Un creador literario se dedica a narrar, si tiene consciencia de su oficio –con imaginación despierta y la posibilidad de dotar de sentido el lenguaje y expresarse con una fresca, entusiasmada, amena, apropiada, recia y ajustada redacción–. Edifica relatos inespresados, ya sea porque sean creaciones nuevas que conduzcan por inéditas veredas a la palabra, o porque su sentido nos transporte hacía caminos o desenlances no conjeturados, no sospechados, por la ordinaria y habitual imaginación del lector.
Fundamenta y revela nuevas posibles sendas por donde puede conducir la sintaxis y su sentido. El escritor intenta, sobre todo, manifestar con diversos matices e inéditas exteriorizaciones sus ideas, sentimientos, emociones y creencias.
Comunica lo aún no dicho mediante su extraordinaria capacidad creativa. Crea narraciones que nos permiten descubrir nuevos horizontes de diferentes, inéditos y posibles nociones de otra realidad de de la existencia.
Una obra de arte es como un espléndido brillante labrado con innumerables y límpidas facetas, donde un tenue haz de luz puede despertar infinitos laberintos de fulgores.
En un brevísimo espacio imaginario, la obra de arte permite vislumbrar la potencia vibrante de una época y sus valores.
Crimen y castigo, de Dostoievski, muestra las abismales complejidades que encubre la condición humana.
Empero, como ante un espejo, la imagen apresada dependerá del sitio que ocupe el espectador, su experiencia de vida y la intensidad de la luz que logre filtrar sobre la superficie azogada que se reflejará en su corazón, en sus sentimientos y en su posibilidades de razonar.
Algunos críticos estiman esta obra como la más consumada de su autor; sin duda es la de mayor riqueza y coherencia temática que compuso, y por sí sola es suficiente para otorgar la inmortalidad a un escritor. En ella oficia como consumado maestro de la narración, y es capaz de sintetizar en pocas líneas el retrato pleno no solo de un personaje, sino de toda una época.
La brillantez del escritor se muestra en la maestría del dominio de la palabra, en la figura física y moral de los personajes, en la propiedad de la descripción de los paisajes naturales y de los relieves de la personalidad y el carácter de los agentes. Así, por ejemplo, en el retrato psicofísico de Raskólnikov, emplea sólo tres líneas; y en el de la usurera, la víctima, no necesita más de ocho líneas.
La obra nació por el interés del autor de excavar a fondo todos los problemas presentes en su tiempo y, específicamente, aquellos que se imponían en ese período a la inteligentsia rusa; una tarea que parece ardua de alcanzar si se consideran las limitadas posibilidades que ofrece a un escritor la extrema economía de la composición.
Dostoievski comenza a escribir Crimen y castigo en 1865, mientras se haya en Wiesbaden, Alemania, en una situación particularmente angustiosa. Había perdido todos sus haberes en la ruleta y para subsistir tiene que empeñar su ropa y los objetos de valor que posee, lo que no es ajeno a que la víctima del crimen, en torno al que gira la novela, sea una odiosa usurera.
De regreso a San Petersburgo consigue un pago de cuatro mil rublos –apenas suficientes para calmar a sus acreedores–, por la publicación de la novela en la revista, El Heraldo Ruso (Russki Vestnik), en que las partes aparecen entre enero y diciembre de 1866.
El periodico había sido fundado en 1856. Era una de esas gruesas revistas mensuales que combinaban textos de creación literaria con otros de carácter filosófico, científico, histórico o sociológico. Los escritos participaban del debate político, pero debían utilizar el lenguaje velado al que obligaba la censura.
La orientación que le otorga el editor Mijail N. Katkov (1818-1887), es netamente conservadora y su importancia para la historia de la literatura estriba en que allí se publican, por entregas –que era la forma corriente vigente en toda Europa para difundir la literatura entre las grandes masas–, las obras de los más destacados escritores del momento en Rusia, las novelas de Turgueniev, Tolstoi y Dostoievski [Cfr. el maravilloso libro del historiador inglés, Orlando Figes, Los Europeos, Taurus, Ed. Kindle, pp. 717, 2020].
Sin que el lector se dé cuenta el autor trata, de manera magistral e impone su acento personal a todos los temas que estaban en el debate público en el año 1865, en la sociedad rusa.
En 1855 asciende al trono el zar Alejandro II. El inicio de su reinado se caracteriza por un intenso proceso de reformas que eran imprescindibles después del tenebroso dominio de Nicolás I.
