Al caer la tarde del 18 de enero de 1962 yo me encontraba en mi casa del Barrio para Oficiales de la Base Aérea de San Isidro acompañada de mis 4 hijos esperando a Rafael. Como siempre, ilusionada y con cuatro meses de embarazo que él no terminaba de celebrar.
Pero quien llegó fue mi cuñado Arcadio Fernández, con instrucciones de sacarnos de la casa. En segundos cerré la puerta y salí de allí con mis cuatro hijos y sin nada más.
Arcadio no decía nada, excepto un “todo está bien”, indicio de que algo andaba mal. Sabía que tenía que ver con Rafael.
El día 17 y la mañana del 18 no fueron días rutinarios. En nuestra casa estuvieron mi tío Silvestre y el teniente Juan Ramón Fernández, primo de Rafael y amigo cercano de uno de los hijos del Lic Rafael F. Bonnelly. Sabía que algo estaba pasando pero yo estaba entrenada para no preguntar.
Todo parecía normal. La familia del mayor Fernández Domínguez iba hacia la capital. Pero cuando salimos del área militar, Arcadio pisó el acelerador. Iba a mucha velocidad, a lo que yo estaba acostumbrada, pero siempre con Rafael al volante. Arcadio me pidió que colocara a los niños en el suelo y me entregó una pistola.
"¡Arcadio, fíjate como tomas las curvas; evita el cascajo de la orilla, podríamos desbarrar!. Rafael me enseñó que … creo que deberías…", dije.
Pero oí un sonido gutural… suficiente para callarme.
En minutos llegamos a casa de mis tíos Silvestre Alba de Moya y Mercedes Fernández, quienes residían en el Ensanche Ozama.
Allí estaba Rafael. Me sorprendí porque no esperaba verlo. Se despidió y en ese momento comenzaron a desarrollarse las acciones que resolverían la crisis político-militar que enfrentaba el país en ese momento.
¿Qué estaba pasando?
Tras la salida de la familia Trujillo, las fuerzas políticas, Unión Cívica Nacional, Partido 1J4 y el Partido Revolucionario Dominicano, entre otras, exigían la renuncia del doctor Joaquín Balaguer, quien permanecía gobernando el país luego del ajusticiamiento de Rafael L. Trujillo. De ahí la huelga declarada el 28 de noviembre.
Tras largas y difíciles negociaciones la huelga terminó y el 1 de enero de 1962 se instauró un gobierno colegiado denominado Consejo de Estado, presidido por el doctor Joaquín Balaguer y compuesto por el licenciado Rafael F. Bonnelly, monseñor Eliseo Pérez Sánchez, doctor Nicolás Pichardo y los generales Antonio Imbert Barreras y Luis Amiama Tio.
El general Pedro Ramón Rafael Rodríguez Echavarría, un calificado piloto de 37 años de edad, era, en esos momentos, el Secretario de Estado de las Fuerzas Armadas. Había llegado a esa posición al dirigir mes y medio antes, el 19 de noviembre de 1961, la heroica acción que tenía como objetivo ametrallar un área específica de la Base Aérea de San Isidro, como fórmula de amedrentar a familiares de Trujillo y obligarlos a que se fueran del país. Un grupo de valientes pilotos le acompañó. El plan le dio resultado.
Los periodistas preguntaban sobre los detalles de la acción y el presidente Bonnelly señaló a Rafael diciendo: “¡Ese joven que esta ahí es el héroe!”. Rafael contestó: “¡No hay héroes; esto lo han hecho las Fuerzas Armadas por el bien de la Patria y del Pueblo!”
Pero a pesar de su bien ganada aureola de héroe, Rodríguez Echavarría suscitó antipatías en el estamento castrense por su activa participación en los asuntos políticos.
Oficiales de infantería y pilotos se reunían a complotar con el objetivo de destituir o sacar del poder al general Rodríguez Echavarría. Hubo pronunciamientos y comunicados en ese sentido. Uno de los planes estuvo encabezado por el coronel ángel Ramos Usera, quien, para tal fin, convocó a una reunión en su casa del Barrio para Oficiales a la que Rafael asistió. Yo estuve allí de manera circunstancial porque acompañaba a mi marido.
