Usted enciende el televisor que le cuenta de una protesta en Gran Bretaña, Madrid o cualquier otra parte del mundo. Las cámaras llevan su atención a las barricadas, pero no las que en 1871 levantaron los obreros de Paris durante las turbulencias de La Comuna, sino otras metálicas, autoportantes, universales, idénticas en todas partes y como si las fabricara la misma empresa. De un lado de las barricadas jóvenes, mujeres, a veces niños y con frecuencia personas en los umbrales de la ancianidad. Del otro lado están los policías organizados en la famosas brigadas, compañías, destacamentos, unidades antimotines y usted los ve perseguir manifestantes, acorralarlos, golpearlos con ferocidad, con saña y todo con la excusa de someterlos.
Venga usted a la República Dominicana o vaya a cualquier otra república bananera y encontrará las mismas barricadas, los mismos policías y la misma brutalidad que a veces, en ocasiones, se mitiga si la presencia de las cámaras de TV es visible y si los policías y sus jefes saben que en ese país o en esa ocasión las imágenes serán ampliamente divulgadas.
A fuerza de ver estas escenas repetirse una y otra vez, país por país, tema por tema me hice preguntas, ¡ este Melvin majadero, siempre haciendo y haciéndose preguntas, pero bueno, las hice y aquí traigo las respuestas a ver si coincidimos.
Las policías de todo el mundo han sido modernizadas, pero un aspecto importante de esa modernización es el atuendo y el instrumental. Los policías en todas partes andan vestidos de robot, con tanta parafernalia que a veces les cuesta moverse, pero eso si, nunca tienen impedimento para golpear, sobre todo, si los golpeados están ya en el suelo o cayendo. Me extrañaba el por qué de tanta brutalidad innecesaria pero al mismo tiempo advertía que producto de esa represión, el número de muertos, en general, disminuía en casi todas partes pero no en Israel donde la policía sigue asesinando palestinos a veces por el mero goce de hacerlo o quizás como una manera de descargar su frustración por no haber logrado someter a los palestinos a sus designios racistas y fascistas.
Pero bien, continuamos. Estos policías han sido ataviados para ocultar no solo su rostro sino también cualquier sentimiento. Lucen modernos, parte de otro mundo sofisticado, casi como estrellas del jet set les ponen en las manos una serie de juguetes que ellos no pueden resistir la tentación de usar. Es decir, parecería que, ataviados y equipados al último grito de la moda no tienen que sentirse inferiores ni parte de los pobres del mundo de los que, de todas maneras, forman parte. Parece un poco la sala de control desde donde un montón de carajetes del ejército o de la fuerza aérea manejan los aviones no tripulados que lo mismo caen sobre un terrorista que asesinan a todos los que asistían a una boda en cualquier parte del mundo. Los llamados drones vuelan sobre blancos que otros carajetes identificaron. Es igual que un juego de computadoras y no se siente pena ni gloria por las muertes porque ni siquiera saben realmente diferenciar entre un juego y el otro. Pues igual acontece con los policías. Todos esos juguetes son para usarlos, pero además, observen ustedes el porte de cualquier efectivo de estos en la calle, dentro o fuera de algún operativo. Ellos lucen el uniforme, creen que les queda bien, no se sienten pariguayos y a los fines de la vida diaria hay que reconocer que ese atuendo de robots sirve para mitigar y confundir el trabajo de monstruos que deben hacer. Piensan que así se ven mejor, más modernos, más – no se rían- civilizados.
Hay más todavía. El atuendo y el equipamiento dejan muchísimo dinero a los fabricantes, a los jefes de policía que los ordenan, a los ministros que lo tramitan. Es un negocio redondo con su larga cadena de intermediarios y peajes. Todo el mundo gana y la justificación para el gasto está a la vuelta de cada esquina. Hay que estar preparados para enfrentar la amenaza del terrorismo y la del narco y cualquiera otra que sea conveniente inventar mañana.
La Escuela de Chicago, el pensamiento de Milton Friedman y otros produjeron las ideas y el marco teórico para un mundo nuevo en el cual los ejecutivos de las corporaciones reemplazaron a los antiguos empresarios y en la sociedad, producto de su exitosa gestión, se instauró el individualismo consumista que sustituyó la idea de nación y proyecto de país. Navegando sobre esta plataforma, el capitalismo corporativo logró transformar el entorno político y jurídico para crear el mundo que tenemos hoy, uno de tantas y crecientes desigualdades que descansa –inevitablemente- cada vez más en la represión popular y la supresión del estado de derecho que esos antiguos empresarios y la sociedad que coexistió con ellos habían creado.
El mundo creado en la posguerra sucumbió. Todavía existen posibilidades de recuperarlo, pero sin un pensamiento nuevo y un accionar distinto, no será posible lograrlo.