La más importante de éstas fue la abolición de la servidumbre de la gleba, en 1861, la libertad para los campesinos que eran prácticamente esclavos. Fue el tiempo donde a todos, sin importar su credo, les parecía que había llegado la primavera de la libertad.
También se reformaron los tribunales y fueron designados magistrados para la instrucción de los procesos, y jurados libres para los fallos. Con esta reforma se abrió un debate sobre el uso de la criminalística y la psiquiatría en la justicia, lo que se refleja en la obra.
Toma vigencia además, un debate que dominaría la literatura rusa durante más de veinte años, desde Turguéniev a Herzen, de Chernyshevsky a Dostoievski.
El mismo versa sobre la figura del nihilista como imagen de una juventud que había crecido desarraigada, arropada en frías y despiadadas ideas, en medio de los estragos que producía la implantación del capitalismo salvaje en la segunda mitad del siglo XIX.
Ligados a estos asuntos estaba, también, el problema del alcoholismo, el auge de la prostitución y el recrudecimiento de la tuberculosis. A pesar de la enorme diversidad de temas y visiones, Dostoievski crea una gran síntesis narrativa donde se refleja no sólo la vida y la cultura de ese tiempo, sino que ofrece un posible camino de redención aún para aquel ser humano que ha caído en la más horrenda sima de abyección.
Insisto desde hace tiempo que no hay nada aislado, disuelto o separado. Todo está en relación. Este vínculo es lo que constituye el mundo. Esto rige, sobre todo en la cultura que actúa al crear lazos y sentidos. Esta reúne lo diferente: personas, cosas, ideas, sueños, sentimientos, emociones, imágenes, creencias, ilusiones; las recupera y recoloca en un concreto proceso de resignificación espacio-temporal, intelectual y afectivo.
La civilización crea nueva territorialidad; instaura redes de sentido que condicionan nuestras posibilidades históricas y modos de interpretar el mundo. Todo creador, todo artista genuino actúa, aún sin proponérselo, en diálogo permanente con su mundo, con su polis, y esto se revela con gran intensidad en Dostoievski.
Crimen y castigo, además, es una obra socialmente polémica. Consiste en una refutación sutil de la visión social de Nikolai Chernyshevsky, quien era considerado el ideólogo que mejor expresaba las ideas y anhelos de una vanguardia intelectual que buscaba liberar Rusia de la autocracia zarista e implantar ideas basadas en una nebulosa concepción de un socialismo materialista, egoista, despersonalizado.
Chernyshevsky fue el profeta del hombre nuevo, busca crear una sociedad ordenada e igualitaria sostenida en el triunfo de una racionalidad utilitarista basada en la aplicación tec- nológica del conocimiento científico.
Recurre a la literatura para burlar la censura y cumplir con su misión de ideólogo. Su utopía se plasma en una mediocre novela publicada en 1863 con el título: ¿Qué hacer?
De esta obra deriva el homónimo libro de Lenin, que pretende ser un homenaje a su autor. El lider bolchevique establece allí su teoría de la estructura que debía adoptar el Partido revolucionario y el papel que debía contraer el insurrecto como profesional dedicado a la revolución.
Crimen y castigo es la réplica a tales ideas. Raskólnikov representa una nueva figura de nihilista; es un hijo desorientado de la fracasada generación de padres románticos que pretenden combatir la autocracia con las ideas del liberalismo europeo.
De las ideas socialistas de Fourier –que una vez profesa Dostoievski y provoca su condena a muerte, commutada posteriormente por trabajos forzados en Siberia– se pasa en Chernyshevsky, a la glorificación social del materialismo utilitarista.
El eje de esta doctrina se basa en la frialdad que debe de caracterizar el análisis teórico; lo particular de la teoría es su ausencia de sentimientos. El razonamiento abstracto, el materialismo cientificista y el sentido de utilidad son los únicos criterios válidos para edificar una vida social desde una perspectiva igualitaria.
Dostoievski reacciona ante la nueva teoría al señalar que de aceptarse esta visión la vida perdería el sentido de la belleza y lo sublime; el ser humano perdería su libertad, la posibilidad de concebir y crear mundos diferentes, y el espíritu caería en lo puramente mecánico y repetitivo, por ello afirma en su crítica que estos socialistas han reducido todo a un cúmulo de ladrillos.
Sin embargo, también sostiene que el humano es un ser irracional y se constituye como una realidad sumamente compleja. Mientras la lógica prevé tres posibilidades, la vida nos ofrece, diariamente, millones posibilidades.