Con arrogante retórica, don Reinaldo Pared Pérez arremete en contra de los que no se rinden al éxito de los gobiernos del PLD. Esa insolencia, según el senador, los convierte en “mezquinos, mediocres y miopes”. Confieso que nunca me ha incitado su cinismo insidioso, habitualmente atestado de juicios desdeñosos, sin embargo esta vez las circunstancias me ruegan darle la razón. Cualquiera en su posición usaría palabras aún más mordientes. Desde ese ángulo, no guardo reproches para alabar su decencia.
No sería lógico esperar ingratitud de una persona como Reinaldo, que, sin abonar condiciones excepcionales, ha “merecido” la presidencia del Senado por casi diez años. Ver y juzgar la vida pública desde ese balcón es una experiencia alucinante en un país donde los políticos son semidioses, condición que Reinaldo no se esfuerza en disimular porque en asunto de soberbia el aguerrido legislador es un sol. Me gustaría preguntarles a otros senadores del PLD con más capacidad que Reinaldo (y los hay por mucho) si sería mezquino soñar con su silla, custodiada como bien propio en nombre de la democracia partidaria.
Pero aún más miserable es no reconocer a un Gobierno que ha hecho de la familia Pared Pérez un clan mimado y mostrado como la lámina del nepotismo más acrisolado. Desde el gobierno de don Antonio Guzmán no se recuerda a una familia tan simbólica del poder. Mediocres son los que no han podido trepar sus alturas; aquellos desarropados que envidian la suerte de los hermanos Pared Pérez y que, sin contar con su fortuna ni el poder que la sustenta, pretenden deshonrar desde las plateas la épica obra de su partido. Yo, con los privilegios de don Reinaldo, saldría a defender al Gobierno desde la salida hasta la puesta del sol y no haría otra cosa más meritoria en mi vida. Pero no todo es obsequiado; justo es reconocer que Reinaldo nos aventaja en otras virtudes, ya que además de “no enlodarse en el fango” ha probado con garbo espartano que no es “mezquino, mediocre ni miope” y esas prendas las escuda a “puro pechito”.
Lejos de considerar como mordaces sus acusaciones, descubro en ellas cierta candidez. ¿Puede esperar Reinaldo algo distinto de una oposición impedida de llegar al poder por no tener la capacidad económica de la corporación política? ¿Y es fácil morder el suelo por casi quince años? ¿No sería frustrante una espera tan adversa que según las profecías de Leonel promete durar hasta el 2044? Aguardar flores sería romántico.
Es obvio que esa oposición “miope” solo vea aquellas cosillas que apenas nos faltan para declararnos oficialmente país de “primer mundo”, gracias a los progresistas gobiernos de Reinaldo. En su impaciencia, ya neurótica, los opositores magnifican las pequeñeces que todavía nos reprimen para poder competir con los suecos. Son tan sosas tales necedades que apenas caben en unas cuantas líneas: a) al PLD le falta quitarnos de la lista de los primeros diez países del mundo percibidos como los más corruptos; b) a pesar de las grandes inversiones, los casi veinte años de gobierno peledeísta no han sido suficientes para redimir a nuestro sistema educativo de su postración, con estándares casi al ras de los países del África subsahariana y un rendimiento por debajo de Haití; c) el PLD no ha incrementado competitivamente el gasto público en salud, condición que nos coloca entre los tres países del mundo con menos inversión en ese sector; d) los gobiernos del PLD no han hecho nada relevante para reducir la tasa de los ninis (jóvenes que no estudian ni trabajan) que ha permanecido virtualmente congelada desde el 2003; e) a pesar del estridente crecimiento económico, en los gobiernos de Danilo Medina la República Dominicana ha sido de los primeros países latinoamericanos en ver decrecer el Índice de Desarrollo Inclusivo; f) no han bastado dos decenios ni el abusivo subsidio para seguir pagando uno de los servicios energéticos más caros, sucios y malos del mundo; g) incorporarnos a las redes de las autovías no ha sido razón para abandonar el primer puesto a nivel mundial en muertes viales; h) …así sucesivamente.
Pero no nos quejemos: ¿En cuál país europeo en menos de veinte años se ha afirmado una casta política en condiciones de competir con las fortunas más sólidas sin una historia de logros que la soporte? ¿En cuáles otros gobiernos firmas constructoras nacionales, con modestas inversiones en sus apretados inicios, devinieron en grandes licitadoras de obras públicas en Haití, Panamá y Centroamérica? ¿En cuáles gobiernos ciertos grupos empresariales vinculados a los negocios gubernamentales han visto multiplicar por veinte sus inversiones y funcionarios activos competir deslealmente con el sector privado? ¿En cuáles otros gobiernos los funcionarios, a pesar de manejar presupuestos históricos, no han podido probarle un solo acto que sustente una acusación judicial auspiciosa? ¿Cuáles otros gobiernos han mantenido la nómina pública más alta de la historia creando una millonaria red de adherencia retribuida para perpetuarlo en el poder?
Reinaldo tiene que empezar a convivir con las envidias que provoca su descomunal éxito. A mucha gente le gustaría verlo embarrado y se siente frustrada porque habiendo razones para lograrlo todas resbalan en la grasa que encera su altivo pecho; a no muy pocos les crispa su consentida vida política, su gusto por el buen vestir, sus finas corbatas, su dolce vita y su incisivo lenguaje público, quizás por ser las prendas más caras de sus logros legislativos. Creo que si él tiene la “virtud” de no desdorar su pulcritud en el lodo, apenas podrá sentir el pinchazo de esos darditos. No obstante, le aconsejo a don Reinaldo que si el “sueño de la presidencia” alguna vez se ha aposentado en sus delirios, tendrá que vencer a su más poderoso enemigo: el propio Reinaldo; claro, antes tendrá que maniobrar para evitar un naufragio en las recias olas de su tormentoso ego y esto lo digo sin mezquindad.