Del campo y del verdor de los años 1950 queda muy poco en Villas Agrícolas. El concreto se ha apoderado de todos los espacios. Este populoso barrio tiene sus límites, al sur, en el cementerio de la avenida Maximo Gómez, la calle Pedro Livio Cedeño y grandes fábricas que contaminan el entorno; al norte, en la parte atrás del Mercado de la Duarte y su hedor pestilencial, así como en la estación de transferencia de basura que opera al lado de un parque infantil; al oeste, en la avenida Máximo Gómez y su elevado que lleva a Villa Mella y los tapones de conchos, guaguas y camiones por debajo de éste a todas horas del día, constituyendo la avenida Duarte su límite hacia el este.
Los alrededores de la estación de metro Los Taínos se han transformado en un verdadero mercado que contribuye al eterno entaponamiento del sector. En un bullicio generado por haitianos y dominicanos, marchantas con frutas, tricicleros con plátanos y víveres, tiendecitas de ropas en las aceras de la Nicolás de Ovando, vendedores de ropas de pacas debajo del elevado ofrecen sus mercancías.
Cruzar la avenida Nicolás de Ovando que atraviesa el sector de este a oeste representa un alto riesgo que ha cobrado la vida a decenas de inocentes sin dolientes. Esta avenida es una autopista para guagüeros que crea, por su peligrosidad, una especie de división en el mismo barrio.
Como todos los sectores situados en grandes avenidas a la salida de la capital Villas Agrícolas vio prosperar los hoteles y cabañas. Además, históricamente, cuando la ciudad se fue extendiendo la prostitución y sus salones fueron relegados del centro, o sea de la zona colonial, hacia la zona norte. Fue así que Villas Agrícolas se hizo famoso, al albergar night clubs muy conocidos: El Mono, la Casa Amarilla, el Bar Polín, Félix Caché y, el más renombrado de todos, el de Herminia, que dio su nombre al lugar. Ella fue “una mujer pudiente”: a partir de su establecimiento operaban cientos de trabajadoras sexuales. Sus noches eran amenizadas por las orquestas y los combos más reconocidos de la época. En sus fiestas participaban funcionarios, turistas y diplomáticos extranjeros.
Estos negocios vieron su clientela mermar a partir de los años 80 y se fueron de picada con el cierre de los establecimientos nocturnos a las 12 de la noche, o las dos de la madrugada los fines de semana. La memoria de esta época está, sin embargo, muy presente y hoteles y moteles siguen construyéndose en el sector. Los más conocidos son el Lincoln, el Nueva Escocía, el Internacional, en forma de pagoda china; muchos de estos negocios son propiedad de chinos o de dominicanos de esta ascendencia.
Fue en uno de estos hoteles reservados a los amores ocasionales, con sus cabañas y su piscina, situado en la calle Félix Evaristo Mejía, y quebrado unos años antes, que los damnificados buscaron refugio frente a la embestida de las aguas del ciclón David. Rompieron los candados que protegían el lugar y se instalaron en habitaciones y suites.
Treinta y siete años después los refugiados originales no son tantos; sin embargo, se han alquilado y vendido los espacios de manera sucesiva y más de 120 familias viven hoy día en el Hotel y sus alrededores en condiciones sumamente precarias. Proliferaron las puertas en los pasillos del edificio central ya que las habitaciones fueron divididas y subdivididas.
Las cabañas y las aceras también fueron invadidas; se construyeron “casas” tan estrechas que las camas caben solo en el sentido horizontal. Hasta en el techo del hotel aparecieron viviendas y algunas de las que fueron lujosas cabañas tienen hasta tres plantas.
Pequeños comercios abrieron en las calles del Hotel: colmados, salones. La piscina se ha transformado en una cancha de baloncesto. La vida fluye con la esperanza que un gobierno se apiadará de los moradores del lugar.
Sin embargo, existen más lugares indignos para vivir en Villas Agrícolas, como es el caso de Las Lagunas de la Avenida de los Mártires, cerca del Mercado. Sus callejones estrechos e inextricables apenas dejan pasar la luz del día y dan tantas vueltas que recuerdan un bazar oriental. Son callejones donde florece el micro tráfico como única alternativa de subsistencia y donde no es recomendable pasear solo si uno no es del sector.
Las iglesias de diversas denominaciones han florecido y hacen competencia a los fieles de la parroquia San Mateo. En medio de la miseria, de las drogas, de la prostitución Villas Agrícolas trata de buscar caminos para sacar a flote una juventud que quiere progresar y prosperar de manera sana sin ser estigmatizada por el sector donde le ha tocado vivir como pasa en la actualidad cuando procura un empleo. Es un barrio que clama por servicios y que está poblado de gente trabajadora que le aporta al país. Villas Agrícolas y su gente merecen atención. No obstante, los gobiernos que ha tenido el país durante las últimas décadas han permanecido insensibles a sus necesidades.