Como diría Zygmunt Bauman, uno de nuestros roles es la “deconstrucción derridiana de la percepción de la realidad social”. En nuestra sociedad el ritmo de la historia no alcanza, hay una prehistoria que nos blasona y nos hiere. Coexisten en el tejido social, tres cuerpos sociales, con una distancia en tan poco territorio que abruma y que asume al mismo tiempo, un drama.

Nadie nos invita a ver más allá del son de la seducción del poder. De un poder donde el peso de la simbología gravita más que el contenido de las acciones. Por eso, si hiciéramos los estudios de corte transversal y longitudinal nos daríamos cuenta que los elementos que marcaban los factores estructurales, como punto de encuentro de las necesidades vitales en los 90, están ahí, 27 años después. Cuasi dos generaciones, que en este déficit de poder perpetuo, no ha logrado concitar un salto cualitativo para la inmensa mayoría.

Desde hace mucho estamos en presencia de un poder corpóreo anidado en las individualidades, en la fragmentación de objetivos que no logra articularse en proyectos colectivos. Es como si la cita con la historia es el solo espejo de la jerarquía, de la categoría que el cargo presenta en la estructura del Estado. Parecería, para aquellos que no creen en el juicio de la historia, que sus acciones y decisiones no encontrarán eco en el futuro y que las evaluaciones del impacto de la actuación pública, no tendría espacio. Su resonancia será alta, pero en el eje contrario de la manecilla del reloj.

Su conciencia moral es tan oblicua que creen permear con su poder, la oclosión de la realidad. La captura de cuasi toda la sociedad era ineludible, pero al mismo tiempo, insustancial para el interregno infinito de una nación que no está sola en el concierto del mundo. Que existen signos para comparar y estándares de evaluación. Uno de los agentes para medir la calidad de la democracia es precisamente, la necesidad de rendir cuentas y de la capacidad de reformas que viabilicen el bienestar y calidad de vida de los actores sociales, involucrándolos, sin instrumentalización.

El poder aquí visualizado no construye espacio de hegemonía en la contradicción de los espacios culturales, del rigor de la visibilidad ideológica, sin el eje primordial del “sobrecito” que da el Estado, en todas sus manifestaciones y modalidades. No hay dudas, hay grado, obnubilación y liviandad. Por eso somos el país con la tercera densidad pública ocupacional más alta de toda La Región. Por ello, la meritocracia no existe en el Estado dominicano, a pesar de que tenemos la Ley de Función Pública, 41-08, que ya tiene casi 10 años. De ahí que nada funciona institucionalmente, sino en la simultaneidad de las relaciones de poder. “Quien te mande, yo te pongo y te asigno un sueldo”.

El poder, desde la perspectiva de Anthony Giddens, es “la capacidad que poseen los individuos o los grupos para conseguir sus objetivos o para promover sus intereses, incluso frente a la oposición o la resistencia”. En nuestro país, los actores políticos siguen con el viejo paradigma del poder, que es la sistematicidad y permanencia de la coercitividad, más que en la legitimidad. Cuando el poder político tiene que violar sus propias leyes, que ellos mismo diseñaron y aprobaron, eso es, relaciones de poder coercitivas, que no vienen dadas por la autoridad de la asunción de la normatividad, sino por el peso del puesto y no del marco institucional. Por ello, el nuevo paradigma de la concepción del poder, es el que se afinca en Michel Foucault, donde el mismo está determinado como expresión de las relaciones sociales y que está estrechamente imbricado con el conocimiento y por tanto, con el discurso, que nos ofrece el panorama de comprender la sociedad y el entorno del mundo.

Cuando vemos que la prensa habla de la noticia de cuatro haitianos muertos, supuestamente, en una riña en la cárcel de La Victoria, eso es instrumentalización del poder, que hace la Procuraduría y que los medios no cuestionan, no van más allá de la información que ofrece el poder político. Como muy bien aborda Steven Lukes, en su perspectiva bidimensional del poder, éste se asume en diferentes caracterizaciones: “Controlando la agenda mediante la cual las decisiones llegan al conocimiento del público. Excluyendo por completo algunas cuestiones de la política, restringiendo el contenido de la información; poniendo en agenda lo que quiere el poder; al tiempo que construyen las manipulaciones de las necesidades y deseos de las personas”.

El poder seductor e ideológico en la sociedad dominicana deriva, en gran medida, de la figura presidencial, hiperinflada en los medios de comunicación y en el rol de socialización de los mismos como agente del consumo. Se produce un contraste, una contradicción, al mismo tiempo, pues visibiliza el consumo, pero el mercado laboral y los salarios son muy exiguos en nuestro tejido social, lo que da pauta para explicar, de alguna forma, una de las causas de la violencia, de la delincuencia, de la criminalidad. Las expectativas culturales y las realidades sociales, acusan mucha incompatibilidad, como nos hablaría Emilio Durkheim. De ahí vemos, la innovación en la conducta desviada.

Se baila el son de la seducción del poder cuando miramos solo lo que dicen los apologistas del poder en el gobierno, sin tener a mano lo referencial, el marco que nos permita evaluar el impacto de la actuación pública y como ha cambiado los niveles de calidad de la gente. Es tomar en cuenta el discurso del Presidente en agosto del 2016 y el Programa de Gobierno 2016_2017. Más allá de la percepción de la realidad social, ahondar, con la mayor objetividad, nos permite decir que es un año para olvidar.

Cuando ausculto para desvelar esa realidad, fuera del discurso oficial y de la ficción fértil de la imaginación de algunos funcionarios, llego a la conclusión de que no me siento bien con esta democracia de papel, una democracia caricaturesca en la complicidad sempiterna de los actores estratégicos (fácticos) del poder social empresarial. Este año 2016-2017 y 2015-2016 la desigualdad social creció y por tanto, la cohesión social se fragiliza cada día más. Los jóvenes, vieron su esperanza eclipsarse al desamparo de la posibilidad de un empleo. Hoy hay un 32.5% de ellos que no tienen lo que más nos acerca a la alegría de los demás roles sociales del ser humano. La mortalidad materna, que en el Programa de gobierno 2012-2016 la llevarían a 75, está en 90/100,000, muy por encima de países con economía más pequeña que la nuestra. Siendo la novena economía de 34 países, mueren 30.8 niños antes de cumplir los 5 años y un 7.1% tienen malnutrición cuasi crónica.

Hoy, miles y miles de seres humanos tienen sus sueños rotos. La pobreza intergeneracional desborda, los anhelos redentores de un mejor porvenir, allí donde el 85% ha quedado fosilizado en la pirámide de la estratificación social. Es una aventura elevar la mirada para cristalizar el puente que nos lleve a volar sin tener alas y no caer en las garras de la seducción del suspense y la confusión del deseo y realidad que hacen los actores políticos, de acuerdo a las 48 leyes del poder de Robert Greene.