir “estoy aquí”, pensaba Braque. Estamos ya tan enajenados y manipulados que no sólo renunciamos a lo que somos, sino que, además, lo inmediato nos parece imposible o “utópico”. ¿Estará el hombre condenado siempre al horror de la presencia? La utopía, por tanto, dice Paz, no es la espera de una promesa por venir o alcanzar, no es tampoco el espacio de una perfección sobrehumana: es simplemente la realización plena del instante. Esta es la nueva ética paciana, de acuerdo al análisis de Belliard.

¿No es revelador que el instante por excelencia, en esta obra, corresponda reiteradamente con la imagen cósmica del mediodía? Luz cenital, punto de la mayor incandescencia solar, justo medio que absorbe la totalidad: el mediodía es un espacio “imparcial y benéfico”; encarna la doble perfección del cuerpo y el espíritu; eminencia e inminencia. “Todo es dios”, dice Paz en su poema; “todo es presente, espejo sin revés, no hay lado opaco, todo es ojo”, doblemente amenazado: por su propio equilibrio, que supone lo abismal; por su energía misma, que es combustión continua. Lo solar, por tanto, encierra una doble imagen: la vida y la muerte en armonía tensa.

A veces Belliard piensa que Paz es como un fotógrafo que se encierra, como los de antaño, en su cuarto oscuro y revela las imágenes que ha mirado.   En estos poemas y prosas aparecen entonces muy naturalmente fantasmas e imágenes sobrepuestas, conjetura nuestro autor.

El instante es la consagración del tiempo vital mediante un canto que encierra la simultaneidad de ver y de decir lo sentido ante lo que se está viendo y viviendo. Es una poesía, de acuerdo a este análisis, que pretende mantener la contemplación, no hay rememoraciones en ella, hay una continua recuperación de lo contemplado en la presencia y el presente de las palabras. El mundo se desmorona, pero las palabras permanecen vivas, encendidas, presentes. Esta es la finalidad de la poesía paciana: conservar la vida en las palabras. En esta poesía la forma y el fondo se unifican, indisolublemente en el tiempo del poema, en el tiempo en que se mira y se construye lo mirado con las palabras. Ese cuarto oscuro,  donde  las palabras, la mirada y uno mismo se congregan en una noche mítica, un presente eterno: la noche de la escritura. Dice el poeta mexicano en la estrofa final de “Perpetua encarnada”:

La noche se congrega y se ensancha

nudo de tiempos y racimo de espacio

veo oigo y respiro

Pido ser obediente a este día y a esta noche”.