Recuerdo con tanta gracia la manera en que yo de pequeña veía a la gente de 40 años y los sentía tan grandes para mí. Ante mis ojos, se veían verdaderos adultos y gente mayor aventajada de los años; que habían vivido toda una larga existencia y llenos de grandes responsabilidades. Ayer cumplí 41 y reparé en el hecho de que, contrario a lo que pensaba de pequeñita, me siento más joven y plena que nunca.

En una llamada con mi buena amiga Ángela, coincidíamos ambas en que el espíritu nuestro se había quedado en los 20. Ella en los 24 y yo le confesé que yo casi siempre me siento de 27 y a veces, cuando más adulta me pongo, mi mente computa 32 años. No más.

Nos reímos. Cada una desde sus 40 y un chin, con el alma plena y feliz, pero conscientes de que para ninguna de las dos, los años habían resultado en un tema odioso.

Precisamente en estas Comparsas, he escrito sobre lo digno y bonito de hacerse amigo de los años. De recibir los años con gracia y asumir la vida con buena actitud. Ayer, cuando recibí oficialmente los 41 años, la vida me encontró más agradecida, más feliz, más completa y con el espíritu intacto de la juventud eterna, la del alma.

Mis hijos, a modo de chiste, ya empezaron a decirme “doña” y yo entre risas me hago la enojada. Cuando la verdad es que no me mortifica el título. Me sigo ocupando de vivir a plenitud. Lejos de afanarme por verme joven, me empeño en no amargarme y rejuvenecer mi corazón rodeándome de gente buena en mi entorno. Los años se han convertido en un número, por más cliché que pueda parecer, eso son.

40 sigue siendo un número grande. Uno suele llenarse de enormes expectativas, cargarse de grandes compromisos, innecesarios por demás, que a veces uno mismo se los impone. Uno se cree en la obligación de estar realizado ante la sociedad, con todos sus problemas resueltos y a la entrada de ir gestionando un retiro próspero y tranquilo. Cuando la realidad, de tantos como yo, es que ahora es que uno se siente en la facultad de plena de emprender nuevas conquistas y asumir fantásticos planes.

Para mí, si los 40 fueron el año del desenfado y la libertad, aún a pesar de la pandemia, los 41 será el año de reinventarme. Y espero que así lo sea. Pero si tampoco se da, estoy en la plena disposición de recibir lo que la vida traiga. A la vida que disponga, que aquí me tiene dispuesta a asumir con gracia, con gallardía, con amor y en paz, lo que sea que traiga. Y si es bueno, mucho mejor.

Espero que se encuentren en estas líneas. Así sean de 20, 30, 40 o más. A fin de cuentas, la juventud es un asunto de actitud y la vida nos regala todos los días una nueva oportunidad para escribir nuestra historia.

Cito a mi amiga Yanderis Rivas, en Twitter, hagan “que valga la vida y no la pena”.