En mis interacciones partidarias e intercambios políticos tanto a lo interno de mi partido, el #PRM, como hacia fuera con 'intelectuales' de la política dominicana, a través del tiempo y en ocasiones, he advertido muy penosamente, una tendencia marcada hacia comportamientos 'tan mediocres'. Bajos instintos que desdicen no sólo de la calidad humana de sus exponentes, sino que nos ponen a dudar de su capacidad de raciocinio eficaz y nos muestran evidente carencia de actitud hasta para competir en buena lid y vencer. Demuestran, con sus acciones y falencias, un evidente enanismo político.
Como muestra de este vicio indeseable, podemos ilustrar tres pueriles ejemplos. El caso de un individuo, intelectual o dirigente que, en medio de un evento no necesariamente político, prefiere publicar en las redes sociales una 'foto cortada' eliminando la imagen de un presumido competidor, colaborador o compañero/a, solo por la entendida falsa creencia que publicando una foto compartida afectaría u opacaría su imagen o reduciría potencialmente su entorno de influencia, al mismo tiempo que hace una supuesta labor de publicidad gratuita a un potencial contendor. Otro caso, el de una propuesta presentada por un dirigente político o individuo y asumida mayoritariamente por un colectivo dirigencial, en la cual se niega el mérito de autoría de su proponente con la finalidad de no dar la merecida connotación pública que el aporte amerita. Y, por otro lado, la promoción de una encuesta donde abiertamente se excluye uno o varios de los candidatos/as legítimamente elegibles; todo ello con la mal sana intención de fomentar una campaña de indiferencia y exclusión sancionable, sin la más mínima excusa válida, para hacer lucir “protagonistas sin competidores” a quienes desde ya demuestran miedo a un escrutinio en igualdad de condiciones. Todos y cada uno de estos casos no reflejan más que la acumulación de resentimientos, inseguridades y antivalores que delatan la débil personalidad de estos individuos, más que el contenido literal y esencial de los mismos discursos que estos pretenden presentar con la más execrable simulación de nobleza.
Así, en la manifestación de estos vicios aborrecibles –claras expresiones de la ruindad de algunos seres humanos– vemos cómo personas prefieren que se sufra un perjuicio colectivo antes que reconocer un mérito o aceptar un espontáneo aporte de algún dirigente o personalidad o dar participación a otro compañero/a para contribuir al bien común de una causa noble. Otros que prefieren hasta contrariar o negar una teoría afín a sus intereses o a su propia visión y convicción ideológicas, solo porque la iniciativa provenga de otro pensador, a quien, quizás ven con celo político, profesional, personal, o porque ellos mismos apliquen cualquier categoría excluyente que no les permita tolerar la coincidencia de criterios.
Es cierto que, en política, agenciarse su espacio es parte de una lucha titánica, legítima y tenaz de supervivencia y preeminencia en el ajedrez político de dominación. El "divide y vencerás", y el “no des a tu enemigo las armas de tu destrucción", de Nicolás Maquiavelo, son postulados que muy bien pueden ser aplicados en el marco de un arsenal de estrategias políticas de la persona u objetivo que persigues o del grupo por el cual abogas. Sin embargo, dudo de la existencia idónea de estas oportunidades y herramientas estratégicas de la guerra política para promover y hacer nacer en otros el cinismo rastrero y desdicente de la más baja calaña de actuar de un individuo. No saben cuán daño se hacen así mismos, y a la posteridad, incluso a sus propias estirpes. Arrastrar estos sentimientos y pensamientos oscuros de cobardía, resentimiento, envidia, individualismo, egocentrismo y falta de tolerancia, maldicen en el tiempo hasta a sus generaciones, hablando en el más vulgar y supersticioso sentido de la palabra.
Una cosa es ser estratega político, aprovechar las oportunidades históricas y las circunstancias del entramado social y político que nos toque enfrentar. Otra es, denotar vergonzosamente la carencia de valores humanos mínimos en la interacción social y política, y más aún, exhibir la práctica de estos bajos instintos como un símbolo de "fortaleza" e infalibilidad. Esto último es penoso sobre todo cuando supones talento, visión y buena voluntad en algunas personalidades políticas y entes entendidos influyentes de la sociedad.
Más que eso, estas falencias son una muestra indiscutible de debilidad, necedad, torpeza, pobreza, mediocridad y falta de espíritu que francamente ponen al desnudo una facultad intelectual y emocional poco cultivada en el individuo y que "El arte de la prudencia”, de Baltasar Gracián, aconseja acuñar para el éxito de tus objetivos no sólo en política, sino en lo laboral, social, conyugal, familiar y hasta espiritual. Pues aun cuando esos portadores de estas resentidas actuaciones consigan alguna vez éxito en sus desmanes, este será vacío y sin causa. Al final entenderán, frente a su propia conciencia y subconsciente, que ni ellos mismos merecían los beneficios que hoy se agenciaron merced a esos bajos instintos; haciéndolos más infelices, incluso, que aquellos que hoy ni siquiera gozan del placer de existir.