Voy a hacer un paréntesis para rememorar aquel día de 2004, cuando acompañada de los oficiales constitucionalistas Ernesto González y González, Freddy Piantini Colón y Marino Almánzar visité al coronel Gildardo Pichardo Gautreaux para recabar datos para el libro que estaba escribiendo sobre la vida de Rafael. Mientras nos encontrábamos en su casa me comuniqué con el coronel Andrés Ramos Usera con el mismo propósito. El coronel estaba enfermo pero se comportó con exquisita cortesía, gallardía y responsabilidad. Me dijo: "Rafael se nos adelantó. Fuimos al Palacio pero nos incorporamos cuando ya todo estaba resuelto".
Me complace recordar con respeto a un hombre que dice la verdad y no se atribuye hechos que no protagonizó.
El día 16 de enero, cuando parecía que el país iba a entrar en un período de calma, ocurrieron los hechos del Parque Independencia. Dirigentes de la Unión Cívica Nacional participaban allí en un acto público. Súbitamente, se presentó al lugar una patrulla con tanques y disparó. Hubo varios muertos y heridos. Los militares los dirigía el coronel Manuel Antonio Cuervo Gómez, Comandante del Batallón de Blindados de la Fuerza Área.
Se encendió de nuevo la capital y el resto del país pidiendo la renuncia de Balaguer y de Rodríguez Echavarría. Los acontecimientos fueron de tal envergadura que esa noche se decretó el estado de sitio.
El país se paralizó y todas las organizaciones, políticas, obreras, profesionales y estudiantiles, se manifestaron abiertamente en contra de lo que calificaron como una dictadura de Balaguer y Rodríguez Echavarría.
Esa noche, el licenciado Rafael F. Bonnelly, el doctor Nicolás Pichardo y monseñor Eliseo Pérez Sánchez fueron llevados al Club de Oficiales de la Base Área de San Isidro en calidad de detenidos.
El doctor Joaquín Balaguer se asiló en la Nunciatura Apostólica y el general Rodríguez Echavarria instaló una junta cívico-militar encabezada por el doctor Huberto Bogaert y conformado por otros destacados personajes civiles y militares.
Rafael Tomas Fernández Domínguez
El entonces mayor de la Fuerza Aérea Dominicana, Rafael Tomás Fernández Domínguez, un destacado oficial de 27 años de edad, reconocido como líder de la joven oficialidad por su conducta y por su don de mando, estaba resuelto, junto a sus oficiales, a poner fin a una situación cada día más insostenible.
Calculamos que en menos de 40 horas, el mayor Fernández Domínguez preparó el plan. Escogió a los oficiales asignados a unidades militares puntuales y les encomendó la misión a desempeñar. Con una sorprendente precisión y tomando en cuenta los más mínimos detalles, coordinó las acciones a seguir, en las que la hora para ejecutar la tarea asignada era vital para el éxito de la operación.
La operación se puso en marcha
El mayor Fernández Domínguez pasó por el Centro de Enseñanza de las Fuerzas Armadas (CEFA) y le pidió a su superior y amigo, el coronel Elías Wessin y Wessin, que lo acompañara.
En el trayecto fue que el coronel Wessin fue enterado del plan. El coronel Elias Wessin y Wessin, director del CEFA, ignoraba los planes de Fernández Domínguez. Tampoco participó en la organización. Reiteramos que el mayor Fernández Domínguez fue quien, minutos antes, lo puso al tanto de la operación.
De allí se dirigió al Batallón Táctico de Antiguerrillas y le pidió al teniente Rafael Quiroz Pérez, comandante de la segunda compañía, un grupo de soldados y un fusil para el coronel Wessin. El teniente Quiroz Pérez era uno de los conjurados y solo esperaba la orden de Fernández Domínguez para actuar. Ese momento llegó.
