La frase que antecede es propia y genuina del argot dominicano. En estos tiempos oscuros insinúa, sugiere que algo se trama para salir bien de una situación dada y por lo general no muy halagüeña. Sin embargo, durante la época del periodismo de plomo, romántico e idealista del siglo pasado, era utilizada con frecuencia para indicar que estaba en proceso el desarrollo o formato del material de difusión o de impresión según el medio de comunicación, prensa plana, radio o televisión.
En el habla coloquial nacional los mensajes cifrados o codificados se difunden con la intención de ser recibidos y descifrados por el receptor y nadie más, cubiertos con frases que pueden ser interpretadas sólo por aquellos asociados íntimos de un círculo cerrado. Los médicos, los abogados, los militares, los narcotraficantes, los delincuentes, los políticos, los mafiosos y los religiosos apelan con frecuencia a su argot para entenderse entre sí.
Sin embargo, en el arte de armar el muñeco lo que se busca o se pretende es encubrir un propósito no loable, recrear un ardid, distraer la atención general de la razón fundamental del accionar inmoral de los protagonistas; no ser descubiertos en la maldad, el robo, el dolo, el soborno, la conspiración, la leyenda urbana, la mentira, la infidelidad o el asesinato. Y no se trata del muñeco armado en el vudú haitiano, amarrado con cintas de colores, pinchos, fotos y otros artificios, enterrado en el patio de la casa o del negocio, tan populares en Samaná y otras zonas de la frontera.
Y es que el arte de armar el muñeco es primo hermano de la psicología del gancho, la desconfianza, incrustada en el ADN nacional
Los hechos que refleja la prensa diaria son el espejo fiel donde más se revela la dinámica de protagonistas sociales que en la secuela de sus acciones públicas o privadas confirman su habilidad para armar o desarmar un muñeco, con tal de no perder el poder, quedar bien ante los demás, ocultar intenciones, distraer la atención, lograr sus objetivos o incluso engañar a una parte de la opinión pública. El objetivo final es impedir que la verdad única salga a la luz pública.
Son tantos los muñecos armados en la sociedad dominicana que resulta difícil explicar o entender que haya causas de justicia que se reenvíen más de 15 veces en el sistema de los tribunales; que se revendan o permuten títulos de tierra a más de un comprador del CEA; que haya más bancas de apuestas que escuelas; más “drinks” y centros cerveceros y colmadones que parques recreativos o instalaciones deportivas; y más loterías ilegales que las misas que se ofician en las iglesias.
Hay que admitirlo: a los dominicanos les encanta armar muñecos, ya sea para tomar ventajas o para su protección. Son muchos los tabúes que inciden. El mal de ojo del vecino, la envidia del desconocido, la competencia del colega, la vanidad de la moda, el temor a perder el empleo, el sueño del viaje en yola, la visa estadounidense, la inseguridad individual, la cirugía de rostro, senos o de glúteos, el premio mayor, o el perfil de boato ficticio en las redes sociales, la televisión o las fotos de diarios, y es que el corazón de la auyama solo lo sabe el cuchillo.
Con los temas de la transparencia y la corrupción, entre otros asuntos puntuales de la nación, el muñeco armado ha sido de grandes dimensiones. Tanto por quienes pretenden ocultar como por los que insisten en dilucidar lo que no está del todo claro. Y es que el arte de armar el muñeco es primo hermano de la psicología del gancho, la desconfianza, incrustada en el ADN nacional. Por cierto, ¿qué muñeco armará usted hoy…? Porque ya yo tengo el mío.