Con la lectura de algunos libros sobre Duarte, cuyo seudónimo en la clandestina La Trinitaria era “Arístides”, se descubren nuevas perspectivas sobre su vida. En su obra “El pensamiento y la acción en la vida de Juan Pablo Duarte” (2013) Carlos F. Perez y Perez (CFPP) nos regala una rica historiografía signada tanto por la fina prosa que la engalana como por los datos que aporta. El habrá tomado alguna licencia en su interpretación de ciertos hechos, pero al final dibuja una figura de Duarte que compagina fielmente con el rol de Padre de la Patria que le hemos conferido.
En esta ocasión, sin embargo, inspira rastrear, a través del libro de CFPP y sin que esta sea su faceta cumbre, la historia militar de Duarte. Su catadura de líder queda enteramente retratada con la sucesión de rangos militares que le fueron conferidos u ofrecidos, algunos por sus compañeros de armas y otros por los gobiernos o sus representantes. Si a esa cuenta le añadimos las veces en que se le ofreció la gloria política de cimeras posiciones del Estado concluiremos que el patricio no solo inspiró la hazaña nacionalista, sino que siempre se comportó a la altura del insigne estadista que nunca ocupo la presidencia de la república.
De su trayectoria militar se conoce que a su regreso de Europa, imbuido del ideal patrio, Duarte tuvo conciencia de que sus planes independentistas requerirían el dominio del arte militar por su parte y el de sus consorcios. En ese tenor, el prolífico historiador Emilio Rodríguez Demorizi escribió: “En la biblioteca de Duarte se encontraron libros militares, traducciones fragmentarias, de su puño y letra, que también evidencian que él estudiaba y enseñaba manejo de armas”. “Duarte inculcó en sus compañeros de lucha la necesidad de un estudio profundo de las ciencias militares, de manera especial las materias básicas, como son táctica, topografía, esgrima y tiro”.
En 1834 Duarte se engancha a los 21 años en la Guardia Nacional Haitiana como “cabo furiel”. Años después fundaba La Trinitaria (1838) y los miembros de la organización clandestina lo invistieron con el rango interino de General de los Ejércitos de la Republica Dominicana y Director General de la Revolución (pag.112 de CFPP). Mientras, en la milicia fue elegido en 1842 por sus compañeros de armas para ostentar el rango de capitán. Posteriormente, en 1843, las huestes reformistas antiboyeristas lo eligen Coronel Comandante (pág. 95 de CFPP) y jefe de la Guardia Nacional, un cuerpo militar dirigido por los haitianos pero compuesto mayormente por dominicanos.
Pero fue al regreso de su primer exilio, en marzo del 1844, cuando el pueblo y el Ejercito lo nombran General en Jefe de los Ejércitos de la Republica (pág. 174 de CFPP). Declinó ese rango al exhortar a sus conciudadanos a subordinarse a la Junta Central Gubernativa, la cual lo nombró entonces General de Brigada y comandante de la plaza de Santo Domingo (pag.174 de CFPP). Pero la guarnición de la plaza solicitó a la Junta que lo nombraran General de División y Comandante en Jefe del Ejército (pag.195 de CFPP). Fue con este rango que procedió a Bani a respaldar a Pedro Santana en su confrontación con los soldados haitianos que ocupaban Azua, aunque al Santana declinar su oferta debió regresar a Santo Domingo sin haber luchado.
Naturalmente, se podría afirmar que el rango más alto que logró Duarte fue cuando en el Cibao lo proclamaron presidente de la república en julio 1844. Pero el declinó ese honor y nunca ejerció como comandante en jefe de las fuerzas armadas. La última oportunidad de ostentar un alto rango militar fue cuando el cónsul español en Caracas le ofreció nombrarlo Capitán General de Santo Domingo si apoyaba la anexión a España, lo cual fue rechazado con firmeza. Cuando Duarte ya estaba en su segundo exilio en Venezuela, los presidentes Ignacio Maria Gonzalez y Ulises Francisco Espaillat lo invitaron a regresar al país, pero no le ofrecieron ningún cargo ni militar ni civil. Tal vez desencantado por las luchas políticas que se libraban en ese entonces y porque desestimaron su oferta de servicio, Duarte prefirió quedarse en Caracas hasta su muerte en 1876.
