Hago vida principalmente entre dos sectores, Arroyo Hondo y Villas Agrícolas e, innumerables veces, me han preguntado, cómo era posible que fuera todos los días, sola, a un barrio reputado por la inseguridad y la violencia.

A eso respondo con las palabras de Angie Neslin, voluntaria estadounidense de Princeton en Latinoamérica (PILA) en la Fundación Abriendo Camino, que circula sola a pie todos los días por la calle Félix Evaristo Mejía hacia la estación de metro Los Taínos: “Es haciendo este recorrido que he aprendido lo que es la República Dominicana. Lo recomendaré a cualquier voluntario de mi país. Conocí a la gente, me invitaron a sus casas, los niños me hacen fiesta, las madres me consultan, me respetan y me siento segura. Así gané la confianza de los comunitarios y pude realizar mi trabajo en un excelente ambiente”.

Su camino la lleva por el bullicio de la calle, al atardecer, por sectores calientes como El Hotel, frente a grupos de motoristas en las esquinas, a mucha gente sentada en la acera cogiendo el fresco o jugando dominós, a jóvenes desempleados vagando, a paradas de guagüeros; en fin, el paisaje de cualquier calle populosa de un sector marginado de la zona norte de la capital.

No es que la violencia, los atracos, el reparto de drogas y el riesgo de tiroteos y balas perdidas no existan en Villas Agrícolas, pero no más que en el otro sector donde me muevo y que en cualquier otra parte de la geografía nacional.

Hace unos pocos días arrancaron su cartera, desde una motocicleta, a una mujer que se desmontaba de un carro en Arroyo Hondo: eso es pan cotidiano. Pero que ultimaran a dos personas, de mano de guardianes del orden público, en incidentes inauditos, llama a hacer un alto y a reflexionar.

El primer caso tuvo lugar frente al supermercado Nacional donde hago mis compras y paso a diario. Allí, el cabo de la Policía Nacional Manuel Merán Maldonado fue ultimado de un disparo en la cabeza por un agente Anti-Ruidos, en un hecho que quedó plasmado en un video realizado por un vecino desde los altos de un edificio de apartamentos.

El otro caso sucedió en la esquina de la avenida Los Próceres con Kennedy, frente al llamado Zooberto, donde un policía municipal quitó la vida a un hombre desarmado que defendía a un limpia vidrios que la policía del ADN se iba a llevar preso. 

Es justo en esta esquina donde, gracias a los AMET y a su manera chistosa de facilitar la circulación, dejando a veces los carros parados hasta 14 minutos en el semáforo (comprobados), que tengo algunas amistades desarrolladas por esas largas esperas y por los años.

Me refiero, de manera particular, a Rafael un vendedor de aguacates que, cuando su día ha sido muy malo, me lleva su mercancía hasta la casa y a un mocho que tiene su punto, desde más de 15 años, en este cruce estratégico. Son parte del paisaje urbano, al igual que un moreno fuerte y gordito que es como el “seguridad” de los vendedores y pedigüeños que operan tradicionalmente en el lugar.

He aprendido mucho sobre la vida de este mundillo que tiene sus códigos, su antigüedad en el sitio, que rechaza a veces de manera violenta a los vendedores “deshonestos” que “dañan” el comercio, que no les gustan los que son “pobres” y duermen en la calle, que defienden su punto con uñas y dientes, los fijos y los que ruedan cada cierto tiempo en varias esquinas con una publicidad engañosa, las haitianas y las nuevas venezolanas, toda una fauna que suda la gota gorda para ganar el sustento de su familia porque, señores, pedir en las esquinas a la intemperie, bajo un sol implacable y sobre un solo pie no tiene nada de halagador.

Mi mocho es buen mozo, de sonrisa seductora y de ojos galanos; es de Bonao, duerme en casa de su hermana, come en una sombrita donde una señora cocina a buen precio para este grupo de infelices y se va a Bonao el fin de semana, ya que sus hijos no saben que es pedigüeño. Conozco su vida familiar y he visto las fotos de sus hijos, con sus enfermedades y sus éxitos escolares. Hay tiempo para todo mientras el semáforo cambia siete veces de color.

Lo que me preocupa es saber qué me pasaría a mí si veo que se están llevando a mi mocho de mala manera. ¿Sería yo capaz, en este caso, de salir de mi carro y reclamarle a cualquier persona que sus derechos sean respetados? ¿Sería esta, entonces, una razón suficiente para que me mate un policía municipal, que por su condición debería andar desarmado? A raíz del hecho se hizo circular -como siempre- un informe en el que se precisa que el policía fue acorralado y se vio obligado a disparar en estas circunstancias. No obstante, también en este caso, hay un video que habla por sí solo y demuestra que, como en la situación anterior, la víctima fue vilmente asesinada.

Entonces, ¿qué hacer cuando los que están encargados de velar por nuestra seguridad se vuelven asesinos? ¿Por qué lado agarrar el problema, ya que nuestros policías son el producto de nuestra sociedad y responden a la misma patología social y a la misma cultura de la violencia que sus vecinos que no son policías? ¿Cómo poner orden en la casa?

Sin gobernantes que piensen en el bien colectivo y no en su perpetuación en el poder, sin el fin de la corrupción, de la impunidad, del asistencialismo politiquero, sin un régimen de consecuencias con una verdadera justicia ni las charlas sobre la cultura de paz, la resolución de conflictos, la educación en valores, la crianza positiva, nos podrán salvar. Estas acciones, por necesarias que sean, son solo complementos de políticas sociales focalizadas para los más vulnerables.

Andan por nuestras calles muchas personas desquiciadas, enfermas, violentas, machistas, desesperadas que no han recibido el pan de la enseñanza y no gozan de salud mental. Para estas personas la violencia, de cualquier tipo que sea, es su único modo de expresión, sean policías o ciudadanos de a pie.

Las tareas que nuestra sociedad tiene por delante para su reforma son inmensas. Mientras tanto, es indispensable que para poder ser enrolados en la Policía o en las Fuerzas Armadas, los candidatos sean objeto de una evaluación seria de parte de psicólogos externos a fin de evitar el amiguismo y el clientelismo. Es deber del Estado detectar, rescatar, proteger y sanar a las personas violentas y ofrecer condiciones para que los dominicanos puedan vivir de manera digna y segura.