Enfrentarse a un libro puede ser también apagar el sistema. Pensar en el Pachá o en el Overlord del atentado. El libro de Karol resuena, aproximando el tiempo como si fuesen hoyos negros, los años, llegan y dan duro, duro como la sombra. Karol es la abuela de los cuadernos ciegos, rayados, rayanos. ¿Qué son estos textos? En el plano práctico son poemas de bolsillo, líricas a fuegote. En el plano metafórico son parrafadas de voluntad. Me gusta la idea furibunda de mostrar a la Starocean burbujeando en una playa caribe, en donde el atardecer es preciso: una muchacha pegando un oído, a la tierra, ¿a la arena? Para escuchar un rencor amargo lo mismo a un hombre que aun guardia que a un campesino o una almendra. En la poesía de Starocean hay una caverna en donde dice mujer, adéndun, ternura y sacrilegio. ¿Porqué te escribo estas cartas Ms. V? ¿En qué parte del jet lag de Italia en Chicago se nos quedó la cordura? ¿Dónde escondes el fémur de tu padre?

La sonrisa que nos devuelve el espejo no es confiable. Es muy bonito (me enamoro) cuando dice, “Dentro de mi idioma formé tu nombre”. Me seduce la idea de que los amantes formen un lenguaje para encontrarse en la hora deteriorada del deseo. Ah, el deseo, dice Karol, añadiendo que si uno a lo samurai, decide seguir el deseo, asumirlo, aferrarse al deseo como última yola o la última cerveza que cae mal. La estrella del océano dice que somos cristales. Nebulinas de estas bregas del cuerpo y otra vez el deseo y otra vez el mar. Nadie sale vivo de aquí.

En Puerto Rico fue mi primera vez, me preguntas. Luego hablamos de una película en donde el protagonista te llegaba cuando decía: Me siento como una astronauta al que han dejao en medio de la carretera sin saber cómo respirar. ¿Dónde se consigue grifa? ¿Dónde guardas la sal de los trompos de tu madre?

Un verdadero crimen es este homenaje al cuerpo de madera que cual Colón en el cuarto viaje, viene hija de un dedal de la duda. Cuántas esquinas escribiste, Karol. Cómo, telepáticamente, encontraste a las hormigas cantando, “Yo era un guerrero, un guerrero y una danza. Y sin embargo, ahora soy un cuadro”.

Estos balbuceos morales quieren ser la moraleja de lectura de un libro. Pero Dramamine no es un libro. Es un mapa de vértigos. Una forma loca. Ahora cuando azota la nieve, como para decirle a tu espalda que el infierno es un barril sin fondo, escribo una carta a Hollenbeck diciéndole a Ms. Vi que no esta sola, que en nuestro propio acento encontraremos un ritmo sideral y digo, claro: Sideral… así es que se siente una al leer el mareo metafórico de Dramamine. Poesía para quitar el mal gusto, para acabar con el filth of life como decía Sylvia Plath antes de caer por el hoyo de la liebre, las sombras y los espejos. No somos nada, Océana… Nomás que un puñado de perlas como jardines o dientes flotantes.