El teniente formó la tropa y solicitó 50 voluntarios, no sin antes decirles que irían en compañía del mayor Fernández Domínguez a una misión muy peligrosa. Todos dieron un paso al frente y hubo que llevarlos a todos.
La misión del teniente Quiroz Pérez era impedir la entrada al Club, sin importar quien fuera y su rango. El coronel Atila Luna llegó con un grupo de pilotos pero el teniente se lo impidió aduciendo órdenes superiores. El coronel Atila Luna amenazó con romper la puerta pero a una señal de Quiroz Pérez, los doscientos soldados que permanecían discretamente a la expectativa, se dejaron sentir. El coronel Atila Luna, prudentemente se retiró.
El mayor Gildardo Pichardo Gautreaux, era el Subcomandante del Batallón Blindado de la Fuerza Aérea, y fungía como comandante del pelotón de tanques AMX que Rafael le solicitó para actuar en la operación. Él, dos oficiales y los tenientes Freddy Piantini Colón y Marino Almánzar García, estos dos últimos del grupo de Fernández Domínguez, desempeñaron un papel imprescindible para el éxito de la operación.
Pichardo Gautreaux y los tenientes Freddy Piantini Colón y Marino Almánzar García, de blindados, estos dos últimos del grupo de Fernández Domínguez, desempeñaron un papel vital para el éxito de la operación.
El Comandante de Blindados de la Fuerza Aérea era el coronel Manuel Antonio Cuervo Gómez, quien dirigió los tanques que dos días antes dispararon a la multitud que protestaba en el Parque Independencia. Cuervo Gómez fue excluido de esta operación.
Es así que cuando Rafael penetró a los jardines del Club, ya había allí 5 tanques AMX con los motores prendidos. Rafael se detuvo junto al primero e impartió esta orden: “¡Si en 10 minutos no salimos del club, vuelen el edificio!”.
Conozco a esos hombres, lo habrían hecho sin dudarlo. Y hubiese sido lo correcto.
El liderazgo de Fernández Domínguez
Los que compartieron con Rafael, militares y civiles, nunca cuestionaron sus órdenes a pesar de que eran tan responsables y valientes como él. Ellos tenían absoluta confianza en sus decisiones. Su condición de líder era inequívoca, incuestionable.
Rafael utilizó el factor sorpresa. Fue lo que se llama una operación de comando, que se desarrolla en pocos minutos y para la que se requiere determinación, valor y sangre fría; y no hay tiempo para pensar, solo para actuar. Es vencer o morir.
Lo que ocurrió en aquellos momentos y horas después, es sorprendente, fascinante. Lo que les cuento es apenas un esbozo de lo ocurrido. (Ver nota al final)
Rafael y el coronel Wessin subieron a la segunda planta del club donde estaba el general Pedro Rafael Rodríguez Echavarría con sus escoltas y los miembros del Consejo de Estado. Hubo algunas palabras, tales como, "¿qué pasa general?", "Venimos a ver cómo está todo", "¿Por qué están estos señores aquí?"
Y con la serenidad que le caracterizaba Rafael dio unos pasos hacia el balcón, de improviso dio la vuelta, apuntó con su fusil a Rodríguez Echavarría y le dijo:
"General, usted está preso".
En ese momento era una persona agigantada en cuyos ojos se reflejó lo que tres años después relató el mismo general Rodríguez Echavarría en la casa donde residía Juan Bosch en Puerto Rico, en abril de 1965.
La orden de disparar al club quedó cancelada y el teniente Quiroz Pérez subió a la segunda planta donde se encontraban Rafael, Wessin, Rodríguez Echavarría y otros oficiales.
Él cuenta que el general Rodríguez Echavarría le pedía a Rafael que le dijera al coronel Wessin que bajara el fusil porque lucia muy nervioso y el arma podía dispararse. El teniente Quiroz le quitó suavemente de las manos el fusil Fal que momentos antes le había entregado cuando estuvieron en el Batallón Táctico de Antiguerrilas.
