Las fotografías transforman el pasado en un  objeto de tierna reminiscencia.  Es una invitación al sentimentalismo la contemplación de imágenes pertenecientes a tiempos idos. Susan Sontag.

La ocurrencia de frecuentes incendios en su denominado casco antiguo ha sido una de las trágicas señas de identidad en la historia urbana de Santiago de los Caballeros cuyas causas, según la prensa, obedecen a hechos fortuitos o la incursión de evasivos pirómanos, aunque en ocasiones maldicientes observadores los atribuyen a espurios intereses de los propietarios de los inmuebles siniestrados.

En el año 1949 o principios del 1950 se originó en horas nocturnas un violento y agresivo fuego en la Ferretería Peña ubicada en la calle Beller esquina España- en el solar resultante se edificó luego el Monte de Piedad- que representó para mis escasos 5 o 6 años de edad un desastre similar al de una erupción volcánica por el desasosiego producido en sus alrededores.

El ulular de la sirena de los bomberos; el agua candente que como ríos de lava se precipitaba por las cunetas; el resonante estallido de recipientes conteniendo productos inflamables; la expectante ansiedad de los vecinos en medio de las calles y sobre todo, el impresionante resplandor que las llamas proyectaban en las oscura noche, eran elementos propios de una escena del Apocalipsis, de una visión de fin del mundo.

Cuando a duras penas mis padres permitieron bajarme a la acera- vivía en la Beller 134- me conmovió advertir entre las personas que en la calle avistaban el nocturno espectáculo la deslumbrante y alucinante mirada de mi vecino casi paredaño Jesús Natalio Puras Penzo- vivía en la Beller 138- la cual traducía un pánico, un horror que jamás he vuelto a contemplar después de aquella catastrófica noche.

Sus desmesurados, negros y expresivos ojos pugnaban por salirse de sus órbitas, reflejaban un espanto solo comparable al que un amante de la pintura contemporánea puede constatar en los autorretratos del pintor austríaco Egon Schiele.  Era un pavor ocular parecido al que experimentaron, según la Biblia, quienes vieron al profeta Elías atravesando el firmamento conduciendo su carro de fuego.

Por mi edad ignoraba por completo que la fotografía era o sería su vocación artística, pero la insólita mirada que sorprendí aquella noche- cuánto acierto el de los organizadores de la exposición en el Centro León Jiménes al designarla con este hombre- fue el presagio de que ella sería, a través del objetivo de una cámara, la causante de una manera muy peculiar de ver el mundo y sus ocupantes.

Iniciada ya la década del 50 del pasado siglo llamaba la atención el gran número de personas hacinadas frente al escaparate de un estudio fotográfico- sito en la calle Restauración casi 30 de marzo- donde se exponían los trabajos de su propietario correspondientes en su mayoría a bodas, concursos, cumpleaños, investiduras y otros eventos sociales de la localidad que por su profesionalismo concitaban la curiosidad pública.

En aquel entonces supe que el encargado del pequeño local no era otro que mi vecino APECO apercibiéndome además de que lo mas logrado eran las fotografías personales caracterizadas por su encuadre y nitidez, así como también de algo muy especial: que su cámara, una ANSCO 620, se dirigía en prioridad hacia los rostros y el lenguaje gestual de los llamados personajes populares o los socialmente excluidos.

Cocheros, limpiabotas, mendigos, dementes, dulceros, marchantas, quinieleros y otros pregoneros callejeros alcanzaron en virtud de su preferencia y arte la categoría de lo que hoy conocemos como VIPS, representando precisamente estos célebres disparos los testimonios mas demostrativos de que en Jesús Natalio su inusual mirada estaba asistida por una extraordinaria sensibilidad social.

Esta preocupación por los olvidados de la suerte; este interés por los alejados de las manos de Dios y de los hombres, en fin, esta especie de fascinación por el abismo identificó todo su ejercicio como artista de la fotografía, y como este arte convierte el pasado en un objeto de tierna reminiscencia- como dice la Sontag- los envejecientes que asistan a este evento podrán disfrutar de una época que con añoranza se recuerda.

El pasado sábado santo y en compañía de mi hermano José Horacio me apersoné al Centro León Jiménes resultando gratamente impresionado por la labor de comisariado desplegado por los organizadores del evento, pues aunque conocía no pocas de las fotos allí expuestas el guión adoptado, los ámbitos seleccionados, la iluminación, los grafismos, la multimedia, en fin, el montaje asumido, les otorgaban un mayor valor representativo.

Es indiscutible el interés patrimonial de las fotos exhibidas y como un free lance incorregible notamos que APECO siempre estuvo motivado por la innovación, la experimentación, la performance y como sucede con los grandes de la cámara, le cautivaba el detalle insignificante, lo aparentemente despojado de importancia estética, poniendo en un primer plano aspectos de la realidad no tomados en consideración por las sensibilidades cimarronas.

Los retratos de Jesús Natalio realizados por José M. Antuñano y Alfonso Khouri  no tienen desperdicios al igual que sus autorretratos, ya que en ellos los visitantes reconocerán la verdad de un carácter, la idiosincrasia de un temperamento. Si muchas personas son renuentes a dejarse fotografiar porque intuyen que se trata de un rapto sublimado de su personalidad, una suerte de invasión en su vida, a los artistas como APECO les encantaba que los retrataran hasta en las posturas más extravagantes.

