Ayer me encontré con él. Estaba sentado en una de las bancas del viejo parque que lleva su nombre, triste y cabizbajo, solo y solitario, indiferente a todo. Allí estaba, rememorando aquellas primeras gestas de una patria que-si-fuere-mil-veces-esclava-otras-tantas-ser-libre-sabrá. Allí estaba, mascullando frente a su propia imagen de bronce  su ideal de felicidad común, frustrado por los malos dominicanos, por los prevaricadores, por los traidores, por los que han falsificado convenientemente sus palabras. Allí estaba, pues, el pobre Juan Pablo, sin celebrar cumpleaños ni nada. No dijo nada el pobre Juan Pablo.