A pesar de las varias investiduras militares que tuvo, Duarte solo participó en una escaramuza marginal en 1843. “Después de la caída de Boyer en Haití, se dirige a tomar el palacio de Gobierno sito frente a la plaza de armas, comandando haitianos y dominicanos, siendo ya capitán de la Guardia Nacional. Son tiroteados, hay muertos y heridos, y Duarte tiene que refugiarse en casa de un tío, pero como ya hemos dicho, nunca se da por vencido, hay constancia en su labor, saltó la muralla que rodeaba la ciudad y se dirigió a San Cristóbal, donde convence al coronel Roca y también al comandante haitiano para que movilizaran las tropas y vinieran junto con él y, todos juntos, ocupar el gobierno de la ciudad. Ya en el poder, las nuevas autoridades haitianas ven a Duarte como un aliado” hasta que descubrieron sus verdaderas intenciones.
Después de ese episodio Duarte no participó en ninguna otra operación militar. Por eso algunos piensan que Sanchez, habiendo enhestado la bandera dominicana en la Puerta del Conde la noche del 27 de febrero y combatido contra los españoles en la Guerra de la Restauración, es más meritorio que Duarte. Pero ese alegato debe ser rechazado en vista de que fueron las circunstancias las que no permitieron a Duarte confrontar esos retos y no alguna pusilanimidad. Tampoco titubeó en ofrendar los bienes familiares para apuntalar la lucha independentista.
Son memorables las ofertas de sus servicios para combatir a los haitianos en marzo de 1844 y a los españoles en 1864, cuando regresó al país a ponerse a las órdenes del movimiento de la restauración. Ambas ofertas fueron rechazadas. Pero ya el valor personal del patricio había sido probado durante los años de aciaga clandestinidad de La Trinitaria, la escaramuzas que siguieron a la toma de la ciudad de Santo Domingo por los reformistas haitianos y las tres semanas de clandestinidad y persecución que sufrió después que el presidente Herard ordenara su detención. Nunca necesitó de un rango ni ninguna investidura militar para demostrar su coraje.
En reconocimiento póstumo a sus méritos, el Presidente Joaquin Balaguer ascendió “al General de Brigada Juan Pablo Duarte al rango de General del Ejército Nacional” mediante el Decreto No.32-94, haciéndole merecedor de los honores que le confiere ese grado. Pero a pesar de que el Museo de Cera Juan Pablo Duarte contiene una imagen del prócer en vestimenta militar, cualquier historiador dará testimonio de que fue más un estadista que un guerrero militar, siempre intentando remontar la empinada y romántica asta del ideal.
“Los estudios que se han hecho hasta el presente no han demostrado que Duarte como político o como militar fuera una cosa extraordinaria, pero los que se hagan de este como sujeto moral pondrán en evidencia que en este sentido era extraordinario, inigualable, porque es muy difícil que pueda haber un político o un militar dominicano que pueda ser moralmente igual o mejor que él.” (Patín Veloz, E., Duarte y la Historia, Instituto Duartiano, 2013) En uno de sus mejores ensayos sobre Duarte, “Heroísmo e Identidad” (2002), Mariano Lebrón Saviñón nos dice: “Duarte no fue un gran poeta.” “Hay, sin embargo, muchas cosas admirables en su cultura y en su formación personal. Tocaba guitarra y piano, era buen matemático, político sagaz y estratega y en Hamburgo atesoró un culto especial por la historia.” “Su cultura era de hundida raíz humanística. Pero, sobre todo, era un verdadero romántico.” El humanista italiano Salvatore Loi englobó todo eso llamándole “Cavaliere Dell’humanita”.
Duarte nunca ocupó la primera magistratura del estado y, en consecuencia, los reconocimientos a su obra nunca serán suficientes. De ahí que el entorno de sus estatuas deba siempre ser decorado con el jazmín de Malabar, la perfumada especie de gardenia que importo Filomena Gomez de Cova desde Caracas y que era usada en la cabellera de las mujeres partidarias de los trinitarios. Cual símbolo independentista, el mismo Duarte le cantó en verso: Es cual rosa de montaña/ de Quisqueya flor sencilla/ que da vida y no mancilla/ ni tolera flor extraña.