La reciente celebración de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas captó la atención del mundo  porque las encuestas anticipaban y así se confirmó, que la candidata de extrema derecha, ultra nacionalista y anti europea entre otras preocupantes cosas, arribaría puntera, lo que hace que esta elección tenga un peso importantísimo para la Unión Europea recién debilitada por el Brexit, aunque afortunadamente el candidato centrista llegó en primer lugar.

La resaca que todavía deja a muchos el resultado de las elecciones estadounidenses aumentó la aprehensión frente a las elecciones en Francia, pues de nuevo se repite la oposición entre un supuesto nacionalismo proteccionista que culpabiliza a los tratados de libre comercio y a los inmigrantes del desempleo y mala situación económica, discurso que ha calado profundamente en las zonas rurales; y una visión liberal y plural que cree en sociedades y economías abiertas.

Por eso Emmanuel Macron, un joven filósofo, ex banquero, cuya única experiencia pública fue su participación como asesor y breve gestión como Ministro de Economía en el gobierno de François Hollande, que en apenas un año de decidir presentarse  como candidato presidencial bajo su movimiento “En Marche!” se proyecta desde ya como vencedor con un amplio porcentaje de la segunda vuelta; ya que tanto los vencidos candidatos de los partidos tradicionales Republicano y Socialista Fillon y Hamon han  invitado a votar por él, como líderes de distintas áreas que llaman a  respaldarlo.

Estas elecciones  representan un gran giro en la política francesa por más de una razón, por primera vez en más de cinco décadas en la famosa Quinta República no van a segunda vuelta  ninguna de las dos vertientes políticas tradicionales gaullistas y socialistas; por segunda vez el partido de ultra derecha Frente Nacional llega a la segunda vuelta y con un muy alto porcentaje; y porque el proyectado ganador promete una ruptura con el sistema en lo que sería un “anti-establishment” a la francesa.

La figura de Macron el reformador llena de esperanza no solo a la Francia pensante y humanista, sino a toda Europa que ha sufrido duros reveses  por los resultados de dos referéndums, el del Reino Unido y el de Italia, el primero que sacó de la Unión Europea dicho país y el segundo que sacó del juego, esperemos momentáneamente, a Matteo Renzi el primer ministro que encarnaba el cambio.

Y  también debería insuflar más allá de Europa a jóvenes que sueñan con transformar realidades y que generalmente encuentran como valladar el inmovilismo, la mediocridad y las infinitas colas de partidos tradicionales; pues el mundo está cambiando y la política, las comunicaciones, las decisiones ya no se hacen igual y una nueva historia se está escribiendo en algunos casos para bien, en otros quizás para mal.

Naturalmente por eso se resisten nuestros políticos tradicionales a democratizar y someter a regulaciones sus partidos, pues les ha ido muy bien repartiéndose entre ellos el pastel de la república, sobre todo al partido oficial que lleva ya 13 años como dueño absoluto del mismo.

Pero que nadie se sorprenda si a pesar de ello también surgieran aquí nóveles figuras capaces de inspirar sueños,  que ante la innegable debilidad que acusa el partido oficial por la usura del poder y los escándalos de corrupción sepan aprovechar la coyuntura o hasta sean aupados para que lo hagan.  El problema  es que el debate que se está dando internacionalmente opone  al campo y a la ciudad, a la clase profesional y a los que son víctimas del desempleo o de la pérdida de valor de sus oficios; y en esa cancha el  clientelismo electoral tiene un gran peso, como sucede aquí, donde no solo vota sino que muchas veces decide la suerte en las urnas.