Antes de seguir hacia la capital, Rafael pasó por la jefatura de la Fuerza Aérea. Las instrucciones impartidas a un grupo de oficiales habían sido cumplidas: el general Santiago Rodríguez Echavarría -Chaguito- hermano de Pedro Rafael Rodríguez Echavarría, había sido destituido como Jefe de Estado Mayor de la Fuerza Aérea.
Éste le pidió a Rafael que no llevara a su hermano al Palacio porque era peligroso, podían matarlo, pero Rafael se comprometió a preservar la vida del destituido secretario de las Fuerzas Armadas a costa de la suya. El general Chaguito, como le llamaban a ese militar respetable y meritorio, quedó tranquilo porque sabía que Rafael cumpliría su palabra.
Hacia el Palacio Nacional
El mayor Pichardo Gratereaux se quedó en la Base con tres de los cinco tanques responsable de lo que allí pudiera ocurrir. Después, el mayor comentaría que la Base estaba también tomada por el movimiento.
Con un tanque delante y otro detrás, la caravana llego a la ciudad capital y se detuvo frente a las puertas del Palacio Nacional. El oficial de servicio se negó a abrirlas. Rafael se desmonto del vehículo y le hizo una señal al teniente Pantini Colón quien se mantenía en su tanque AMX prendido, atento a las órdenes de Rafael. La señal era clara: “derriban las puertas”.
No hubo necesidad de hacerlo y cerca de las diez de la noche el Consejo de Estado, esta vez presidido por el licenciado Bonnelly, quedó reinstalado en medio del júbilo popular.
Él y solo él fue quien planificó y dirigió la operación. El fue el líder y el comandante. Los planes no incluían a oficiales superiores, salvo presencia de estos en el Palacio Nacional durante la juramentación de Bonnelly, después que la operación había concluido.
Los periodistas preguntaban y el presidente Bonnelly señaló a Rafael diciendo: “¡Ese joven que está ahí es el héroe!”. Rafael contestó: “¡No hay héroes; esto lo han hecho las Fuerzas Armadas por el bien de la Patria y del Pueblo!”.
Mientras todo esto sucedía, mis hijos y yo, acompañados por mis tíos y mis padres, que como medida de seguridad no me dijeron que vendrían de San Francisco de Macorís para estar junto a nosotros, en caso de que algo le sucediera a Rafael.
Todos esperábamos ansiosos en la casa del señor Quirilio Vilorio Sánchez, director del CEA, quien nos acogió en su hogar a pesar del peligro que corrían él y su familia. Yo no estaba asustada, más bien a la expectativa. Presumo que es una conducta aprendida porque cuando no se puede echar atrás, el miedo se convierte en una fuerza interior que nos induce a no retroceder, sin importar lo que suceda.
Alrededor de las 8 de la noche, oímos la voz del coronel Emilio Ludovino Fernández, hermano de Rafael, quien cumplía lo que éste le había encomendado: informar al pueblo dominicano a través de Radio Televisión Dominicana que la crisis político-militar había terminado.
Pasadas las 10, llegó mi marido acompañado de unos pocos militares. No entró a la casa. Vestía traje de campaña y tenía una ametralladora belga en las manos; calzaba botas negras de reglamento y me pareció un gigante, pero sobre todo muy atractivo. Pensé -¿cuándo y dónde se cambió de ropa? Horas antes vestía de kaki.
Lo abracé y lo besé orgullosa de mi hombre y me apreté contra él cuando me dijo que iba a pasar la noche en la Base Aérea. En ese momento sí me asusté y quería protegerlo, pero me tranquilizó saber que mi padre lo acompañaría.
Mis hijos y yo dormimos en casa de mis tíos en el Ensanche Ozama regresando a San Isidro al día siguiente, cuando, aparentemente, no había nada que temer. Nos llevó un oficial y escoltas.
Ese día 19, Rafael llegó a nuestra casa a la hora acostumbrada. Se encontraba relajado, como si aquella noche no hubiera tenido la tensión que las circunstancias dictaban. Mi padre me dijo que Rafael durmió plácidamente mientras él velaba su sueño con una ametralladora en las manos.