Como el contraste y la incongruencia entre las cosas y los hechos ejercen un poderoso atractivo en los fotógrafos genuinos, la foto denominada "Enamorados frente a un carro fúnebre" es un vivo testimonio de lo que digo.  A pesar de que los dos personajes carecen de física relevancia, APECO quiso reflejar la sugestiva oposición entre el sentimiento amoroso, el cual tiene ansias de eternidad y la muerte, que como sabemos es el aniquilamiento total.

No creo incurrir en desmesura alguna al afirmar, que si en las grandes capitales de  Europa norte y sur América he tenido la oportunidad de visitar exposiciones de los grandes maestros mundiales de la fotografía  como Robert Capa, Alberto Díaz Korda, Susan Sontag, Gyula Brassai, Henri Cartier- Bresson, Man Ray y Esdras Biro entre otros, la intitulada " La insólita mirada irónica de APECO" no tiene nada que envidiarles ni por los trabajos exhibidos ni por la curaduría desarrollada.

Se dice que los mejores fotógrafos del mundo han sido húngaros- Capa, Brassai, Kertesz- y cuando hace unos años estuve en Budapest visitando entre otras cosas el Museo húngaro de la Fotografía y la Maison de los fotógrafos o Maison Mai Manó, no abrigo duda alguna de que en las prestigiosas salas de las dos instituciones antes citadas no desentonarían, no estarían despaisajeadas las fotos que el Fondo de Fotografía Natalio Puras Penzo ha colgado en esta exposición.

Si bien es verdad que el legado fotográfico de este ilustre compueblano será la herencia que mas agradecerán las futuras generaciones, sería incompleta cualquier versión sobre su obra sino incluimos algunas facetas de su excéntrica personalidad y peregrino comportamiento que avalan su pertenencia al exclusivo segmento de la sociedad que tiene por misión el cultivo de la creatividad en los dominios del arte.

Tocado a veces con una boina negra caminaba por las calles de la ciudad como si estuviese en el umbral de una inminente levitación. De una manera súbita detenía su andar y como si alguien a sus espaldas le llamara giraba lentamente su cuerpo, y si en ese instante mirábamos su rostro este tenía la expresión de pertenecer al de un emisario de otro mundo, aposentándose en sus ojos la extraña impresión del que está viendo cosas horribles que nadie ha visto jamás.

Daba la sensación de que en éstos críticos momentos se preguntaba cosas absurdas como talvez qué raro que me llame Natalio? ó lloverá el día del juicio final? Una de las peculiares características de su insólita mirada era de que en la misma se notaba una enorme abundancia de palabras no pronunciadas, y a diferencia de la generalidad de los humanos ésta tenía una capacidad táctil muy superior a nuestras manos.

APECO era en esencia un exiliado de la realidad, un verdadero náufrago en tierra firme, situación muy común en aquellos individuos que parecen estar viviendo en un país donde es imposible ser lo que uno es, requisitos imprescindibles para la expresión del genio que llevan dentro deslumbrando a sus contemporáneos con sus descubrimientos vanguardistas y sus originales creaciones.

En conversaciones callejeras sostenidas con él en Santo Domingo, me convencía cada vez mas de que el artista legítimo se ríe no sólo de su obra sino también de sí mismo y del gran público, y que también nunca están satisfechos de lo ya realizado pensando quizás que su magnun opus, su apoteosis está aún por llegar siendo esta insatisfacción la que mantiene su creatividad en permanente ebullición.

Quisiera concluir estas notas testimoniales evocando algunas imágenes que aún se conservan frescas no obstante haber transcurrido más de 65 años de su percepción, creyendo que su declaración representará un tributo póstumo a los parientes de APECO ya desaparecidos y sobre todo, una feliz reminiscencia para los que aun le sobreviven muchos de los cuales no tengo el placer de conocer.

En primer lugar la de su abuelo Don Augusto Penzo un venerable nonagenario sentado en su negra mecedora en el interior de la casa bajo la vigilancia estrecha de su esposa Doña Leticia. Su madre Gloria Penzo quien en una ocasión asumió mi custodia en un viaje en ferrocarril desde Puerto Plata.  Su padre Aurelio Puras con su blanca camisa de mangas largas y siempre galante hasta su último aliento.  Finalmente a sus hermanas Fela y Tatá por las tiernas carantoñas y amorosos arrumacos que me prodigaron cuando aún era un niño.

La irrupción de estos recuerdos estuvo acompañada por la cerebral aparición de la inolvidable y entonces vecina la pianista Ana Cecilia Bisonó así como la del Dr. Lorenzo Pellerano arrebujado en una pulcrísima bata blanca portando unas gafas oftálmicas de diamantina transparencia.  Como fondo musical de estas respectivas visiones escuchaba las notas de “La bella cubana” de Joseíto White muy de  moda en Santiago a mediados del siglo pasado.

Bienvenida sea esta hermosa exposición que para un numeroso grupo de gerontolescentes – de 65 a 85 años- representará sin temor a equivocarme un regreso virtual a aquel Santiago del pasado en cuyas calles disfrutamos de una adolescencia y juventud que en aquel entonces creíamos era perpetua.