A ratos siento una furiosa ausencia, cuando el ahora se escapa a la nada; no imagino ninguna realidad porque me abandono a no tener palabras ni cosa alguna que decir. Una y otra vez, siento el eterno vacío, la pérdida de todo. La ausencia es como un abismo, perderse en la irracional calma, estar inconforme con la negación del ser, ahogar el alma en un puente roto, dejar lo contemplativo como árbitro de la vigilia, tal como si la conciencia, esa conciencia silente que nos alerta, se helara en el angello cum libello. Ausencia es callar, agruparnos en el pensamiento sin huella, no tener ningún mundo que tocar ni siquiera el de los símbolos, vivir sin direcciones, no gravar al miedo con especulaciones.

Todas tenemos ausencias, y nos asustamos cuando nos alejamos, y empezamos a querer cambiar de lugar o de barco sin escuchar las alusiones y los secretos que nos persiguen. Las ausencias, a veces, las llevamos como el viento en las espaldas, pero las necesitamos para no encadenarnos a lo sombrío. Irónico esto, pero cierto si no comprendemos que hay posturas que no vemos o no deseamos ver  que nos  condenan a la ausencia, más aún si dejamos que las espigas secas ocupen las cosechas de los afectos.

… refiriéndonos al amor, la ausencia duele más, y  es comprensible cuando al asomarnos a los muros que hacen de barrera, no se deja un solo espacio para escalarlos, o saltarlo sin temores. La ausencia, otras veces,  es la consecuencia de dejarnos llevar por lo inmediato, al no preguntar de frente los porqués, al no admitir la necedad del apasionamiento temerario. Una flor devorada por los picos de las aves silvestres nos recuerda el asedio de la irreflexibilidad del que dice amar, cuando  crea tensiones innecesarias hasta agotar, incluso, a los hermosos recuerdos que nos unen, en lo más puro.

¿Por qué dejarnos habitar por la ausencia, y dejar que sea ella que hable por nosotras? Pasa el tiempo, y no comprendo aún cómo curarme de la ausencia, y olvidar que todo misterioso amor puede quemarse de manera involuntaria, perderse, al dejar que los demás opinen asumiéndose  como  los que niegan y afirman los engaños que creen o las lealtades que no comprenden en el silencio.

… Es la ausencia la última ventana del olvido, desde la cual se dice adiós de manera indiferente como una costumbre que, en efecto, es consecuencia de los conjuros; sin embargo, no conozco ausencias que no causen dolor, aún las que aparentan traer tranquilidad. Es por ello que, delante de los ojos de los que beben ausencias sólo se queda fija, como  imagen, el destino deseado: la soledad.