Rafael jugaba con los niños y con Rey, su pastor alemán; yo lo miraba embobada, pero sabía que mis miedos no terminaban ahí. Había vivido otras experiencias, no tan peligrosas, pero igual de mortificantes, suficientes para conocerlo. Intransigente con su dignidad personal y el respeto a sí mismo. Rabiosamente honesto. Decididamente responsable. Tierno y enérgico a la vez. Aún así, en aquel momento no comprendí que tener a mi lado a un hombre como él, tenía un precio.
Al día siguiente, se hizo una reunión en la Base Aérea para elegir por votación a los jefes militares. Rafael expresó su deseo de dirigir el CEFA, pero el coronel Wessin y Wessin insistió y se quedó con el puesto. Rafael fue ascendido a teniente coronel y nombrado sub jefe de la Fuerza Aérea.
Para asegurar el éxito de la operación, Rafael tomó en cuenta todos los detalles. El entonces teniente Héctor Lachapelle Díaz, uno de sus mejores amigos, no fue enterado del plan.
Lachapelle era escolta del general Rodríguez Echavarría, y Rafael estaba convencido de que él saldría en defensa del alto jefe militar por su concepto de lealtad. Con un oficial mandó a decirle que lo esperara en el comedor y así impidió que se encontrará en el Club. Esa misma noche Rafael decidió que el teniente Lachapelle Díaz estuviera directamente bajo sus órdenes como Encargado de la Sección de Instrucción de Infantería de la FAD. Nunca más se separaron, hasta el 19 de mayo…
Años después…
Tres años después Rafael y el general Rodríguez Echavarría se encontraron en la casa que ocupaba el presidente Juan Bosch en Puerto Rico, durante los acontecimientos de abril de 1965
Don Juan le pidió a ambos que se saludaran como compañeros de armas y olvidaran el pasado, y cuenta:
“El coronel Fernández Domínguez, que sabía mandar porque sabía obedecer, se cuadró y saludó, a lo que respondió en igual forma el general Rodríguez Echavarría, dándose los dos las manos y, sin hablar una palabra del pasado, volvieron a actuar juntos en los episodios que les pedí que lo hicieran. Los dos fueron a Venezuela, hacia donde los mandé a gestionar la manera de salir ellos y yo".
Continúa Bosch: "El general Rodríguez Echavarría me había contado en el año 1964, que cuando dos oficiales (teniente coronel Elías Wessin y Wessin y el mayor Rafael Fernández Domínguez) fueron a detenerlo, él le había dicho al de mayor graduación (Wessin): ¡Muchacho, ten cuidado con esa ametralladora que se te puede zafar un tiro y matarme!. Pero cuando le vi los ojos a Rafaelito, me di cuenta de que era él quien iba a matarme si yo no me daba preso".
La doctora Milagros Ortiz Bosch vivió una experiencia similar: “El profesor Bosch había restablecido la amistad entre el general Pedro Rafael Rodríguez Echavarría y el coronel Fernández Domínguez. Con motivo de su encuentro en relación con el viaje que hicieron a Caracas, el general le diría al coronel: “Rafael, si no me hubieses hecho preso en el 1962, otra fuera la situación, estaríamos más adelantados en el proceso”. El coronel Fernández Domínguez se puso de pie, tocó como es uso militar los tacos de sus botas y le respondió: “Con permiso del señor Presidente, -así siempre se dirigía al profesor Bosch,- cuantas veces usted se equivoque, general, y quiera actuar en contra del pueblo dominicano, yo lo volveré a hacer preso”.
Él era así, un ser humano excepcional, todos los días, a toda hora.
Nuestras voces callarán, pero la de Rafael retumbará siempre, clamando a las generaciones por una entrega total a su Patria y a su Pueblo.
Como lo hizo él.
(Nota: Si le interesa conocer más sobre el tema, el libro está en internet. Buscar "Libro Coronel Rafael Fernandez Dominguez, Soldado del Pueblo y Militar de la libertad de la autoría de Arlette Fernández. Ver capítulo II, páginas 65-84)