Ella tiene 12 años y pertenece a una parte privilegiada de la población que puede pagar y asistir a un colegio privado. Elocuente, vivaz, despierta, la timidez no habita un ápice de su ser. Hablábamos de música de este tiempo, de su comida favorita, de cine y hasta de redes sociales. De repente no sé cómo, de alguna forma llegamos al tema de historia dominicana. El semblante alegre que yo guardaba  lo arropó el asombro y el desconcierto cuando ella muy convencida me aseguró que a Trujillo lo mataron en el 2010.

Faltó sólo que me lo jurara. La pequeña dama mantuvo su postura firme mientras me contaba con detalles cómo el dictador había escapado del país rumbo a España, que una vez allí, había pagado por una cirugía de rostro para transformarse en una persona totalmente distinta. Contaba ella con tal convicción que espanta, que Trujillo logró llevar una vida relativamente normal hasta que hace apenas 3 años murió de viejo.

Ante aquello, no pude evitar cuestionarla a ver si hablábamos del mismo Trujillo y para mayor indignación, en efecto sí coincidimos. Logré confirmarlo cuando me dijo “si, Trujillo el que mató las Mirabales” y por si fuera poca cosa, con propiedad como para regalarle al más estudioso de la historia, me aseguró que una de las tres hermanas aún vive y reside cerca de Boca Chica.

Entre mi asombro, la indignación que agota el ser y la angustia de saber que asiste al colegio y que irónicamente no saca malas calificaciones, tocó el turno de hablar del Padre de la Patria, a propósito del bicentenario del natalicio de Juan Pablo Duarte. Logré que me cantara su fecha de nacimiento y la fecha de su muerte, lo guardaba archivado en su memoria como si se tratara de una respuesta sistemática casi robótica.

Por más que insistí, del Patricio, de su extensa obra independentista y su vida gastada hasta el destierro sólo pudo describirlo como un guerrero, mas nada. Me reí para esconder mi decepción y la vergüenza ajena que me paralizaba hasta los gestos.

Con 12 años y actitud avispada, no logré engañarla y detectó mi escepticismo al vuelo; para terminar conmigo y casi aniquilarme prometió llevarme pruebas y documentos que avalan su versión que están colgados en el internet. No aguanté la risa y entonces en nombre de Duarte el chiste se convirtió en casi un reto con el único fin de sacarle al menos a ella, la falsa novela grabada en su mente que no le hace justicia ni a su inteligencia y menos a la historia.

De aquello aún no logro sacar siquiera una risa, doscientos años después la tierra parece no parir más hombres como aquellos, los ideales son blanco de burla y quien no se mueve por dinero corre el riesgo de quedarse rezagado y morir hundido en la miseria.

Por suerte, Duarte no está, los muertos no tienen permiso para salir del cementerio porque de otra forma, si me visitara y le cuento, la indignación y la decepción lo vuelven a matar.